—Hola, te estás comunicando con la casilla de mensajes de Harlem y Julius, en este momento no estamos disponibles por razones que no te deben de incumbir, si no…
Emily cortó, sintiendo como cada hueso de su cuerpo de derrumbaba, volviéndola un saco debilucho de piel y carne.
Colocó las manos en su cabeza en gesto desesperado. ¿Y ahora qué haría? Era lógico que Harlem no estaba disponible y que no lo estaría durante todo el día, cosa que la desesperaba.
Caminó de lado a lado intentando recordar en qué momento se le había disparado la desesperación, y comprendió que fue apenas al cortar la primera llamada que había recibido ese día, y que cambiaría por completo el curso de sus planes.
Recordó lo tranquila que había estado esa mañana, cómo trabajaba sobre una de las fotos que le había sacado a Dan con su sombrero de Clint Eastwood y su sonrisita de costado, midiendo la buena calidad a pesar de lo vieja que era la cámara y lo poco que había ayudado la iluminación artificial, cuando el celular sonó.
Lo tomó, y sin siquiera mirarlo atendió.
Estaba acostumbrada a que Maggie la llamase todas las mañanas para acribillarla en preguntas y sermonearla en todo lo posible referente al plan de Jamie.
—Maggie —prorrumpió con rapidez, deseosa de contarle sobre la fiesta y la polaroid que Danton tan amablemente le había proporcionado, más omitiendo el bailecito final que aún no podía sacarse de la mente—. No sabes lo que…
—¿Sueno a Maggie? —interrumpió un hombre con dejo burlón, haciendo que sus pulsaciones dieran un brinco entre susto y emoción.
Era Danton.
Emily había conservado la calma mientras, desde el otro lado de la línea, el padre de Jamie la invitaba a un recital de Dave Matthews Band en compañía de Wes —su compañero de reparto y mejor amigo— y su esposa Fawn.
Solo había unos problemas que comprendió apenas cortó con Danton, luego de darle un alegre y enérgico “¡SI!” por respuesta; conocía dos canciones de Dave Matthews Band y nada de lo que estaba por suceder había sido planeado con antelación.
Nadie más que ella y Danton —o en su defecto Wes y Fawn— sabían sobre esto.
¿Si Harlem no estaba quién la vestiría? ¿Y sin Murdock? ¿Quién calmaría sus pesares y dudas mejor que él?
Se maldijo por ceder ante el impulso y se arrojó sobre el sofá como una bolsa de papas, despatarrando todas sus extremidades.
Ese día le tocaba trabajar, entraba a las nueve de la mañana y ya eran las ocho treinta. En quince minutos debía salir, y aun no sabía que hacer consigo misma. No podía imaginarse el rostro que pondría Danton al verla desarreglada, sin maquillaje en una… ¿Una cita? ¿Eso era su primera cita?
¡Estaba muerta! ¿A quién llamaría? ¿Quién quedaba…?
La respuesta llegó a ella como un bólido y la misma le causó más miedo que alivio.
Quizá cancelarle a Danton no era tan mala idea.
Miró el iPhone con detenimiento y tomó una gran bocanada de aire tratando de infundirse algo de valor. Buscó el contacto, jamás usado con anterioridad, y, con todo el miedo acumulado, llamó, sin esperanza alguna de recibir respuesta inmediata.
Esto te pasa por hacer lo que no se debe, le dijo una vocecita en su cabeza, si los hermanos de los amigos están prohibidos, los padres te llevarán directo al infierno.
—¿Si? —respondió la grave voz de Cranberry.
Te atarán a una roca hirviendo y unos cuervos te picarán los ojos por verlo de esa manera.
—Hola, Cranberry —tartamudeó insegura, tratando de sacarse esa imagen mental y calmarse para que la mujer del otro lado no perdiera la paciencia—. Necesito ayuda.
—Hoy no…
—Por favor, Danton me llamó de la nada… ¡No hay planes previos, no sé qué hacer, no sé qué ponerme, no sé cómo maquillarme, cómo comportarme, cómo cantar canciones que no conozco en un recital de una banda que nunca escuché, no sé!
—¿Hoy? ¿Concierto? —preguntó, susurraba, de hecho, mientras atrás de ella se oía un barullo amortiguado. De seguro estaba en pleno trabajo y Emily la estaba molestando con sus miedos adolescentes—. ¿Hablas del concierto de Dave Matthews?
—Si… ¿Cómo…?
—Mi padre va, yo lo acompaño para que no lo haga solo —susurró para luego suspirar con pesadez—. ¿Trabajas?
—Estoy a punto de marcharme.
—¿A qué hora sales?
—A la una y media —comentó mientras comenzaba a sentir alivio—. Entro a mi segundo trabajo a las dos, salgo a las seis.
—Seis de la tarde estoy fuera de tu trabajo —le dictó—. Lleva dinero porque te comprarás ropa, ¿Comprendes? Comprarás ropa buena, no eso que tienes en el armario que no se si tiene más pelos de gato encima que años de antigüedad.
Emily le dijo que sí a todo, pensando en su inminente quiebra si salía de compras con una fashionista notablemente bien acomodada en lo que economía respectaba como Cranberry Flowers.
Le indicó donde quedaba su trabajo, tomó todo el dinero que llevaba ahorrado, y con pesar, se retiró a una de las jornadas más agitadas que le había tocado desde que había comenzado la farsa.
.. .. ..
Apenas a las seis y cinco, Cranberry estacionó su Mercedes Benz en el estacionamiento del shopping center más concurrido por la gente adinerada en Hollywood.
Emily le había insistido numerosas veces que su dinero no podría satisfacer a ningún vendedor por aquellos establecimientos. Sin embargo, Cranberry lo negó, alegando que ella no tenía ni la más vaga idea de cuánto salían las prendas allí.
Y era verdad. Emily no entraba a ese shopping center para nada más que el baño.
Sin embargo, al ingresar al primer fino y sofisticado negocio, comprendió que tampoco era para tanto. No era tan cara —era cara, pero con su dinero, y con esfuerzos, podía adquirirla— una camisa de marca eran tres que ella se compraba en algún lugar barato, pero con una calidad diez veces mayor.