La gran farsante

Capítulo 22: El hombre del piano

Danton le proporcionó un par de besos antes de conducirla fuera del departamento. Hacía frío, no mucho, pero frío suficiente como para que una pollera fuera poca cosa. Aun así Emily se hallaba tibia en su integridad. Las palabras de Murdock y los besos de Danton habían funcionado a la maravilla y la mantendrían a temperatura por mucho tiempo.

—¿Me dirás a dónde iremos? —cuestionó apenas subió a su camioneta, intrigada por todo el misterio que rondaba la hermosa media sonrisa del hombre.

—No será una gran sorpresa —confesó con dejo de disculpa, pasando los dedos con suavidad por la mejilla de la chica para poner unos mechones sueltos tras su oreja—. No he tenido tiempo para nada más elaborado y prometo que un día de estos te sorprenderé con algo mejor, algo mucho más…

—No quiero “mucho más” nada, no me gustan las cosas costosas —le sonrió Emily, apoyando el rostro contra los dedos que a pesar de que habían cumplido su objetivo de acomodar el pelo, se habían quedado allí, rozándole la piel, gustosos—. Yo soy feliz incluso si vamos a comer al cordón de la vereda de McDonalds. Si es en tu compañía, toda sorpresa es hermosa.

Danton titubeó pasmado y le dirigió una mirada absorta. Sus largas pestañas se agitaron conjunto a sus párpados, ofreciéndole a todo su rostro un gesto tierno.

Emily contuvo los deseos de arrojarse sobre él y besarle hasta la nariz.

—No me importa —exclamó apenas se recuperó, devolviendo la mano al volante—. En cuanto tenga un tiempo, te llevaré a un lugar mejor, uno en el que solo estemos tú y yo. Te lo prometo.

Se sonrojó como una tonta al imaginarse un lugar, sea cual ese sea, en el que estuvieran ellos dos solos.

Sería perfecto, su lugar en el mundo.

 

…….

 

Emily observó impactada el restaurante al que ya habían ido la noche del concierto, exactamente vacío como había estado aquel día. Sólo que esta vez era diferente; estaba abierto a deshora sólo para ellos dos.

Observó las enormes sonrisas del cocinero y el mozo que se hallaban presentes en la entrada y se preguntó si lo harían tanto por el dinero extra que les pagaría Danton o por el cariño que el mismo fundaba en cualquier persona que conocía.

Saludaron a ambos, el cocinero y el mozo eran de por lo menos unos sesenta años y tenían toda la pinta de bonachones. Ambos los guiaron por una escalera y subieron a la privada parte superior, donde los recibió un pequeño escenario con un piano y una única mesa preparada con dos platos y un par de románticas velas.

Tal parecía que esa planta superior era abierta para shows o acontecimientos importantes.

Personas importantes equivalían igual de bien.

Emily caminó hasta la gran ventana y disfrutó de la hermosa vista que el restaurante ofrecía de la luminosa avenida.

Había varios autos y transeúntes a pesar del horario. Todos y cada uno de ellos ignoraba la situación del que se cruzaban por la calle, y seguro, al mirar hacia arriba del local, nadie pensaría que ella tenía una cita con Danton Lane.

—Nena, ¿qué comerás? —cuestionó el mismo, quien aún esperaba junto a la mesa, en compañía de ambos hombres.

—¿Qué ofrece? —cuestionó ella aproximándose.

—Lo que usted desee, señorita —respondió el cocinero.

Emily se lo pensó, encogiéndose de hombros.

—Quisiera una pizza, de esas especiales que tienen salsas picantes de la casa y todo eso... —pronunció en tono bajito, avergonzada de no conocer nada más elaborado.

Danton le dibujó una sonrisa dulce.

—¿Está usted segura? —preguntó perplejo el mozo. Al parecer no estaba acostumbrado a esas peticiones por parte de las acompañantes de los famosos.

De seguro pedían cosas como caviar turquesa, mariscos de otra galaxia, champaña cara dentro de la corona de la Reina Isabel y alguna que otra inexistencia más.

Si no existe, invéntenlo.

—Muy segura —respondió—. Para acompañar, cerveza —pronunció, dejándolos aún más perplejos.

Ambos observaron a Danton, posiblemente preguntándose de donde había sacado a la mujer puerco, quizás rememorando a otras que habían pasado allí con él.

¿Habría traído a otras antes que a ella? ¿Debería comportarse más femenina?

—Yo quiero lo mismo.

El cocinero aceptó aun algo confundido y ambos bajaron luego de ayudarlos a ubicarse —esperar que se acercaran ambos a la mesa para colocarles las sillas en las posiciones adecuadas— Emily observó todo el ambiente con una pequeña sonrisa, preguntándose asustada cuanto le habría salido todo el chistecito a Danny.

—¿Esto te parece poco? —le cuestionó a Danton, recordando que se había sentido mal por no elaborar más su cita—. ¿La terraza de un restaurant carísimo?

Danton se encogió de hombros, el naranja del fuego de las velas y las luces que adornaban el lugar hacían que sus ojos lucieran más brillantes de lo normal.

—No estás acostumbrado a salir con chicas como yo ¿No? —cuestionó con una sonrisa algo temerosa.

¿Y si se daba cuenta que no le gustaba salir con chicas como Emily? ¿Tan conformistas y simplonas?

—No —confesó, levantando una ceja y mordiéndose el labio para luego agregar un muy sensual; —, por eso espero que me habitúes a este tipo de eventos.

Emily se sonrojó, colocándose de manera nerviosa el cabello tras la oreja. Danton torció la cabeza y le observó el cuello de manera petulante.

¡Las marcas! Sus besos seguían allí, trazando un camino irregular en toda su extensión. Emily tenía el cuello largo y la cantidad de chupones que se esparcían por el mismo se hacían muy notorios si corría su pelo de aquella manera.

Mordió su labio y corrió la mirada a un costado, rogando que Danton no hiciera ningún comentario al respecto para avergonzarla más.

Sin embargo el hombre siquiera lo aludió, todo lo contrario.

—Es agradable estar contigo, incluso cuando estás en silencio (y te confieso que lo que más me gusta de ti es que hables) —comenzó a parlotear, paseando los ojos por el resto de su persona mientras apoyaba el rostro sobre su mano, Emily volvió la vista a él, sorprendida—, eres inteligente pero no te pasas de lista y eres preciosa aunque lamentablemente no lo notas. No eres pretenciosa, nunca insultas a nadie, ni miras de reojo, ni despotricas contra las personas. Cuando te hablan tú analizas y te quedas en silencio y…sé que por tu cabeza corren tantos pensamientos. Lo veo en tus ojos —murmuró—. Lo gracioso es que no me interesa lo que pienses de los demás, siquiera de mí. No necesito leer tu mente, me conformo con saber que quieres gastar tu tiempo conmigo, que me aceptas aunque sea un tipo que suela carecer de madurez.




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