Warren
Abrí los ojos y lo que vi fueron las paredes de mi oficina. No tenía ni idea de qué hora era, pero sí pude ver por la ventana que ya había oscurecido. Definitivamente, la mala noche, noche, me estaba pasando factura.
Al menos me sentía mejor y eso me tenía de mejor humor.
Tomé la chaqueta de mi costoso traje italiano y me la coloqué. Estaba tan relajado que hasta me animé a invitar a Elmer a ir por unos tragos. Era viernes en la noche; al día siguiente no vendría a la oficina, así que podía darme una canita al aire, para aligerar la semana estresante que había tenido. ‘
Marqué su número desde mi teléfono y a la primera timbrada, mi primo contesta.
—Dichosos los oídos que te escuchan, primito —saluda, desde el otro lado de la línea.
—Hola, hermano, ¿dónde andas?
—Camino a casa, por favor, no me digas que necesitas que regreses a la empresa, para ver algo de trabajo. Ya estoy en modo fin de semana, brother, no me hagas eso.
—No, no te llamo para eso. Por el contrario, se me ocurrió que podíamos ir a tomarnos unos tragos y distraernos un rato —respondí.
—¿Estás hablando en serio? Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que tú y yo, hicimos algo como eso, primo.
—Bueno, si te animas, puede ser hoy.
—Tengo una mejor idea. Mejor vamos a un club nuevo, he escuchado que es un sitio bastante bueno y exclusivo. Podemos tomarnos unos tragos y conocer a algunas chicas y, bueno, divertirnos, para celebrar que el gran Warren Carson, ha vuelto a la soltería.
—Parece un buen, plan —respondo.
—Bien, entonces ve a casa, ponte ropa de esa que te hace parecer gente normal y en dos horas nos vemos en tu casa, para irnos al club —agrega Elmer.
—Bien, te espero en casa.
Cerré la llamada y me sentí animado. El plan sonaba bien y la jaqueca había desaparecido por completo.
Inhalé profundo, para llevarme hasta el último vestigio de aquel olor, que ya apenas se percibía en mi oficina y que estaba decidido a identificar; solo esperaba que la dosis que le había dado a mis pulmones, me alcanzara hasta el día lunes, cuando regresara a la oficina.
Al principio creí que lo del olor era una tontería, algo que era producto de mi imaginación, pero cuando investigué al respecto, descubrí que sí era factible, que algunos olores fueran capaces de calmar migrañas o jaquecas. Solo tenía que averiguar de dónde provenía el olor y problema resuelto.
Bajé hasta el estacionamiento subterráneo, donde se encontraba mi Maserati negro; apenas puse en marcha mi vehículo, también lo hicieron mis guardaespaldas. Un hombre como yo no podía moverse sin seguridad, pero mi equipo sabía que debía ser discreto.
Manejé hasta llegar a mi casa. El inmenso portón, de hierro forjado, se abrió para abrirme paso. Bajé del vehículo y me adentré a la lujosa propiedad, en la que vivía junto con mi madre y mi hermana. Después de la muerte de papá, decidí regresar aquí, no me parecía justo que estuvieran solas. Por supuesto que seguí manteniendo mi penthouse de soltero, pero la mayor parte del tiempo, la paso aquí.
Incluso en algunas ocasiones Amalia se quedaba aquí, lo que ahora reconozco fue un error, porque mi madre vio eso, como algo más formal.
—Llegaste, mi amor —dijo mi madre, desde el pie de la escalera.
—Hola, madre —respondí, mientras caminaba hacia ella para darle un beso.
—Tienes mejor semblante, que esta mañana—dice animada.
—Me siento mejor—respondí.
—Qué bueno, mi amor.
—Hola, guapo —dice Jazmín, llegando a nuestro lado.
—Hola, enana —hablé mientras le dejaba un beso en la frente.
—Te estábamos esperando para cenar —expresa mamá.
Nos toma de la mano a mi hermana y a mí, y nos guía hacia el enorme comedor. Los tres nos sentamos a la mesa, respetando el puesto de papá, ese que siempre usaba en la cabecera de la mesa.
Era inevitable que, a pesar del tiempo, eso aún pasara. Era como si él se hubiera ido en uno de sus viajes de negocios y su silla estuviera allí, esperando su regreso.
En medio de las risas de mi hermana y sus anécdotas de la universidad, las historias de mamá sobre los asuntos de la fundación y mis chistes malos, cenamos en una armonía que ahora realmente valoraba.
—Amalia dio otra entrevista —dice mi madre.
—Ella, puede hacer lo que quiera, mamá.
—Esa mujer, es una resentida —agrega Jazmín —No termina de aceptar que Warren la dejó.
—Es solo una mujer, herida, cariño —explica mamá.
—El amor no se obliga madre —contesta mi hermana.
—Eres muy joven para entenderlo, mi niña.
—No hay edad, para tener amor propio, madre —responde Jazmín.
—Si un hombre me deja, no tengo por qué andar dando declaraciones en cada programa o revista, para afectar su imagen, solo porque no me quiso —declara mi hermana.
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Editado: 07.09.2025