La fascinación del Ceo.

Capítulo 2 " A gatas"

Malena

Toda la mañana he estado entregando hojas de vida, espero que me llamen de alguna, porque francamente, creo que he entregado más de cincuenta.

Me paro de frente, al enorme y elegante edificio, lleno de vitrales, en el que opera una de las más prestigiosas empresas del país, dudando de si debo o no entregar aquí mi currículum. No es que me atemorice, ni nada por el estilo, pero en este lugar seguramente son muy meticulosos para contratar personal y to, soy solo una neófita, con grandes sueños, nada de experiencia y un título recién estrenado.

Suspiré profundamente y decidí entrar a aquel sitio.

—Buen día, disculpe señorita, podría informarme ¿dónde reciben las horas de vida? —pregunté.

—Buen día, pase por el pasillo hasta el fondo. Allí encontrará el departamento de recursos humanos.

—Gracias —respondí, agradecida.

Hice lo que la joven me indicó y llegué hasta una elegante oficina, identificada con un letrero que dice HHRR.

Justo cuando entré, había una joven llorando de manera desconsolada, frente a quien parecía ser el encargado.

Decidí esperar afuera, aquella conversación era privada y yo no quería importunar.

Me impactó ver el desconsuelo, con el que lloraba la chica y sentí mucha pena por ella.

Cuando la joven finalmente salió, decidí ingresar a la oficina.

—Disculpe, muy buen día. Mi nombre es Malena Storm y deseo entregar mi hoja de vida, para poder ingresar a su banco de datos —mi voz sonaba nerviosa, pero intenté que mi sonrisa, aminorara esa impresión.

—Tome asiento señorita, permítame sus documentos.

Le entregué la carpetilla y lo observé, mientras de manera minuciosa leía aquellas hojas.

—Usted se acaba de graduar.

—Así es señor.

—Eso significa que no tiene experiencia.

Con aquellas palabras, mis esperanzas se vinieron al piso.

Pero, ¿cómo se supone que adquiera experiencia, si no me permitían empezar a trabajar si ella?

—No, señor, pero…

—Lo siento, joven, pero la experiencia aquí es muy importante.

—Entiendo, le agradezco por su tiempo, con permiso —dije, mientras me ponía de pie, para salir del lugar.

De repente, un hombre joven, elegantemente vestido, bastante guapo y de ojos claros, entró como ráfaga al lugar.

—Necesito una secretaria para Warren —declara el tipo, sin siquiera saludar.

Luce molesto, pero también algo ansioso.

El hombre que hasta hace poco terminó de atenderme, lo mira y solo niega con la cabeza.

—Es la quinta, solo en este mes. Si vieras cómo lloraba esa pobre chica, ni siquiera sabía qué había hecho mal.

—¿La indemnizaste, como te he pedido que hagas?

—Sí, señor, pero eso no quita que haya perdido el trabajo.

—Pues no podemos hacer más. Ahora dime, ¿dónde conseguimos una nueva secretaria para Warren?

Ambos hombres se quedaron mirando y de repente, decidí intervenir.

—Yo puedo ocupar el puesto —dije, con más seguridad de la que realmente sentía.

Ambos hombres me miraron, como si me hubiese salido otra cabeza.

—Usted no tiene idea de lo que está diciendo, señorita —habló el hombre de recursos humanos, mientras que el recién llegado me miraba con intriga.

—¿Y usted es…?

—Malena Storm—dije mientras me ponía de pie, para saludar al hombre que acababa de preguntar aquello —Justo hoy, vine a traer mi hoja de vida a esta empresa.

—Sí, pero no tiene experiencia —intervino el otro hombre, al que sentí ganas de desgreñar allí mismo.

—Eso solo es, porque acabo de graduarme. Pero créame, soy muy capaz.

—Si no tiene experiencia, no puedo contratarla —volvió a intervenir el viejo metiche, al que ya siento que odio.

—Déjame ver su hoja de vida —pide el hombre joven.

Por unos minutos, revisa mis papeles con detenimiento, hasta que finalmente vuelve a mirarme.

—El Ceo de esta empresa, es un hombre muy poderoso y exigente. También es un maldito adicto al trabajo y a la perfección. ¿Cree que podría trabajar con alguien así?

—Por supuesto —respondí, mientras mi corazón bombeaba con fuerza, producto de la mentira que acababa de decir.

—Bien, el puesto es suyo.

—¿Qué? —exclama el otro hombre, mientras yo me debatía, entre sí debía llorar o reír.

Me voy a ir al infierno por mentirosa, pero al menos ya conseguí trabajo, pensé.

—Empezará ahora mismo —agrega el hombre, mientras devuelve mis documentos al viejo metiche—. Mi nombre es Elmer Pattison Carson, bienvenida. Sígame, la llevaré a su puesto.

Agradecí a Dios haber venido vestida de la manera correcta, porque cuando empecé a seguir al tal Elmer, pude percatarme de que el sitio era sumamente elegante.

Subimos a un elevador, que nos llevó al piso de presidencia. Cuando las puertas metálicas se abrieron, dejó ver una lujosa recepción decorada con tonos negros y grises.

—Trabajarás aquí —señala el hombre.

—Bien —respondí abrumada por tanta opulencia.

—Solo habla con ese imbécil lo necesario. Si te pregunta, respóndele. El café lo toma negro y sin azúcar, acompañado de un pastelito de arándano que venden en la cafetería de la esquina. En la tablet, encontrarás su agenda; es obsesivo con la puntualidad y la eficiencia. Ah, y solo para que sepas, carece de emociones, así que no trates de ser empática. Puede que te grite, pero finge que no lo oyes y nunca, nunca jamás lo tutees, él siempre será el señor Carson, ok.

—Ok —respondí, ya no tan segura de querer el trabajo.

—Bien, me retiro, buena suerte.

Aquellas palabras me sonaron a advertencia, pero bueno, ya estaba aquí y al menos iba a intentarlo.

—Disculpe, aún no me ha dicho, ¿cuál será mi salario?

El hombre se voltea y me mira fijamente.

—¿Treinta mil dólares al mes, le parece bien?

Sentí que todo a mi alrededor dio vueltas. Fue tanta la impresión, que tuve que sentarme en la silla que estaba detrás del escritorio.

—Eso es muchísimo dinero —hablé, pensando que se trataba de una broma.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.