Malena
La reunión con los japoneses se dio en el idioma inglés; afortunadamente, pude tomar todos los apuntes importantes. Me pareció asombroso cómo mi jefe cara de limón agrio dominó el tema a la perfección. Tenía a los inversores maravillados, literalmente comiendo de su mano. Las cifras, las proyecciones del mercado, las inversiones, todos absolutamente todos los números, los manejaba con una propiedad impresionante. Cabe mencionar que las cantidades de las que hablaban, tenían más ceros de los que tenía claro, se le podía poner a los números. Por un momento me dio risa, pensar que esta gente hablara de millones, mientras el resto de los simples mortales hablábamos de centavos.
Aquí sí quedaba claro, aquello de las diferencias sociales y de la diferencia de poder adquisitivo.
Había conocido el lujo y la ostentosidad, cuando conocí a mi amiga Katy. Su familia es gente acomodada, sencilla, pero de buena posición social y yo, pues, era la amiguita pobre de su hija.
Al principio me sentía fuera de lugar, pero luego, cuando vi que el afecto de ellos hacia mí era sincero, empecé a disfrutar del tiempo que compartía con ellos, hasta sentirme parte de la familia.
Cuando una chica sin familia, como yo, encuentra un lugar donde se siente querida, aprende a valorarlo. No es fácil andar por la vida, sin tener a nadie.
La reunión terminó y de inmediato me puse de pie. Había estado casi dos horas luchando conmigo misma, para no pegarme al cuello de ese hombre y llenarme de ese aroma varonil que provocaba prenderse de él como garrapata.
Y es que no se podía negar que el tipo era un bombón, con cara de limón agrio, pero bombón al fin. Ese tipo de hombre que uno suele ver solo en las películas, pero no sé si para mi desdicha o mi dicha, a mí me tocaba tenerlo aquí, en vivo y a todo color.
—¿Pudo tomar notas?
—Sí, señor —respondí.
—¿Persiste su jaqueca? ¿Desea que le traiga alguna pastilla o algo por el estilo?
—No, no es necesario, me siento mucho mejor —dije, con sinceridad.
—Me alegro. Con permiso, me retiro, señor.
(***)
Warren
La vi salir y volví a concentrarme en el trabajo. La eficiencia de mi nueva secretaria, seguía sorprendiéndome gratamente.
Los últimos días, me había vuelto un facineroso del trabajo, mi rompimiento con Amalia era de dominio público, por unas declaraciones que mi antigua pareja, decidió hacer a una de las revistas de farándula más importantes del país. En aquellas declaraciones, esa mujer de narcisista, no me bajaba y, aunque francamente me importaba poco lo que la gente pensara, sí estaba procurando no frecuentar sitios públicos, para evitar ser abordado por algún periodista con más agallas que cerebro, deseoso de lograr una exclusiva.
Odiaba que mi vida privada, fuera ventilada en los medios, pero ya debía estar acostumbrado, siendo una persona importante.
Afortunadamente, con mi madre la tregua de que no interviniera se mantenía, aunque tenía claro que Amalia, había buscado su ayuda, para lograr que yo reconsiderara mi posición.
Si bien es cierto, mi madre, aunque no aprobaba mi decisión, había decidido respetarla, cosa que, para mí, ya era un avance, tomando en cuenta lo controladora que podía llegar a ser Marilyn Carson.
No tenía idea de cuánto tiempo tenía sumergido en la computadora; de lo que sí estoy seguro era de que habían pasado varias horas. De repente, unos toques en la puerta me sacaron de mi burbuja.
—Adelante —respondí, intentando no perder el hilo, de lo que revisaba.
—Señor, le traje algo, debe comer.
Miré lo que la chica traía en sus manos y me quedé un tanto extrañado. Era un café y algo que parecía un emparedado.
—¿Qué hora es?
—Un poco más de las cinco —responde ella.
—¿Y por qué no se ha ido?
—Iba a hacerlo, pero usted no ha comido y no le veo intención de retirarse, por lo que decidí traerle esto. Sé que no es ninguna delicatessen, como las que seguro usted acostumbra a comer, pero al menos no se morirá por inanición — habla ella.
Me sorprendió su actitud; no soy del tipo de jefe cordial y amable, que se gana el afecto de su personal, y la mayoría, seguramente, me daría un emparedado envenenado, con la intención de deshacerse de mí, por lo que el gesto de esta mujer fue inesperado.
—Déjelo allí ---dije indicando que lo pusiera sobre mi escritorio.
—Si no necesita nada más, me retiro, señor.
—no, no necesito nada más, puede retirarse.
La vi quedarse de pie, durante unos segundos más, como si estuviera esperando algo. La miré extrañado, al notar que no se retiraba, por lo que decidí, ¿preguntar —Sucede algo?
—No, no sucede nada, señor, con permiso ---expresa ella, mientras niega con la cabeza y en sus labios, se dibuja un amago de sonrisa, justo antes de salir de mi despacho.
(***)
Malena
—Hijo de la pu…risima madre que lo pario, es que ese cara de limón agrio, es un verdadero…grrrrr — bramé enojada, colérica, molesta.
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Editado: 07.09.2025