Emily despertó por lo que pudieron ser cinco minutos. Tenía el brazo de Danton enroscado a la cintura y la respiración pausada del mismo sobre la frente.
Sus sentimientos estaban plenamente alborotados en alegría y el cuerpo aún le respondía a Dan.
Unos escalofríos la recorrían de punta a punta sólo de recordar las cosas que ese hombre era capaz de hacer.
Las cosas que había provocado en su alma y en su cuerpo no tenían nombre ni explicación posible.
La había extasiado por completo, en cada una de sus terminaciones, y no paró siquiera cuando oyó el último de sus gemidos, el que le demostraba que había hecho un gran trabajo.
Él siguió.
Sus ojos habían dicho “tú puedes más” y no habrían aceptado un no por respuesta.
Dos veces vio la galaxia entera estallando frente a sus ojos, el cosmos girando en espiral, llevándola con una velocidad torturante al límite entre el espacio y el paraíso.
Dos veces su cuerpo se arqueó y tembló como si fuese su último espasmo, como si de ahí sólo pudiera deparar la muerte. La muerte riendo de los tres penosos minutos de Stuart, su ex novio, y alabando la eternidad de Danton.
La eternidad de Danton, ese fue su último pensamiento antes de caer rendida al sueño nuevamente.