La gran farsante

Epílogo

¡Pijama Party!

Oh, sí, que divertido.

Todos dormían alrededor de Emily, pero ella estaba muy despierta, acurrucada en la bolsa de dormir que le habían proporcionado.

Danton se había quejado bastante pero a Emily le pareció justo pasar su primera noche de residente en Hollywood haciendo un pijama party en la habitación de su mejor amigo, con él y Murdock.

Dan había sido relegado a su habitación por viejo, aunque ya todos sabían que aquel indirecto rechazo era el inicio de la aceptación de Jamie, una que le costaría, pero que no negaba.

Emily levantó el rostro para observarlos en la penumbra, ambos estaban más que dormidos. Murdock respiraba pausado mientras que Jam roncaba como un condenado. Las cervezas los habían derrotado a las dos de la mañana y no serían seres humanos sino hasta las cinco de la tarde.

Sonrió ante esa posibilidad de libertad, comenzando a deslizarse fuera de la bolsa; primero los brazos, luego las piernas, todo el acto arrastrándose y sosteniéndose de las manos, como una oruga perezosa que no quiere romper su capullo.

Salió de la habitación en completo silencio y cerró la puerta tras de sí deseando que ninguno de los dos despertara y no la encontraran allí.

Correteó en puntitas de pie hacia la habitación de Danton, conteniendo una carcajada que quería subir por su pecho y arruinar sus planes de ser invisible e insonora.

Todo era encantador, en apenas horas todo podía cobrar tantos matices para el corazón, tantos colores y emociones.

Tanta belleza.

Cuando el corazón está enamorado, todo es hermoso.

Abrió la puerta del aludido a sus incontrolables sentimientos, ingresó a la semi penumbra de aquel amplio y moderno cuarto. Observando escasamente como este se hallaba recostado del lado derecho, tapado apenas si por una fina sábana.

Las ventanas del balcón se encontraban abiertas y una muy ligera brisa veraniega se colaba, moviendo las cortinas de manera casi imperceptible.

Se aseguró de cerrar bien y ya sin poder contener la risa saltó sobre el lado vacío de la cama, rebotando y cayendo sobre aquel ilegalmente mullido colchón.

—Tardaste —murmuró Danton tomándola de la cintura para atraerla más hacia él. Emily había creído que estaba dormido—. Creí que mi chica se había dormido.

—¿Tu chica? ¿Qué se supone que es eso? —cuestionó ella, interesada por saber en qué estado catalogaba lo que tenían—. ¿Qué somos ahora?

—Esa una buena pregunta —exclamó, girándola con los brazos para estar frente a frente—. La misma me la hizo papá hoy por la mañana, cuando me vio desesperado porque tú habías desaparecido.

Emily se sonrojó y dibujó una involuntaria sonrisa. Desesperado.

—¿Y qué le dijiste?

—Le dije que eras mi novia, claro, porque a su entendimiento esa es la única palabra que existe y acepta —explicó acariciándole el cabello, Emily estaba muy perdida en las pecas salpicadas de su nariz, y el balbuceo casi ininteligible que salió de sus labios se oyó muy torpe;

—¿Y qué somos entonces?

—Somos algo que, ahora que lo pienso, pocos podrían entender —explicó—. No solo mi padre; eres mi relación de profundidad, eso es mucho más importante para mí que una ton¡ta etiqueta de noviazgo que con el tiempo va a ser más que lógica.

Emily rio de emoción, mordiéndose el labio para calmarse; Danton tenía su propio punto de vista acerca de la relación que compartían, para él era una relación de profundidad, para ella, una relación mental.

Eran diferentes etiquetas con un mismo significado.

—Estás muy loco —le susurró con cariño depositando un suave beso en sus labios mientras la luz de una perfecta luna llena se colaba por la ventana, haciendo de aquel momento uno de los más trascendentes de su vida.

El día en el que ella encontró el verdadero amor; no en su rostro perfecto, ni en su ropa de primera marca, tampoco en su camioneta último modelo.

Lo encontró en la perfecta melodía que creaban con tan solo observar sus almas en los bordes de lo invisible para el ojo. En la esencia de sus corazones latiendo a la par, como si tuviesen un ritmo secreto.

Una canción que solo ellos oían, que sentían sin la necesidad de utilizar los sentidos.

Él la abrazó con fuerza y apoyó frente contra frente, cerrando los ojos del puro placer que parecía causarle esa felicidad que estaban compartiendo.

Esa felicidad que querían seguir compartiendo, por mucho tiempo más.

—Lo sé —le respondió, dibujando una de sus pícaras sonrisas de hoyuelos marcados—, yo también te quiero.




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