La gran farsante

Capítulo 30: Imposibles de borrar

 

Emily despertó en el centro de la mullida cama. Tapada hasta el cuello porque tenía frío.

Tenía frío, le dolía la cabeza. ¿Habría enfermado?

Observó a través de la ventana sin siquiera moverse y comprobó con sorpresa que llovía.

¡Llovía!

Un poderoso desanimo la embargó cuando se dio cuenta de que ya no podrían ir a la cascada de McWay como el día anterior

Escuchó un ligero sonido que provenía del suelo y se irguió para observar que tanto había allí. Quizá el gato se había escabullido en la habitación y bajo uno de sus ataques de celos había comenzado a romper algún objeto.

Arrastró su cuerpo hasta el borde de la cama preparada para aventarle la primera almohada que encontrara a Norberto, sin embargo, el que estaba allí no era el felino, era Danton, vestido solo con unos tentadores boxers negros y haciendo unas rápidas lagartijas que bajo sus brazos lucían fáciles.

—Está lloviendo —susurró Emily en un tono que le sonó muy seductor.

Danton detuvo sus ejercicios y la observó de reojo.

—Siempre que llovió, paró, nena —comentó levantándose del suelo para depositar un beso en su frente.

—Me duele la cabeza —murmuró arrojándose de nuevo en la cama—. Creo que es resaca, ¿estás feliz?

—No te haces una idea —exclamó subiendo a la cama a gatas para apresarla bajo su cuerpo perlado en el sudor del ejercicio—. ¡Mujer, me dejaste frito! —chilló escondiendo su rostro en el cuello de Emily para poder besarlo—. ¿Ves? No eran tan malas las cositas que te pedía en la playa.

—Claro que no son malas, pero no las haría en un lugar público —afirmó ella con las mejillas sonrosadas, recordando que de hecho si había estado algo…fogosa la noche anterior.

Había hecho varias cosas por primera vez, cosas que le daba pudor hasta pronunciar sin un par de copas encima, y el solo hecho de que alguien con la experiencia de Danton le dijera que había estado más que bien, la ponían más feliz que enojada por la treta en la que había caído para, redundante, hacer todas esas cosas.

—Yo contigo las haría donde me las pidieras —balbuceó mordisqueándole la piel de la clavícula.

—¿Cómo aquí? —le preguntó asiéndolo de los cabellos con fuerza, dispuesta a aceptar cualquier clase de propuesta indecorosa que al hombre se le ocurriese.

—Eres una preciosura —rio levantando la cabeza para darle un beso en los labios—. Pero tú no opinas lo mismo ¿no?

Emily lo observó, apretando los labios.

—No soy tan linda como tu novia.

Danton puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.

—La belleza es tan relativa, Emily —le explicó suavemente, corriéndole el cabello del rostro para poder verla mejor—. Sevin tiene solo una belleza, tú las tienes todas. Eres preciosa, y eso no solo habla de tu hermosura física; habla de tu belleza espiritual y mental. Eres preciada, a eso me refiero cuando te digo preciosa —lanzó una carcajada profunda ante las mejillas encendidas de Emily—. ¿Crees que yo no me pregunto lo mismo que tú? ¿Crees que no me sorprendo al verte despertar a mi lado? ¿Qué no me sonrojo? ¿Crees que no soy un manojo de sentimientos inexplicables mientras lo hacemos? —continuó un poco más enfático, tomándola de las mejillas para que ella no desviara la mirada de sus ojos penetrantes e intensos—. Déjame adivinar, crees que lo hago por lujuria, porque está prohibido —preguntó, a Emily le tembló el labio—. ¿Adivina qué? No es así.

Ella hizo un esfuerzo terrible para no ceder al deseo, por no dejarse ir con esas palabras tan hermosas, por ese hombre tan perfecto y las cosas que le provocaba a cada una de sus terminaciones nerviosas, sin piedad, sin pensar en las consecuencias futuras.

Sin pensar en el futuro.

¿Por qué no piensa en el futuro? ¿Por qué no menciona a Sevin?

Si se provocan tantos sentimientos incontrolables e innegables el uno por el otro, ¿qué será de ellos?

—Vístete —murmuró dándole un beso en la frente antes de bajarse de la cama—, te prepararé el desayuno.

 

………….

 

Emily repasó las fotos de la cámara mientras Danton charlaba por teléfono y concretaba un par de trabajos que le esperaban a su regreso y que ya lo tenían a maltraer.

Las fotografías eran hermosas, algunas de ayer, pero la mayoría de hoy, estando encerrados no tenían mucho más que hacer que sacarse fotos, ver televisión, comer y besarse.

Extrañamente se habían atenido de tener relaciones. Podrían haber pasado toda la jornada en la cama, disfrutando el uno del otro, aprovechando cada escaso segundo que les quedaba. Pero no lo hicieron.

Fueron cautos, se amaron de a porciones muy pequeñas, de a besitos robados y regalados, se dieron una inocencia perfecta que al llegar la noche volvería a transformarse en un intenso juego sobre la cama, pero, que por ahora, se disfrutaba así.

—Emily —llamó Danton, apareciendo en la sala con el celular haciendo equilibrio entre sus juguetones dedos—. Hay una fiesta en la playa, ¿quieres ir?

—¿Fiesta? —cuestionó ella asombrada—. Pero… nos verían juntos y…

—Es de antifaces —sonrió contento, se le notaban las ganas de ir—. Octubre es el mes de Halloween y están desde el primero al treinta y uno ofreciendo fiestas de disfraces. ¿Vamos?

Su rostro decía por favor como un niño y Emily rio tiernamente.

—Claro, vamos —respondió, recibiendo un poderoso beso en la boca como agradecimiento.

 

………..

 

Emily compró unos antifaces en un pequeño local de la costa. Danton le había dicho que no llevara puesta ninguna prenda que apreciara porque terminaría arruinada bajo una lluvia constante de pintura.

¡Una fiesta con pintura! Nunca creyó que vería eso, mucho menos que lo viviría.

Se presentaron en el lugar cerca de las once de la noche, cuando las únicas luces disponibles eran de unos reflectores y unas antorchas artificiales que le daban a todo un aspecto muy bello.




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