La fiesta de las máscaras

CAPÍTULO 5

PRESENTE

La mañana era fría y oscura, como era costumbre. Pospuso el despertador cinco veces, o al menos las que él había contado. Tuvo un sueño nuevo, de los que tenía que levantarse rápidamente y escribir, medio mareado, los pocos fragmentos que recordaba. Sin embargo, esta vez había sido diferente. Daba igual las veces que se despertara, o si lograba dormir algo cada vez que apagaba el móvil para que se pospusiera el despertador. Siempre que abría los ojos recordaba todo el sueño.

No quería alegrarse de tener un sueño completo que no se borraba de su mente a los pocos segundos de despertar. No cuando, después de años intentándolo, pasase después de la visita de Idara. Odiaba la idea de tener que pedirle disculpas por algo que, en el fondo, él mismo sabía.

¿Estaba cegado por su mente? Sí. ¿Sería mucha casualidad que las dos personas con las que hacía trastadas de pequeño, las cuales no recordaba, se encontrase en el mismo edificio conviviendo? Sí. ¿Quería creer que lo que contó ayer Idara simplemente fuese una coincidencia? Jodidamente sí.

Desde que la chica dejó su piso, no había dejado de pensar en lo que dijo. Al principio estaba enfadado, confuso. Quería aporrear la puerta de su vecino, gritarle que no tenía gracia y exigirle unas explicaciones que ni siquiera sabía si las tendría. Estaba tan irritado que apenas podía concentrarte en su trabajo. Luego, tras cuatro frustrantes horas en frente de la pantalla con un código desastroso y ningún avance, decidió que lo mejor sería ponerse cualquier video o ver cualquier streaming. Aquello le consiguió relajar.

Se enrolló en una manta verde pastel, propiedad de su ex-novia, sacó algo de chocolate y algunas patatas y, con un café frío, se entretuvo las primeras dos horas. Después el sonido quedó de fondo. Su mente volvía a dar vueltas sobre el asunto de Idara, solo que esta vez, de forma más tranquila.

Primero empezó repasando la conversación que tuvieron, las posibles formas en la que, si fuese una pesada broma, se podría haber enterado y en la gran posibilidad de que fuese verdad. Tenía miedo de que sus problemas se resolvieran en tan poco tiempo, cambiado con la forma en la que vivía desde la muerte de sus padres. Luego buscó que hacer, eligiendo las opciones más viables y que más podrían llegar a favorecerle: lo principal era dejarlo todo tal cual estaba. De entre todas las opciones era el que peor sabor de boca le dejaba. También pensó en hablar con Benjamín e intentar averiguar si realmente estaba compinchado con Idara o no. Por último, disculparse con la chica y dejar que todo fluyera poco a poco.

Estaba indeciso. Las tres opciones eran válidas. Una le daba mayor seguridad, otra era bastante atractiva. ¿Debería salir de su burbuja confortable? No lo sabía. Tenía miedo. Sabía que, si hacía una de las otras dos opciones, iba a estar incómodo. Llamaría a ambas puertas con un pequeño temblor en las manos, sentiría la adrenalina que sus antiguos amigos le decían que le faltaba. 

Acabó acostándose a las tres de la mañana, dejando que su yo del futuro decidiera mañana. Ahora se encontraba bajando las escaleras, buscando la puerta de la chica que le había abordado el día anterior. No había preparado unas disculpas. Tampoco las necesitaba.

—Benjamín se resbaló por una cuerda, ¿qué le pasó? —preguntó cuando Idara abrió la puerta después de abusar del timbre. A pesar de que su voz estaba agitada, hablaba lentamente, procurando que sus palabras fueran bastante entendibles.

—Una cicatriz en la parte izquierda de la espalda.

Alfonso entró empujando a Idara. Aquella información no podía ser inventada. Tampoco casualidad. Y mucho menos podían haberlo visto en sus notas. Era la prueba que necesitaba para poder confiar en ella y en sus palabras.

—¡Exacto! ¡Y tuvimos que decírselo a los camareros!

—Que se preocuparon también por nosotros porque estábamos llenos de sangre.

Idara estaba apoyada en la pared del pasillo, observando cada expresión que ponía su amigo. Alegría, confusión, euforia. Se sentía bien consigo misma, aún algo decepcionada con él por su actitud el día anterior. Le confortaba saber que, pocas horas después, había llamado insistentemente a su puerta. Aunque no obtuvo unas disculpas per se, podría considerar la pregunta que le hizo, y las reacciones de después, como unas.

Mentiría si decía que se fue preocupada a la cama. Quizás algo intranquila, pero nada que le quitase el sueño. Conoció a Alonso de pequeño, cosa que recuerda bastante bien, pero también lo conoció de adulto. Estaba al tanto del cambio radical que dio. De como esa personalidad alegre, efusiva e inquieta se volvió todo lo contrario.

Cuando lo conoció por primera vez, algunos años atrás, cuando se mudó, le pareció un imbécil de manual. Era la típica fachada de tipo narcisista, arrogante, soberbio y seco. De esos que cambiaba su cara neutra a una mueca de desagrado o una falsa sonrisa de cortesía. Con el paso de los meses, y en las pocas ocasiones que interactuaban. Esa fachada cambiaba lentamente hasta lo que en ese momento conocía a Alonso.

No sabía cuando había podido cambiar tanto. Si era algo radical, o algo que fue poco a poco desde que se dejaron de ver.

—¡Si pudiera darte un beso lo haría sin dudarlo! —gritó abrazándola—. ¡Tengo ganas de que se acabe esta pesadilla!

—De nada —sonrió—. Ahora tengo que enseñarte algo.

Le acercó la tablet. Trabajaba en una editorial, buscando esos talentos ocultos que publicaban sus novelas gráficas en internet. Llevaba una semana con una muy particular, una que relataba todas las aventuras que había vivido ella misma.

Todas las historias estaban bastante detalladas, obviando la parte de los adultos. Solo las aventuras de ellos tres. Sin mucho contexto, o al menos por ahora.

—¿Qué cojones?

—Mira quién es el autor.



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En el texto hay: pasado, muerte, desaparacion

Editado: 13.12.2023

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