La gran farsante

Capítulo 2: Un contrato

 Capítulo 2: Un contrato.
 

Norberto miró la puerta con poco interés cuando Emily la atravesó, volvía a la casa del estudio de fotografía de Norma Jean, uno de sus dos trabajos, ataviada de todos los utensilios que ocupaba; la cámara, el trípode, las carpetas que su jefa le había prestado y las fotos que habían revelado esa misma tarde. Cada cosa le empezaba a resultar más pesada que la otra luego de media hora de acarrearlas en la bicicleta, procurando que no cayeran en el camino y estando atenta a que ninguno de los autos de la congestión de las cinco de la tarde la atropellara al mismo tiempo. Suspiró agotada y cuando con la pierna logró cerrar la puerta tras de sí, la mayoría de las cosas se le fueron de las manos, terminando en el suelo. Incluyendo el celular, que con un estrepitoso golpe perdió la tapa y terminó bajo las gordas patas del inmutable gato.

—Perdón, Norberto —murmuró apoyando con sumo cuidado la cámara en la mesa de madera que tenía a su derecha, juntó las carpetas y las arrojó sobre el sofá, desperdigándolas conjunto al gastado morral—. Es que fue un día abrumador, ¿sabes?

Levantó las fotos y las arrojó sobre la mesa, para ir por las partes esparcidas del celular.

Norberto volvió a divisarla sin cambiar su expresión, con aquellos ojillos amarillos que enseñaban una mirada que lucía crispada la mayor parte del tiempo, pero que solo era de desinterés por la vida misma.

Emily tenía una pequeña costumbre que le había nacido luego de mudarse de la casa de su padre cinco años atrás, y esa costumbre era contarle todos sus problemas al gato. No era algo normal, el gato no la escuchaba, no la entendía y sabía no le respondería nunca, pero se quedaba a su lado todo lo que la charla durara, y la miraba directo a los ojos de manera ininterrumpida hasta que esta acababa, y eso le hacía bien, la hacía sentirse mejor.

Se sacó las zapatillas junto con las medias y las arrojó bajo la cama en su habitación, se ató el esponjoso cabello en una simple coleta y volvió a la entrada para sentarse en el suelo junto a Norberto.

—¿Por dónde empezar? —murmuró tomando la batería de su anticuado celular para ponerla en el interior del mismo—. Estábamos viendo Los Sospechosos de Siempre con Jamie, tú sabes, lo usual. Pero luego Jam explota y empieza a contarme que su padre piensa casarse con Sevin, su novia palito de hace más de un año, y que no quiere aceptarlo.

Norberto pestañeó con pesadez y se enderezó para incorporarse del suelo a sus gordas patas traseras, sin perder a su dueña de vista en ningún momento.

—Todo iba bien, Norbie, pero luego salta aún más enloquecido y… —El gato la observa y ella lo observa a él—. Y ya no sé cómo explicar lo que me pidió en ese momento, tan descabellado, tan imposible... ¡creí que había perdido la cabeza por completo!

¿Y si enamoras a mi padre?

Emily se lo había quedado mirando con los ojos desorbitados, para luego romper en una risa corta en la cual Jamie no la acompañó. Jamie estaba serio.

Jamie hablaba en serio.

«Los Sospechosos de siempre» estaba terminando, con aquel final épico en el cual el infravalorado Verbal Kint se retira lloroso y mal tratado de la comisaría. Descartado como sospechoso por el simple hecho de tener una discapacidad física.

Grave error; Verbal Kint, el diminuto, despreciado e incapacitado Verbal Kint, resultó ser nada más y nada menos que la mente maestra todo el tiempo, en todo el asunto. Resultó ser el hilo, la mente, el antagonista. Keyser Söze.

Sería solo eso, le había dicho, enamoras a mi padre, lo alejas de Sevin, no necesitas acostarte con él, siquiera necesitas besarlo, es perfecto.

La respuesta de la chica había sido un claro y conciso “¡NO!” que había hecho rogar, negociar y finalmente rabiar a Jamie.

—¡Me comparó con Verbal Kint! —chilló Emily exaltando un poco al gato—. Dijo que yo debía ser su Keyser Söze, que yo era la mejor porque nadie se lo esperaría.

Para el momento de la película en el que Verbal Kint había dejado de renguear de manera falsa, cuando se había sacado la máscara de hombre cuasi inocente para mostrar que él era en realidad el sanguinario e inteligente Söze, Emily ya se había retirado de la casita del árbol de Jamie, casi tan trastornada como él.

—¡Me insistió, Norbie! ¡Me insistió hasta que exploté yo! ¿Cómo se le puede pasar por la cabeza proponerme algo así? Solo pensar en que lo hace por celos, por egoísmo… ¡Pobres Sevin y Danton! ¡Yo no tengo nada en contra de ellos!




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