Malena
—Por fin —exclamé al tener en mis manos ese anhelado diploma.
—Lo logramos, cariño —dijo Katy, mi mejor amiga.
—Pues ahora debo conseguir un trabajo.
—Con calma, nena, acabamos de terminar los estudios, podemos darnos un descanso.
—Ay amiga, eso puedes hacerlo tú porque cuentas con el apoyo de tu familia, pero yo o tengo a nadie. Ya no puedo seguir viviendo en los dormitorios de la universidad y con el dinero que tengo ahorrado, solo sobreviviré a duras penas, unos meses. Así que necesito conseguir un trabajo, para ayer.
—Sabes bien que te puedes ir una temporada a mi casa, mis papás te quieren mucho y estarían encantados —expresa mi amiga.
—Y sabes bien, que no me gusta abusar, Katy.
—No es ningún abuso.
—Mira, permíteme intentarlo, por mí misma, y si no lo logro, te juro que te tomo la palabra.
—Ay amiga, tan terca como siempre.
Me despedí y regresé al dormitorio, tenía que empezar a recoger las cosas para mi inminente mudanza. De repente la nostalgia me invadió, en este pequeño espacio, había pasado muchos momentos importantes durante mi carrera universitaria.
Aquí lloré tantas noches la muerte de mamá, que ocurrió justo antes de iniciar la carrera universitaria.
Si no hubiera sido por aquella dichosa beca, mi vida habría estado a la deriva, pero decidí cumplirle a mi madre, la promesa de ser alguien en la vida.
Era hija única, mi padre falleció cuando yo era pequeña y mi familia, se redujo solo a mi madre y a mí.
Justo cuando cumplí dieciocho años, mamá falleció. No hubo aviso, no fue paulatino ni nada por el estilo. Una noche cenamos juntas, compartimos las vivencias del día y la gran noticia de que había sido aceptada en una de las más prestigiosas universidades de New York. Reímos juntas, dimos gracias a Dios y nos despedimos cuando cada una se fue a dormir a su habitación.
Pero su noche nunca terminó, para ella el amanecer jamás llegó. Un infarto fulminante acabó con su vida y yo, me quede completamente sola en este mundo.
Estuve a punto de rechazar la beca, de sumergirme en el dolor y de dejarme morir. Al fin y al cabo, ya yo no tenía nadie para quien luchar, pero luego recordé el orgullo reflejado en los ojos de mamá, cuando le conté lo de la universidad aquella noche y las fuerza en mí, fueron renovadas.
Decidí arrendar la pequeña casita en la que vivíamos, tomé mi pequeña maleta y me vine a la ciudad, a la gran manzana, con un montón de sueños y muchas ganas de hacer sentir orgullosos a mis padres, aunque ellos no pudieran verme.
Y hoy héme aquí, con un título universitario en las manos, muchas necesidades, pero también con muchas ganas de cumplir mis sueños.
(***)
Warren
—Detesto a la gente incompetente, así que largo.
—Pero señor… –contesta la mujer, con la voz quebrada.
—¿Qué parte de largo, no entendió?
—Necesito el trabajo.
—Pues debió haberlo cuidado y si no sabía como hacer algo, preguntar antes de hacer una barrabasada.
—No fue intención, señor, yo…
Fastidiado de esta discusión infructuosa, tomé el teléfono y llamé a recursos humanos.
—Preparé para hoy mismo, la liquidación de mi asistente —dije en un tono serio.
De inmediato la mujer frente a mí empezó a llorar, desconsoladamente, pero sus lágrimas no iban a conmoverme. Si había algo que detestaba era a la gente, inepta y esta mujer había demostrado serlo de sobra.
Cerré la llamada y al verla de pie aún frente a mí, mi humor empeoró.
—Salga de aquí, ya mismo —dije, levantando un poco la voz.
No era un hombre violento, ni nada por el estilo, pero últimamente perdía la paciencia con facilidad.
El estrés del trabajo me tenía algo alterado, y ver que en la oficina, las cosas no salían como yo esperaba, empeoraba todo.
—¿Qué diablos le hiciste a esa pobre mujer que va por allí, llorando como una Magdalena? —pregunta Elmer, entrando a mi oficina desconcertado.
—La despedí.
—Por Dios, Warren, es la quinta secretaria que despides en este mes.
—¿Y cuál es el problema? Soy el jefe, puedo despedir a quien me dé la gana, cuando me dé la gana?
—¿Acaso andas andropáusico?, sería un poco prematuro porque todavía no estás de esa edad, pero todo cabe en la medida de lo posible.
—¿Comiste payaso o qué?
—Pues sí, según tú, yo comí payaso, tú debiste haber comido como ogro, porque estás de un humor insoportable. Nunca ha sido un encanto de persona, pero estás como pasado, primito.
Me dejé caer en mi costosa silla ejecutiva, lo que acababa de decir mi primo, no carecía de veracidad. Las últimas semanas había estado más irascible de lo acostumbrado.
>>¿Vas a contarme que demonios te pasa, Warren?
—No me pasa nada y deja de andar de metiche.
—El chisme es mi pasión hermano, que te puedo decir.
—Pareces lavandera.
Lo dicho por Elmer, no era falso, claro que me pasaba y mucho, pero prefería no hablar del tema, al menos no en este momento y mucho menos con él.
—Déjame en paz y encárgate de conseguirme una nueva secretaria, que sí justifique su salario o terminarás tú también de patitas en la calle.
—No creo que haya nadie en la empresa, que quiera trabajar contigo. Todos saben que si no cubren tus expectativas profesionales, terminan en la calle. Y en cuanto a que me eches, bien sabes que no puedes —dice en tono de burla.
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Editado: 07.09.2025