—¿Será este? —pregunta la mujer, ya un poco fastidiada.
—No, no, ese tampoco es.
—Demonios, Warren, esto es, como buscar una aguja en un pajar. ¿Por qué simplemente no vas y le preguntas cómo se llama el maldito perfume.
—No voy a hacer eso, idiota — respondí mirando a Elmer, quien lucía fastidiado.
—Pues yo me voy, ya me harté, hemos estado más de dos horas aquí.
—Disculpe, señor, pero el joven tiene razón; si le pregunta a la chica el nombre del perfume, todo sería más fácil —agrega la dependiente.
—¿Es que acaso no entienden, que no puedo hacer eso?
—¿Y por qué no? Solo necesitas ser hombrecito y decirle a esa mujer que el perfume que usa te pone así como alebrestado y que se lo quieres poner a tu almohada, para que huela a ella y, pues puedas tener una noche divertida en la soledad de tu cuarto.
Mis ojos casi fulminan a Elmer, mientras que la dependiente me mira, como si yo fuera un maldito depravado.
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Editado: 07.09.2025