Por sobre los rastros de nieve comenzaban a asomar algunos brotes, señal de que la primavera se acercaba tratando de traer calidez a la aún fría ciudad de Londres.
Esas últimas semanas habían sido duras para todos, sobretodo en sus intentos por recuperar esa rutina que el invierno les había arrebatado. La gente por todos lados, los mercados, los finos vestidos y los humildes zapatos, todos en un mismo lugar contrastando, pero dando aquel tinte único a aquella ciudad.
Todo parecía recobrar su curso, sólo que no era del todo así, no para ella y su pequeña hermana. La joven y adorable, Hazel Laurens, se hallaba en la búsqueda de un trabajo. Algo, que pudiera mantener a su hermana y a ella cómodas económicamente ahora que estaban por su cuenta en el mundo.
En algunas de sus tantas visitas a los mercados, oficinas y grandes mansiones, se encontró con él. Alexander Miller, con su risueña personalidad y amabilidad ensayada, le había ofrecido un puesto que Hazel no tendría el lujo de rechazar. Muy a pesar de las cuestiones morales y éticas que se batallaban en su interior ante aquella propuesta perversa, ella accedió, sin detenerse a pensar en la víctima, y solo pensando en su pequeña hermana y en cuanto necesitaban esa ayuda económica.
El señor Miller tenía todo pensado y calculado, y confiaba que aquella dulce y hermosa niña podría lograr lo que tanto esperaba.
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Hazel se tomó su tiempo antes de tocar la gran puerta. Se quedó allí fuera unos minutos meditando si su nueva labor sería correcta no solo para ella, sino también para su inevitable víctima. Tomando fuerza y recobrando la compostura, finalmente se acercó para llamar a la puerta conservando la imagen de su hermana en su mente como un recordatorio del porqué de sus acciones.
Fue recibida por el ama de llaves, una gentil mujer entrada en años, que le explicó sobre la situación de la familia y sobre cual serían sus actividades a partir de ese momento.
Recorriendo los largos y oscuros pasillos, se encontró con un gran retrato donde se podía apreciar la noble y bondadosa mirada de una joven mujer de castaños cabellos. Al pie del marco en una placa dorada se podía leer que se trataba de la esposa del señor de la casa, que como ya estaba enterada, había fallecido.
Por un largo momento se quedó allí observando a detalle aquel óleo, apreciando la forma en la que su belleza e inocencia fue retratada, imaginando que su perdida había dejado una herida muy grande en el Señor Hensley. Ella se encontraba ese día allí para solucionar aquello, sabía que eran muy recientes sus heridas, pero tenía que tener la voluntad y la fuerza para sanarlas y alejarlo de alguien que podía ser muy peligroso para él. Entendía que su estancia tenía una intencionalidad impuesta por otra persona, pero creía que el destino también la quería justamente allí, algo dentro de ella, por más desquiciado que suene, le gritaba que estaba en el lugar correcto.
Mientras hacia sus labores oyó el revuelo de las demás empleadas al enterarse de que El Señor estaba llegando. Al contrario de las otras señoritas que se agolpaban torpemente en la puerta de servicio para poder ver al joven Señor, Hazel, se asomó por la ventana que daba a la entrada desde el pasillo del segundo piso. Entre las finas cortinas pudo apreciar como un joven caballero de cabellos oscuros, pálida piel y porte elegante, que no superaba los treinta años, bajaba de un gran carruaje.
Le asombró a Hazel ver en la apariencia juvenil del Señor una mirada demacrada y llena de pena. Su corazón se estrujó un poco al ver a la pequeña bebé en brazos de una señora mayor, quién dedujo sería la abuela. En su tan corta edad esa niña había perdido a su madre y en parte había perdido a su padre ya que él no era el mismo desde que su querida esposa se había ido.
Arreglando su modesta apariencia, se reunió con las demás empleadas en la cocina, esperando a que el ama de llaves la presentara al Señor como la nueva integrante del servicio, pero no fue así. El Señor Hensley no deparó en presentaciones y se dirigió directamente a su estudio argumentando que no deseaba ver a nadie. Con algo de desilusión, Hazel aceptó aquel pedido esperando que pronto apareciera otra ocasión en la cual podría presentarse y así, comenzar su verdadera labor.
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Los días pasaron y la primavera hacia acto de presencia en los grandes jardines. Las copas de los árboles comenzaban a teñirse de verde y los alrededores se llenaban de colores y aromas provenientes de las más exóticas flores.
En un intento de trasladar aquel hermoso paisaje dentro de la casa, Hazel cortó y juntó todo tipo de flores para adornar los ornamentales jarrones de la mansión. Cada esquina se encontraba adornada dando un toque más hogareño y apacible.
Llevando el último ramo al estudio del Señor, Hazel se detuvo por un momento a contemplar la inmensa biblioteca repleta de formidables títulos y autores. En su afán por establecer cualquier tipo de contacto con El Señor, la joven tomó papel y pluma del escritorio para escribir, lo que ella esperaba, sería un pequeño paso a la vida del Señor. Dobló el pequeño papel dejándolo entre las páginas de un libro que se encontraban sobre la mesa con la esperanza de que en algún momento ese mensaje fuese respondido.