La heredera del ceo

Prólogo

꧁✧☾ 𝙰𝙴𝚁𝚈𝚂 ☽✧꧂

—Por favor, no —suplico, aunque me prometí no hacerlo nunca más. Todo es distinto ahora. Hace cinco meses descubrí que estoy embarazada, tres que me echaron del trabajo y los mismos cinco que lloro sin saber quién es el padre del bebé que espero—. Hermano, madre… no me hagan esto.

Isra me sacude del brazo con brusquedad, sin importarle mi estado. Camely, en cambio, no me toca. Solo toma mi maleta y la lanza a la calle como si fuera basura. El equipaje rueda hasta detenerse en la acera. Ni siquiera se ha molestado en cerrarlo.

Odio todo lo que me trajo hasta aquí. El error de confiar en Peter, el intento fallido de entregarle mi inocencia en la noche de su cumpleaños. Debí esperar hasta el matrimonio, como prometí. Pero lo que creí amor, y que ahora sospecho fue un plan muy bien armado, me arrastró a esta ruina.

—Deshonraste a la familia —escupe Isra con el mismo desprecio que habría tenido nuestro padre si estuviera vivo—. Eres una desvergonzada. Lárgate y olvídate de que tienes un hermano.

—Y una madre —añade Camely, como si esas palabras le dieran algún tipo de satisfacción.

Aunque solo sea mi madrastra y él mi hermanastro, llevan años repitiéndose ese papel con orgullo.

—Por favor —insisto, porque no tengo a dónde ir—. Haré lo que quieran, pero no me echen.

—¿Lo que quiera? —Camely se detiene a mirarme con un brillo extraño en los ojos. Me observa como si hubiera estado esperando exactamente esa rendición.

Asiento, abrazando mi vientre, temblando de impotencia. No puedo rebelarme como antes. Sé de lo que es capaz la mujer que mi padre dejó a cargo de mi vida cuando murió.

—Lo que quieras —repito, aunque cada palabra me cuesta un esfuerzo sobrehumano.

—Bien. Puedes quedarte… pero como la empleada. A cambio, tendrás comida y un techo para ti y tu bastardo.

—Gracias —digo, tragándome la humillación. Miro a Isra, buscando algo, una chispa de compasión. Pero él solo niega con la cabeza, como si estuviera viendo a una desconocida.

—No me lo agradezcas a mí —dice él, sin rastro de emoción—. Agradéceselo a mi madre, que ha tenido piedad de ti. Recoge tus cosas y llévalas al sótano. Ahí vivirás de ahora en adelante. Después ponte a hacer el almuerzo.

Contengo el aliento. Aprieto los labios y asiento. No tengo la fuerza para protestar.

—Aerys —me llama Camely cuando ya cruzo el umbral.

—¿Sí, madre?

—Ya no eres parte de esta familia, así que no me llames madre. Y cuando termines el almuerzo, espera a que yo autorice si puedes comer.

Mis ojos se humedecen. Me obligo a mantener la vista en alto y no llorar. Aún me queda algo de dignidad.

Cargo mi maleta, cruzo la casa y bajo al sótano. El lugar está abarrotado, húmedo, y huele a encierro. No hay espacio para mí, al menos no sin mover las cajas apiladas, las sillas rotas, las cosas viejas.

Una telaraña me roza la cara. Me detengo. Respiro hondo. No voy a llorar. No aquí.

Este es el momento en que más quisiera llamar a Yery. Pero no me servirá de nada. Desde hace semanas no responde mis mensajes, ni mis llamadas. Está ocupada, lo sé.

Me dejo caer sobre una vieja silla y me abrazo el vientre. Mi bebé no tiene la culpa. Yo soy la única culpable. Me equivoqué de bebida, de habitación, de persona… Perdí a Peter, mi beca, todo por una noche confusa que aún no logro entender del todo.

Acaricio mi vientre con ternura.
«Pudiste haber tenido un padre», pienso con tristeza.

Escucho pasos. Me levanto enseguida y finjo que organizo las cosas.

—No es momento de descansar, holgazana —grita Camely desde arriba—. Ve a hacer las compras.

—Sí, ya voy.

—Sí, señora —corrige, disfrutando de su poder—. Recuerda que eres parte de la servidumbre ahora.

—Sí, señora —repito, tragando mi rabia.

Subo, y ella me da una lista y un poco de dinero. Me acerco con la cabeza gacha.

—Estoy lista para que me diga qué comprar —murmuro.

Camely me observa de arriba abajo con disgusto.

—No olvides quién eres ahora en esta casa —me advierte antes de darme la lista.

Salgo al mercado. Recorro los pasillos mirando las cosas que ya no puedo darme el lujo de desear. Aun así, compro unas frutas. Me doy el pequeño gusto de comer una mientras camino de regreso.

Al llegar, llamo a la puerta, pero no me abren. Después de varios minutos, decido entrar por la puerta trasera.

Camely está al teléfono. Me acerco para avisar que volví, pero sus palabras me detienen.

—Tengo planes para su hijo. Voy a vender al bastardo. Se quedará aquí hasta que todo esté listo. Me darán una buena fortuna por su bebé.

El corazón se me paraliza.

Retrocedo, sin hacer ruido, y bajo al sótano. Tomo mis cosas. Salgo de esa casa sin mirar atrás. No tengo idea de a dónde ir. Solo sé que no puedo quedarme ahí.

Camino sin rumbo. Me doy cuenta de que me han robado mis ahorros cuando intento tomar un tren. Me quedo quieta, sintiendo un vacío insoportable.

No me queda otra que ir a casa de los padres de Yery. Está lejos, pero no tengo opciones. Camino, deteniéndome a cada rato, descansando en las sombras.

Al fin llego. Llamo. Su madre me abre. Se ve igual de perfecta que siempre.

—Aerys —dice, sorprendida.

—Lo sé, no la avisé. Pero quería pedirle un favor. Solo por unos días, hasta que pueda arreglarme… Yery no responde. Sé que está ocupada, pero…

Ella vacila. Algo en su mirada me inquieta. Entonces oigo voces, risas, y veo decoraciones.

—Lo siento, no sabía que estaba ocupada. ¿Es mal momento?

—Yery será la novia más hermosa a pesar de su embarazo —dice una mujer que se acerca, con un conjunto de bebé en las manos.

Mi bajón emocional aumenta.

—¿Yery está embarazada? ¿Va a casarse? —pregunto, sintiendo que el aire me falta.

Ella me mira sin decir nada. No necesita hacerlo. Su silencio dice todo.




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