PASADO
Devil's Trill Sonata de Giuseppe Tartini sonaba acompañado de las estruendosas risas y murmullos de los invitados. Ese día era especial, y nadie había escatimado en gastos.
Hacía ya cuarenta años que los organizadores hicieron su primera fiesta. Cada aniversario que acaba en cero, representante del infinito, lo festejaban por todo lo alto. Elegían una temática y los invitados que no estuvieran acorde, eran tachados de las listas de forma definitiva.
No eran mucho las fiestas temáticas. Normalmente, se celebraban durante días, generalmente, paganos o cualquier otro propuesto por los invitados y votado por los organizadores. Solían ser temáticas muy amplias, como épocas históricas o estilos como el steampunk. Sin embargo, cada aniversario era distinto y con un código muy estricto.
Aquel año la invitación llegó con algunas semanas de antelación. La temática iba sobre animales. No tan solo tenían que llevar la máscara de algún animal, sino que, además, no podían usar ningún estampado o accesorio. La ropa debía ser totalmente lisa y monocromática; lo único que se permitía era un pequeño y sutil estampado de sangre, si el animal era carnívoro, o de hojas y semillas, si era herbívoro.
La decoración iba de la mano. El color verde de los grandes árboles y la colorida fruta estaba tanto afuera cómo adentro de la casa. La comida se servía según el animal: si el invitado llevaba un animal herbívoro se le daba comida vegetal, y si era carnívoro únicamente carne.
—¡Guau! ¿Eres una pantera? —preguntó Benjamín dando vueltas al rededor de Idara.
Aquellas veces los niños también debían ir acorde a la temática elegida, incluidas las máscaras, a pesar de no ser obligatorio para los menores de diez años, siempre y cuando nunca se hayan visto en público o se supiera de ellos más allá de la fiesta.
Idara llevaba un vestido de tirantas negro con una máscara de mantera. Se movía incómoda y la máscara le dificultaba respirar, ya que le cubría toda la cara. Antes de salir, su madre le había mostrado como tenía que comer: o movía levemente la máscara a un lado o apenas la despegaba de la barbilla. Todo eso le parecía una estupidez. Deseaba poder alejarse de los adultos lo más rápido posible para poder quitársela. Lo que tenía claro era que la falda no le iba a quitar la poca libertad que tenía por el hecho de que fuese más pomposa y pesada de lo que estaba acostumbrada.
—¡Sí! Y adoro tu panda rojo, es uno de mis animales favoritos. —Sus padres eran propietarios de varios zoos, por lo que en muchas ocasiones iba. Se quedaba fascinada mirando como se comportaban y lo acostumbrado que estaban acostumbrados al ser humano—. Lo que no llego a entender muy bien por qué Alonso eligió un lémur.
Benjamín llevaba un conjunto de dos piezas: una camiseta de un leve color cobre y una falda larga color teja. Alonso eligió algo más simple: un pantalón y una camiseta gris.
—Simplemente soy un rey —argumentó llevándose unas uvas a la boca.
Habían cogido toda la comida que el pequeño plato negro de cerámica le dejaba llevar y se habían alejado de todos. Decidieron ir al lado contrario de la puerta de entrada, rodeando la casa. Era un lugar desconocido para ellos, y, viendo que a todos en menor o mayor medida les molestaba la máscara, pensaron que era un buen lugar para poder estar libremente sin que ningún adulto, ni siquiera los trabajadores, los viera y les regañara.
No tardaron mucho en comer. Generalmente, cogían poca comida y luego, si les daba hambre, iban a pedirles a los trabajadores. Ese día no iba a hacer menos. Alonso era el que más comida cogía, y al que siempre tenían que esperar.
—El rey de los comilones —se burló Idara. Agarraba de las manos a Benjamín, guiándolo en un torpe vals con la leve música que llegaba a escuchar de la orquesta—. Jamón, no pasa nada si me pisas, en serio.
—¡Pero te va a doler!
—Es parte del progreso.
La escena era habitual para los tres chicos. Siempre que descansaban de sus trastadas, o estaban escondidos a la espera de que los adultos se aburriesen y volvieran a la fiesta, la chica enseñaba a bailar a Benjamín bajo la tranquila mirada del chico. Era un momento tranquilo, sin risas, distracciones o sonidos ajenos de ellos o la propia música. Alonso planeaba la siguiente aventura, o de que podían hablar. Escuchaba alguna indicación de la chica o alguna que otra disculpa del otro.
Rara vez estaban más de una pieza. En el momento que la orquesta paraba unos segundos para empezar la siguiente canción, ambos chicos se despedían como si de un baile formal se tratase. Se giraban hacia Alonso, sonreían y soltaban a la vez: «¿Y ahora qué?».
—¿Y si simplemente caminamos? —propuso el mayor.
—¿No está muy oscuro?
—Está igual de oscuro en todas partes —comentó Idara—. Se ve perfectamente, pero si tienes miedo puedes agarrarme la mano —lo tranquilizó.
Caminaron recto, siguiendo al pie de la letra su plan inicial.
Todo parecía aburrido. Los árboles eran lo mismo, y el suelo bastante plano. No había ninguna gran roca a la que pudieran escalar o alguna extraña decoración como estatuas o círculos de piedras con alguna cascada artificial. Sabían, por descarte, que aquella zona debían estar los cultivos. Querían ir y echar un vistazo.
—Creo que por allí están —señaló Idara una pequeña fuente de luz entre los árboles—. ¿No es un poco tarde para que estén recogiendo las verduras?
—Quizás el pepino sepa mejor si se recoge por la noche —argumentó el más pequeño.
—Eso no tiene sentido, Jamón.
Antes de que los dos empezaran una pequeña discusión, Idara los mandó a callar.
Se acercaron lentamente, procurando hacer el menor ruido posible. Benjamín apretaba con fuerza la mano de su amiga, mirando hacia abajo por si llegaba a ver alguna rama u hoja para intentar evitar pisarla.