La gran farsante

Capítulo 3: Perfectamente defectuosa

Está bien, había respondido, insegura y por completo fuera de sí, quizá para que se detuvieran, solo para acallarlos un poco.

«Está bien» eran dos palabras que formaban parte de un problema que ella sufría desde siempre. Algo que le recorría por las venas, desde la concepción misma de su ser, del ser de su padre y del padre de éste.

Lo catalogaba parte de uno de sus peores defectos; su impulso de irracionalidad. El mismo que con anterioridad la había metido en varios problemas, pero ninguno con el tamaño que parecía tener este.

Esas dos palabras de afirmación se deslizaron por la mente de Emily toda la noche en casa de Jamie con una punzada de arrepentimiento en cada letra.

Y no la abandonó hasta la mañana que le siguió, mientras bebía un vaso de jugo de naranja e intentaba concentrarse mejor en Feels just like It should, el libreto de Murdock, ese que se había ganado leer luego de acceder a aquella locura; el mismo lucía bastante entretenido.

Nunca antes había visto un guion, era todo muy nuevo e interesante; incursionar del lado del actor y no tanto del personaje, ver la manera en la que estaba redactado, los apuntes alrededor, los tachones, los borrones, los comentarios interesantes venidos de la pulcra caligrafía de Mur. Parecía un ensayo de universidad.

No obstante, apenas a la tercera hoja tuvo que abandonar la interesante lectura para atender a la llamada que hacía remover su destartalado teléfono en la esquina de la mesa. Su mano torpe cazó el aparato y lo miró algo distraída mientras se desperezaba sobre la silla.

No tenía muchos deseos de hablar, apenas si se había despertado quince minutos antes y aún no había ni mordido su tostada rebosada en jalea de fresa; el estómago le gruñía como perro encerrado a gato libre y los apremiantes deseos de llenar el buche la irritaban.

Aun así, apenas sus ojos enfocaron el nombre de Maggie en la pantalla, no le alcanzaron los dedos para apretar el botón verde, con algo de miedo y emoción mezclados.

Emoción porque la extrañaba, miedo porque ella lo sabía todo.

¡Estás completamente fuera de contexto, Emily Anne Fern! —le reprochó su gran amiga de la infancia con aquella peculiar voz monocorde que tanto la caracterizaba.

La noche anterior Emily le había escrito un enorme testamento por mensaje de texto, contándole lo que había sucedido y como al final había aceptado la descabellada propuesta.

—Yo también lo creía así, Maggie —Le comentó antes de que comenzara a darle discursos morales que durarían horas—. Pero… de hecho no importa, si lo analizas… Jamie y Murdock no se dan cuenta que bajo ningún concepto Danton se fijaría en mí, así que, cuando me vean «rebotada de manera olímpica» pasarán a otro plan.

Piensa en la vergüenza que pasarás —comentó Maggie, más para sí misma que para Emily.

Margaret era esa clase de chicas de perfil bajo y crianza recta que se horrorizaban con cualquier cosa que no viniera acompañada de las palabras compromiso, responsabilidad y lealtad.

La había conocido cuando tenía cinco, como vecina de los tíos Fern, y ya desde aquellas épocas, la madurez, seriedad y el decoro de la misma se veía a leguas, tal cual su simple belleza.

—Sí, gracias por el apoyo moral —murmuró sarcástica, pero la chica al otro lado de la línea estaba demasiado ensimismada como para captar la ironía. Su cabeza yacía maquinando milimétrica cada alternativa, a toda velocidad. Emily la conocía lo suficiente como para darlo por sentado.

Escuchó un largo suspiro cansado e intranquilo mientras la voz de su amiga volvía a aparecer con un timbre más lento y meditabundo, como si estuviese a punto de preguntarle al doctor si la enfermedad era terminal.

¿Y qué tal si el señor Lane no te rebota? ¿Lo habías pensado? ¿Qué tal si se enamora?

La muchacha se quedó en blanco por lo que pudieron ser dos segundos, pero luego simplemente rio ante aquel obtuso y descabellado comentario.

¿Danton Lane enamorado? ¿De ella?

No en esta vida.

—Me rebotará, Maggie. ¿Has visto las mujeres con las que salió? Una más hermosa que la otra —se apresuró a decirle muy segura de sí misma—. Yo soy solo una chica normal, aparte de ser la mejor amiga de su hijo, ¿qué clase de padre sería? Hay una ley ahí como esa que dice que las hermanas de los amigos tienen bigote. ¡Nunca se enamoraría!

Esperó ilusa una risa por parte de su amiga, o un resoplido mitad sonrisa ante la comparación, pero no la recibió.




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