Con cada paso que daba lejos de ese hombre, su mente se iba aclarando cada vez con más precisión, al punto de pararse en seco y preguntarse en voz baja si era idiota o solo lo hacía por competencia olímpica.
¡Le había hecho más de una escena de celos al padre de su mejor amigo en cuestión de diez minutos! ¿¡En que cabeza cabía algo así!?
Quería golpearse la frente con el dorso de la mano y gritar un ronco y fuerte "D' oh" al mejor estilo Homero Simpson.
¿¡Qué le sucedía!?
Se obligó a calmarse inhalando y exhalando hondo. No debía perder el control de sí misma. Continuó su camino con la cabeza digna y en alto, hasta que una mano la detuvo por el hombro y la obligó a girar.
—¡Emily! —murmuró Murdock—. ¿Qué sucede? Te vi con Dan y luego solo...
—Es que hay una modelo —balbuceó ella mirándolo con firmeza, tratando de disimular la inexplicable vergüenza que la acechaba—, lo siento pero no puedo competir con eso.
Murdock apretó los labios y miró hacia donde estaban Danton, la guapa chica y el otro grupito que Emily había visto con anterioridad. El joven volvió la pálida cara a ella, ejerciendo un cariñoso apretón alentador.
—Claro que puedes competir con eso, tienes cualidades —le susurró—, solo necesitas un poco de ayuda… —el rostro se le iluminó en algo parecido a la comprensión momentánea y luego dibujó una mueca de apenada disculpa—, ayuda que no te di…lo siento, Emily, supongo que me dejé llevar un poco por Jamie…
—¿Un poco?
—No solo por Jamie —sonrió guiñándole un ojo—, confiaba demasiado en que tú sola podías con todo.
—Ya ves que no, entro en pánico con facilidad —confesó ella, sacándole una sonrisa a su gran amigo—. Pero tampoco es el fin del mundo.
El chico asintió, se irguió en su posición todo lo alto que era, y, sin sacarle los brazos de los hombros, recitó como si fuera un señor inglés;
—Prometo, solemnemente, solucionar este lio.
Dicho eso, la abrazó y se retiró hacia donde la gente se aglomeraba. Eran un tumulto de disfraces escasos y escotados, muy pronunciados y coloridos y uno de sus mejores amigos perdiéndose entre ellos.
Habría preferido que se quedara a hacerle compañía, que le explicara cómo era el complejo para poder pasear sin perderse.
Aun así Emily decidió continuar con el recorrido. No creía que Mur pudiera solucionar mucho las cosas, y en caso de poder robarle a Jessica Rabbit, otra modelo saldría de la galera y lo encantaría con la misma rapidez que la primera.
La extensión de verde parecía un pentágono al aire libre, ya que, cada ciertos metros, era bordeada por pequeñas construcciones de las cuales salían los meseros—cocinas y comedores— o poseían el cartel de los baños.
Las luces adornaban de manera muy delicada la concurrida fiesta, las mesas de alimentos y bebidas bordeaban un círculo interno en el interior del pentágono en completa elegancia. Todo estaba perfecto allí, pero ella sentía que sobraba.
No tanto por un complejo de inferioridad, ni nada de eso.
Tenía poca autoestima, como la mayoría, pero eso era algo que solo le incumbía a ella, no al resto. Más bien, era porque ese no se trataba de su mundo. Ese era el mundo de alguien más, ella solo era un intento de injerto fallido.
Logró escabullirse por una de las aberturas del pentágono y salió directo a un apenas iluminado campo de golf. La luna se reflejaba en una laguna artificial con una sobria elegancia que le habría gustado fotografiar con su cámara. Toda paz apenas interrumpida por la voz del dj, quien anunciaba que era hora de bailar.
Al menos se había salvado de esa. Bailar.
Todo el serpenteo que vería esa noche sería el de los aspersores regando el campo y no se arrepentiría de tal proceso natural desfilando ante sus orbes.
Miró a su alrededor y se encontró con una larga silla blanca que pendía del porche trasero de una de las construcciones a modo de hamaca, se dirigió hacia ella y con suavidad se dejó caer sobre el cojín que lo revestía.
Suspiró cerrando los ojos en busca de sosiego, preguntándose por enésima vez que hacía allí y porqué hacía eso.
¿Por qué?
Lo mejor sería cortarlo. Por lo sano. Extrañaba ir a la casa de su mejor amigo sin pensar en que Danton Lane podía andar dando vueltas por ahí. Extrañaba cuando no pensaba en él en lo absoluto y solo se dedicaba a engordar en uno de los pufs de la casita del árbol de Jamie, mientras veían algún caso o película policial.
Extrañaba tener la mente libre, para ella sola, sin preocupaciones más allá de su trabajo, su padre, sus tíos o el estado civil de su platónico Benicio del Toro.
Extrañaba ser real.
Abrió los ojos, encontrándose con un panqué obstruyendo su vista de la luna. Y no un panqué normal, si no, exactamente el mismo que la había cautivado girando en la mesa de las cosas dulces. Siguió todo el camino del brazo que lo sostenía para encontrarse con el causante de tal imagen, su nariz salpicada de leves pecas, los ojos verdes centelleantes y los labios finos, dibujando una media sonrisa.
—Entré en una de las cocinas y lo robé —confesó entregándole el redondeado alimento.
—Al parecer debo descartar que seas el bueno de la historia —murmuró Emily aceptando lo que el hombre le ofrecía—. Tampoco tienes pinta de ser el feo.
—¿Soy el malo? —le preguntó Danton metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón. Quizá preguntándolo con seriedad, quizá suponiéndose el malo por razones desconocidas, solo porque ella lo había desplazado y él no había hecho nada por retenerla.
Ella sonrió negando con la cabeza, algo así era imposible. Partió el muffin en dos irregulares pedazos y le entregó uno al hombre.
—Sabe mejor cuando se comparte —suspiró palmeando el lugar junto a ella en la hamaca, indicándole que podía comer junto a ella—. A no ser que tengas que volver.
—No —respondió él, pero aun así no se sentó junto a Emily, eso la puso nerviosa—. Hay algo que quiero mostrarte.