La Favorita

II

Aquella tarde resultó fatídica y desesperante para la niñera de la pequeña Emily. La pobre criatura se sumergía en puro llanto y desconsuelo. Sus alaridos eran audibles en toda la mansión causando molestia en algunas y lástima en otras. Hazel, estaba con las que sentían lástima, porque ella sabía perfectamente lo que era sentir la ausencia del calor de una madre, y a pesar de que su situación haya sido causada por rechazo, no quitaba el hecho de que sabía lo que se sentía.

Con todo el respeto que le tenía a la encargada del cuidado de la pequeña, le pidió amablemente permiso para ayudarla, algo que la pobre y cansada mujer aceptó con agradecimiento.

Hazel tomó a la pequeña entre sus brazos con el máximo cuidado y delicadeza, acomodando su frágil cuerpo e intentando darle comodidad y calor. Al ver que su estado no cambiaba quiso poner en práctica algo que siempre había funcionado con su hermana: se acomodó en la mullida silla mecedora lo más reclinada que pudiera para poder así, colocar la cabeza de la bebé sobre su pecho. En aquella posición, con su pequeño oído pegado a la altura de su corazón esperaba que se relajase con los latidos y así, poder dormir un poco y devolverle la paz a aquella mansión.

Muy lentamente, el llanto comenzó a apaciguarse y la calma comenzó a reinar en la habitación, oyéndose solamente los profundos suspiros de la pequeña ya dormida. Hazel, orgullosa por su hazaña observaba con ternura y adoración a la noble criatura acurrucada en su pecho, sintiendo melancolía y añoranza por su pequeña hermana. A pesar de que sabía que ella estaba a salvo con su prima y su familia, no le quitaba esa sensación de vacío por no verla a diario.

Hundida en sus pensamientos y más profundos sentimientos, la joven se concentró en el dulce rostro de Emily y en su tierno descansar, no prestando atención en la verdosa mirada que las observaba.

Thomas, hacía poco que había llegado desesperado por ver a su hija que, según el mensajero, lo necesitaba con urgencia. Corriendo por escaleras y pasillos, llegó a la habitación deteniéndose perplejo ante aquel paisaje que la joven Hazel y su pequeña brindaban. Apoyado en el umbral se quedó, ya más relajado, admirando la escena más tierna que pudo alguna vez imaginar, dejando que una sonrisa por primera vez en algún tiempo se dibujara en su rostro.

En un atisbo distraído su mirada se elevó capturando infraganti a Thomas mientras las observaba. Su rostro inevitablemente se tiñó de un tono carmesí que resaltaba en su piel aceitunada. Thomas se fue acercando intentando hacer el menor ruido posible y al llegar a su lado se inclinó quedando a la altura de la joven sentada con su hija en brazos. Su pequeño ángel dormida plácidamente, como si no hubiese lugar más cómodo que el pecho de esa hermosa joven.

Se había sorprendido a él mismo por el pensamiento que cruzó su mente de forma traicionera y por el repentino repiqueteo de su corazón. No podía negar, como hombre, que Hazel era una mujer hermosa. Poseía una belleza sencilla, camuflada en ropa humilde y en peinados cómodos para que a la hora de hacer sus labores no estorben, pero juraría que con las prendas adecuadas y soltando su oscuro cabello su belleza se realzaría.

— Bienvenido, señor Hensley— susurró Hazel aún aturdida por la mirada tan intensa de Thomas.

— ¿Cómo está mi Emily? — Preguntó suavemente. La joven estaba por responder cuando su mirada ámbar se quedó hipnotizada por la acción del hombre frente a ella. Su pálida mano fue acercándose lentamente para tomar la pequeña y rosada mano de la bebé, logrando que inevitablemente sus pieles entraran en contacto. Aquel simple y superficial toque provocó algo desconocido para Hazel; una sensación de cosquilleo terminando en un escalofrío que, muy extrañamente, le fue agradable.

— Bien— respondió lo más claro que pudo, queriendo ocultar lo afectada que estaba por su presencia—. Tranquila.

— Ya veo— agregó Thomas mientras una sonrisa asomaba en sus finos labios— Gracias por calmarla.

— No fue nada, señor— respondió Hazel apenada por el agradecimiento. Ella no lo había hecho por algún reconocimiento o para agradarle más, sino que fue un acto llevado por la empatía—. La entiendo perfectamente.

— ¿Cómo? — Se interesó él.

— Comprendo muy buen lo que es crecer sin el calor de una madre, es muy duro a cualquier edad. — La mirada de Thomas se ensombreció por un fugaz momento causando remordimiento en la joven por tocar un tema tan delicado —. Lo lamento mucho, fui indiscreta.

— No sé disculpe, no tiene de qué— dijo volviendo al mismo estado de antes aliviando la conciencia de la joven—. ¿Usted también perdió a su madre? — Hazel se sorprendió por el interés del hombre en su vida personal.

— Creo que es peor. Ella siempre me rechazó, desde pequeña fui vetada de su corazón— respondió ella.

— Es terrible escuchar algo así— dijo Thomas horrorizado.




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