La gran farsante

Capítulo 27: Flores de loto

 

 

Lo primero que Emily vio apenas al despertar por la mañana, fueron diminutas flores de loto; una junto a la otra, desplazadas con delicadeza sobre una sábana blanca.

La sábana más cómoda que había sentido en su vida cubría su total desnudez y le rozaba cada poro de su piel y cada nimia terminación nerviosa. Sensible en su totalidad ante los recuerdos de la noche anterior.

Había sido magnifica. ¡No sabía que podía sentir a tales niveles!

Aun así ella había sufrido un par de percances que aun la avergonzaban terriblemente.

¿Qué más podía esperar si en su vida solo lo había hecho una vez antes de Danton?

Una desastrosa vez.

Se removió un poco; la cama le generaba otra sensación difícil de expresar, la descripción más acertada era la sensación de dormir sobre una nube mullida e inmaculada. Era como dormir en el cielo.

Corrió la sábana de su rostro con las mejillas rojas, pero pronto comprobó lo que presentía. Que no había nadie.

El cuarto estaba solo y la casa estaba en silencio, la luz se colaba a raudales por la ventana del balcón y, una suave y cálida brisa hacía que las cortinas transparentes ondearan en una majestuosa lentitud. Su ropa estaba tirada sin ningún orden sobre la alfombra de felpa blanca.

Tanteó la gran cama por ambos lados para comprobar que Danton no estuviese acostado, escondido en el desorden de sábanas.

Sola.

Miró en todas las direcciones antes de levantarse y trotar hasta el cuarto de baño que tenía Danton en su enorme habitación. Descargó la vejiga con rapidez y alivio. Antes de volver a la cama —por ahora no tenía planes de buscar a Dan— se miró al gigantesco espejo que había frente al largo lavabo de terminaciones doradas.

Estaba desastrosa, entre las lágrimas del día anterior y el calor de lo que sucedió luego, el delineador parecía haberse derretido sobre sus mejillas.

Danton había dormido con un espantoso mapache toda la noche. No lo culpó por haber huido en los primeros rayos de sol.

Se lavó la cara hasta que quedó al natural por completo, de seguro, pensó con cierta amargura, esas cosas no le sucedían a Sevin.

Salió del baño mirando de lado a lado y se encontró con el libro de Dante’s Night tirado sobre la alfombra. Caminó hacia él y lo tomó para luego volver a la cómoda seguridad de aquellas sábanas llenas de flores de loto.

—¿Otra vez con eso? —escuchó la voz de Dan y se tapó un poco más el cuerpo con la suave tela. Miró hacia la puerta y se lo encontró observándola con una bandeja en las manos—. Lamento haberte dejado sola —se disculpó ingresando y depositando la misma en la falda de la chica—. Es que te quería hacer el desayuno.

Emily sintió ternura y miró la bandeja, mordiéndose los labios para no lanzar una carcajada, que de todas maneras no lo logró contener; frente a ella tenía dos porciones de pizza y un vaso de naranja con pulpa. Mucha pulpa.

Danton dibujó una mueca de pícara inocencia, mirándola de reojo.

—Está bien…la calenté en el microondas, pero el jugo si lo exprimí yo —confesó también riendo.

Emily tomó el vaso y probó un sorbo, estaba delicioso a pesar de la pulpa, y alguna que otra semilla.

—La intención es lo que cuenta… —le dijo con falso tono despectivo y una sonrisa maliciosa.

—¡Oye, que despreciativa! —murmuró acomodándose al lado de ella, estaba como el día anterior, con solo los pantalones puestos y el torneado torso desnudo.

Tan deseable como una barra de chocolate en plena dieta.

—¡Me quiero vengar de ti! —le chilló cruzando los brazos sin dejar de taparse con las sabanas—. ¡Ayer a la noche te reíste mucho de mí!

Danton lanzó una carcajada sin poder evitarlo, recordando la parte vergonzosa de los sucesos de la noche anterior.

—Chocaste tu cabeza contra el respaldo de la cama y te dio un calambre en la pierna en la mejor parte del clímax —le explicó sin parar de reír—. Tú te hubieses reído tanto o más, de haberme pasado a mí.

—Lo primero fue tu culpa —masculló roja, intentando contener la sonrisa para seguir luciendo ofendida—, lo segundo también…

Él la miró negando con la cabeza y depositó un suave y tierno beso en sus labios.

—Y fue perfecto —agregó él, acariciándole la mandíbula con el pulgar—. Principalmente el calambre.

—Lo dices por compromiso —murmuró mirándolo a los ojos, gris oscuro contra verde, grandes contra pequeños.

Danton ladeó la cabeza, ofreciéndole una mueca de pesadez.

—¿Compromiso? —le cuestionó—. Compromiso es decirle a una madre que su hijo recién nacido es hermoso cuando todos sabemos que no lo es —sonrió sacando la lengua—. No hay compromiso, al menos no para mí, de decir que un polvo fue bueno cuando fue malo. Si fue bueno digo que lo fue, si fue malo, te digo que las cosas entre nosotros no van a funcionar —comentó volviendo a mirarla—. ¿Y yo qué te dije? ¿Qué fue bueno o que no va a funcionar?

Emily sonrió, mordiéndose el labio. La comparación con el bebé había sido graciosa, cruel, pero real.

Danton empujó con el dedo el rostro de Emily hacia el de él y la besó con lentitud, con un cariño incomparable que la llevaba de lleno a la noche que habían pasado, de lleno al libro y al rato que deberían…

¡Que deberían haber pasado en la clínica!

—¡Wesley! —chilló Emily separándose drásticamente de Danton al recordarlo; se suponía que debían ir por la noche a hacerle compañía a la clínica.

—Lo llamé esta mañana —comunicó para luego poner una mueca de disculpa—. Tuve que contarle por qué no fuimos…

Emily se horrorizó.

—¿Le contaste que tú y yo…? —balbuceó sintiendo la vergüenza fluir de su cuerpo, aún más cuando él asintió.

—Lo siento —se disculpó, sincero—. No quería decírselo, pero mentirle hubiese sido peor.

Emily se sintió algo asustada, pero no lo culpó.

—Está bien, Dan, no te preocupes —asintió tomando otro sorbo de jugo de naranja, ya no importaba si lo sabían o no, supuso que Wes era esa clase de personas que solo le contaba esas cosas a su familia, y Emily confiaba en que Fawn y Aurora no dijeran nada al respecto, la primera por el odio que tenía hacia Sevin, la segunda por Peter—. ¿Hoy los visitaremos?




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