La Favorita

VIII

Al entrar en aquella habitación sus ojos se habían nublado por las lágrimas. Verla yaciendo pálida sobre aquella cama le partió el corazón. Se arrodilló a un costado de la cama y tomó su mano entre las suyas, queriendo darle calor, la besó y cobijo por un tiempo hasta que finalmente se entregó al llanto.

Sus hombros se agitaban violentamente y los sollozos eran ahogados por su mano.

—Thomas...— Se oyó débilmente. — Amor...

—Shh... debes descansar. — dijo aun con la voz rota.

—¿Por qué lloras?

—Casi te pierdo, Hazel. Pero no importa ahora, descansa por favor.

—Bien. —Dijo y volvió a cerrar los ojos.

Tardo un poco más de un mes recuperarse al cien por ciento, pero la familia Hensley no había perdido a nadie aquel día. La herida que Hazel había sido superficial, permitiendo que el médico la salvara a tiempo, aunque el dolor de la recuperación la había indispuesto más de lo acostumbrado.

Thomas aún recordaba esa fatídica tarde y como se había consumido en la agonía de creer que la había perdido. Sin embargo, todo peligro fue superado y podían contar aquello como algo pasado.

Todos en la mansión la habían cuidado diligentemente ya que la nueva señora Hensley era reconocida como una heroína dentro de la familia. Todas aquellas sirvientas que una vez la despreciaron y dirigieron miradas hirientes hacía ella, hoy reconocían lo equivocadas que habían estado al acusarla de oportunista.

Sophia fue la mejor y más fiel enfermera. Su pequeña hermana había pasado noches enteras acompañándola cuando líneas de fiebre aparecían debido a una infección, ella se negaba a dejarla sola ya que sabía que le debía todo a su hermana mayor, ella la había rescatado de un hogar violento y la había llevado a su nuevo y cálido hogar.

El primer día en el que Hazel tuvo las fuerzas para salir, la llevó de paseo por el jardín, dejándola admirar las ultimas flores que la primavera había dejado. La pequeña Emily era la que más contenta estaba de verla, tanto así, que escapó de los brazos de su abuela dando sus primeros y torpes pasos hacia a ella.

No había oportunidad en la Thomas no le dijera o expresara cuanto la amaba, cada noche él la acompañaba hasta que ella conciliara el sueño y antes de marcharse besaba su frente como muestra de despedida.

Pero una noche, Hazel lo sintió levantarse de su lado e intento retenerlo.

—No te vayas, por favor. — dijo en tono de súplica.

—Pero debes descansar, cariño. — argumentó con una divertida sonrisa ante su tono.

—Descansaré mejor si te quedas conmigo.

—No creo poder quedarme a tu lado solo para dormir, mi querida. — la sonrisa que se dibujaba en su rostro era algo nuevo que no había visto antes, pero igualmente le agradó.

—¿Quieres charlar acaso? — cuestionó con inocencia fingida. Ni ella misma podía creer su todo casi seductor, pero le estaba hablando a su esposo, no lo encontraba incorrecto.

—Si los besos fueran palabras, entonces tendría un seminario entero preparado desde hace tiempo para ti.

—No puedo creer que me sonroje por mi esposo.

—Yo adoro hacer sonrojar a mi hermosa esposa. — Fue acercándose lentamente a su lado. — pero quiero aguardar a que estés completamente saludable.

—Yo creo tener la salud más que fortalecida. — aseguró pícara acercándose a sus labios.

—Sin embargo— ella rozó sus labios. — preferiría no arriesgarme.

Como si una fuerza sobre humana los atrajera, sus labios se unieron ferozmente. Toda aquella pasión que habían acumulado se vio florecer con ese beso.

Thomas intentaba resistir sus ansias de acariciar su cuerpo que lo tentaba bajo ese fino camisón. Aquella delicada prenda era una tortura a su cordura. 
Sus grandes manos deseaban arrancársela y así, poder admirar la belleza de su esposa en su máxima expresión.

Hazel lo retenía con sus besos, empujándolo a darle aquello que ningún hombre le había dado, deseaba entregarse física, sentimental y espiritualmente al caballero que le dio felicidad pura y desinteresada. Quería entregarse al hombre que amaba.

Thomas comenzaba a rendirse al dulce encanto de la morena. Comenzaba a sentir como su ropa le incomodaba, impidiendo estar más cerca de ella. Se deshizo de la camisa como si esta le quemara la piel, se deleitó por un momento al ver el brillo instalado en la mirada de su esposa debajo de él. Encontró en el simple acto de desvestirla, un motivo más para amarla de por vida; la sensualidad inocente con la que lo miraba podía llegar a hacerlo olvidar sus modales y dejarse llevar por los impulsos salvajes y carnales. Sin embargo, pudo ser capaz de reencontrarse con el caballero de su interior ya que estaba seguro de lo que quería en ese instante; deseaba hacerle el amor a Hazel. Deseaba amar cada parte de su cuerpo y dejar una huella que ellos puedan recordar por siempre. 
Su primera vez como el Señor y la Señora Hensley.

Lentamente, Thomas inicio un dulce y húmedo camino de besos que la recorría desde sus labios hasta la cima, sensible y estimulante, de sus senos. Todo su cuerpo comenzaba a irradiar calor, un calor placentero, sensaciones desconocidas, pero igualmente estimulantes.




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