La fascinación del Ceo.

Prólogo.

—¿Será este? —pregunta la mujer, ya un poco fastidiada.

—No, no, ese tampoco es.

—Demonios, Warren, esto es, como buscar una aguja en un pajar. ¿Por qué simplemente no vas y le preguntas cómo se llama el maldito perfume.

—No voy a hacer eso, idiota — respondí mirando a Elmer, quien lucía fastidiado.

—Pues yo me voy, ya me harté, hemos estado más de dos horas aquí.

—Disculpe, señor, pero el joven tiene razón; si le pregunta a la chica el nombre del perfume, todo sería más fácil —agrega la dependiente.

—¿Es que acaso no entienden, que no puedo hacer eso?

—¿Y por qué no? Solo necesitas ser hombrecito y decirle a esa mujer que el perfume que usa te pone así como alebrestado y que se lo quieres poner a tu almohada, para que huela a ella y, pues puedas tener una noche divertida en la soledad de tu cuarto.

Mis ojos casi fulminan a Elmer, mientras que la dependiente me mira, como si yo fuera un maldito depravado.




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