La fascinación del Ceo.

capítulo 6 "dormido"

Esta jaqueca me tiene harto, ni siquiera he logrado dormir bien; lo más extraño es que la misma empeora cuando no estoy en la oficina, lo que no tiene lógica porque, según mi médico de cabecera, lo que me la provoca es el estrés. No sé si sea percepción mía o ya esté alucinando, pero hay un olor, un aroma que parece estar aquí, que causa en mí un efecto relajante; esa es la razón por la que en los últimos días suelo pasar tanto tiempo aquí.

No esperé encontrarme a mi secretaria tan temprano en su puesto de trabajo. Mi malestar es tal que no tengo ganas de hablar con nadie.

Entré a mi despacho, me recosté en mi silla ejecutiva y cerré los ojos por unos minutos, buscando esa sensación de relajación que tanto necesito, antes de volverme loco.

Entre el trabajo, el ataque de la prensa y esta maldita jaqueca, me siento como si estuviera acorralado y debo reconocer que es la primera vez que experimento algo como esto en mi vida.

Soy un fascineroso del trabajo y bajo presión, tengo mejores resultados, pero con ese dolor de cabeza no legislo, soy prácticamente anulado.

Aunque el aroma ya no es tan fuerte, puedo sentir cómo mi estrés empieza a bajar, mis músculos se relajan y unos minutos después estoy tan relajado que podría dormirme ahora mismo.

Debo descubrir qué es lo que huele así y tiene ese efecto en mí. Tal vez si me comunico con el área de limpieza, podrían informarme qué desodorante ambiental o desinfectante están utilizando, es lo único que se me ocurre que pueda ser.

Media hora después de la jaqueca del demonio, ha desaparecido y yo me siento como nuevo, dispuesto a ser el mismo hombre de negocios, a quien todos temen, y no el debilucho al que un dolorcito de cabeza logra poner fuera de combate.

Enciendo mi computadora y solo un par de minutos después, observo a mi secretaria, entrar a la oficina.

—Buen día, señor —dice ella, luciendo imperturbable, como si ni siquiera se hubiese percatado de que la ignoré categóricamente al llegar. Trae en la mano un café humeante, que estoy más que seguro, pidió que lo prepararan a mi gusto. La mujer ha demostrado ser sumamente eficiente, no lo puedo negar, además de hermosa por supuesto. ­—Su café —agrega con una sonrisa que, por un momento, me deja deslumbrado.

—¿Qué tenemos para hoy? —pregunté, bebiendo un poco de la humeante bebida.

—No hay reuniones en la agenda, pero el jefe del departamento legal de la empresa solicitó una cita con usted; aún no le he dado la respuesta. A su derecha, hay documentos pendientes de firma —agrega.

—Bien, ya mismo los firmo.

—Dígale al licenciado que puedo darle media hora de mi agenda, que si le sirve, lo veo en diez minutos.

—De acuerdo, señor. Con permiso.

Me dispuse a revisar y firmar la documentación que mi secretaria acababa de indicarme. De repente me sentía con la energía renovada y pude percibir que ese bendito aroma se había acentuado dentro de la oficina. Me puse de pie y caminé hacia la puerta.

—Necesito que el departamento de limpieza me envíe la lista de los desinfectantes, desodorizantes y ambientadores que están usando para la limpieza de mi oficina.

—¿Hay algún problema con eso, señor?

—Solo haga lo que le pedí —dije antes de cerrar la puerta.

Volví a mi escritorio y, como si fuera un pez en el agua, me dediqué a trabajar. Debía descubrir de dónde venía ese aroma. Necesitaba llevarlo a mi casa, a mi auto, en mi ropa si era posible, con tal de que esa maldita incomodidad en mi cabeza, no regresara.

Me reuní con el jefe del departamento legal, que como supuse, no quería nada importante, sino solo tener mi atención, para pedir un aumento que no se había ganado.

—He tenido demasiadas quejas de su departamento en las últimas semanas; incluso yo mismo he tenido que corregir algunos planteamientos y redacciones en documentos importantes, porque, por lo visto, mis asesores legales no están haciendo el trabajo. Son muchos millones en juego, demasiada responsabilidad, como para que gente inepta la maneje, ¿y usted tiene el descaro de pedirme un aumento? —dije en un tono serio.

Indignado por mis palabras, el hombre se puso de pie. —No le permito… —intenta decir, antes de que lo interrumpa.

—Usted me permite lo que a mí me da la gana, o se le olvida quién autoriza el pago de sus honorarios, que, por cierto, son bastante jugosos, según tengo entendido. Claro que, si no está de acuerdo con lo que percibe aquí, puede presentar su carta de renuncia cuando desee —dije con una sonrisa, que terminó de enfadar al hombre, que se encuentra de pie frente a mí.

Desde donde se encuentra mi secretaria, que, por solicitud mía, está presente en la reunión, mira la escena con recelo.

—Ya veo que la gente no se equivoca cuando lo describen como un hombre insensible e intransigente.

—La gente puede pensar y decir de mí lo que le dé la gana, eso no es mi problema, sino de ellos. Nuestra reunión ha terminado, retírese.

—Yo no he terminado…

—Si lo hizo, retírese —hablé en un tono imperativo, que no dejaba lugar a discusiones.

—Esta misma tarde, tendrá en su escritorio mi carta de renuncia —brama el hombre, como si, con aquello, quisiera amedrentarme.




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