Malena
Por un momento sentí pánico de que fuera a despedirme. Tenía claro que me había pasado del límite, que había sido un error responder de esa manera, pero a veces mi cerebro y mi boca se peleaban y cada uno hacía lo que le daba la gana.
Para mi buena fortuna eso no pasó, pero lo que sí no me esperaba es que Gargamel dijera, por favor y gracias.
Lo miré fijamente; por un momento me asaltó la duda de que el hombre que estaba frente a mí no fuera mi jefe. Tal vez podía ser algún hermano gemelo, con mejor educación, o algún robot, de esos que la gente manda a hacer, para que los supla en el trabajo cuando ellos quieren irse de farra.
Hasta me vi tentada a darle una pellizcadita, para cerciorarme de que era un ser humano real.
—¿Se siente bien, señor? —pregunté, genuinamente preocupada.
—Sí, ¿por qué la pregunta?
Ah, no, por nada, solo es que como de repente se le activó el chip de los modales, pues me preocupé un poco, nada más.
—No, no, por nada —respondí—. Con permiso —dije justo antes de girarme para salir de la oficina de mi jefe cara de limón agrio.
Llegué a mi escritorio y tomé mi bolso; tenía la sensación de que debía huir de este lugar lo antes posible. Por si acaso se le desactivaba nuevamente el chip y salía de aquella oficina, convertido en un ogro y con el malsano deseo de dejarme desempleada.
¿Qué tan factible sería que me hubiera despertado en un universo paralelo en el que mi jefe fuera un ser humano capaz de decir "por favor" y "gracias"?
Me dio escalofríos de solo pensarlo. A paso apresurado, avancé hasta el elevador, pero justo cuando las puertas de este se abrieron, vi a Elmer salir del mismo.
Lucía, como si lo acabaran de arrancar de la cama, y su mal humor era palpable.
—No me digas que ese insensato también te hizo venir a la oficina hoy sábado. Es un desconsiderado, maldito infeliz —Brama Elmer —. ¿Puedes creer que me llamó a las once de la madrugada? —afirmó, indignado.
Sonreí mientras negaba. Elmer era el maestro de la exageración. Cómo se notaba que el mayor trabajo que había pasado en su vida había sido sujetar el biberón.
—No, yo vine a la oficina por mi propia cuenta —respondí.
—Sí, sabes que hoy es sábado. Día libre, día para descansar y dormir hasta tarde.
—Sí, lo sé, pero tenía que dejar algo arreglado para el día lunes.
—Cuando sea grande, quiero ser tan responsable como tú, mientras tanto, seguiré siendo como yo. — habla él.
—Ya eres grande, Elmer —aseveré sonriendo.
—Entonces, fracasé en el intento. Lo siento.
Sonreí divertida por las locuras de este hombre.
—¿Ya llegó Warren?
—Sí, el señor Carson ya se encuentra en su oficina.
—Bien, entonces iré a ser víctima de explotación laboral. —Deséame suerte. —Ah, por cierto, ¿te veo más tarde en casa de Katy? —pregunta él.
—Sí, allá nos vemos, solo iré por algo a mi casa y Katy irá por mí.
—Perfecto, guapa. Te veo luego.
Lo vi avanzar hacia la oficina de mi jefe y adentrarse en la misma, mientras yo esperaba que la puerta del elevador se cerrara, para bajar hasta el lobby.
Salí del lujoso edificio de las empresas Carson, rumbo a mi apartamento. Solo tenía que subir por mi bolso y esperar a que Katy pasara a recogerme.
La noche anterior, la hermanita de Gargamel nos había parecido todo un encanto a mi amiga y a mí, por lo que me pareció una idea genial, lo del día de piscina. La idea inicial era que fuera solo de chicas, pero por supuesto que Elmer se autoinvitó.
Me pregunté: ¿cómo era posible que dos personas tan diferentes pudieran llevar la misma sangre? Una tan dulce y agradable, y por supuesto que me estoy refiriendo a Jasmín, y la otra, más amarga que el limón agrio, y obviamente me refería a Gargamel.
(***)
Warren
—¿Qué es eso tan importante, para lo que me necesitas? — dice Elmer, entrando a mi oficina, con cara de pocos amigos.
Todavía no se me había ocurrido qué carajos decirle. Aún estaba un poco abrumado por encontrarme a mi secretaria aquí, así como por la inusual forma en la que reaccioné ante su actitud desafiante.
Miré la caja con los productos de limpieza y de inmediato, se me vino una idea a la cabeza.
—Necesito que me ayudes a identificar una fragancia en estos artículos de limpieza. Es un olor que me ayuda a aliviar mis jaquecas. Solo lo percibo cuando estoy en mi oficina y necesito descubrir de dónde proviene.
Elmer me miró como si lo que estuviera escuchando, fuera algo ininteligible.
—¿Qué dijiste?
—¿Qué necesito que me…?
—Sí, sí, sí, te escuché. Pero a decir verdad, tengo la impresión de que se te zafó un tornillo o algo por el estilo. O tal vez el estrés, te fundió un par de neuronas. Me rehúso a creer que me hiciste venir un sábado a la oficina, solo para que ayude a oler desinfectantes, Warren.
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Editado: 07.09.2025