La heredera del ceo

Prólogo

—Por favor, no —suplico, aunque me prometí no hacerlo. Todo es distinto porque hace cinco meses descubrí que estoy embarazada, tres que me echaron del trabajo y los mismos cinco que lloro sin saber quién es el padre del bebé que espero—. Hermano, madre, por favor, no me hagan esto.

Isra me sacude sin importarle mi estado. Camely carga mi equipaje y lo arroja a la calle como si fuera basura, ignorando mis súplicas. Odio la situación en la que me puso mi intento fallido de entregarle mi inocencia a Peter. Debí esperar hasta el matrimonio.

—Deshonraste a la familia —me señala Isra con el mismo desprecio que habría tenido nuestro padre si estuviera vivo—. Eres una desvergonzada. Lárgate y olvídate de que tienes un hermano.

—Y una madre —añade Camely, aunque solo sea mi madrastra, igual que Isra es solo mi hermanastro.

—Por favor —insisto, porque no tengo otra opción, no en este momento—. Haré lo que quieran, pero no me echen. No tengo a dónde ir.

—¿Lo que quiera? —Camely se detiene y me observa con interés, como si hubiera estado esperando esas palabras.

Asiento con la mano en mi vientre, temblando de impotencia. Esta es una de esas situaciones en las que no puedo hacer más, al menos no rebelarme como lo hacía antes. Sé de lo que es capaz la mujer que mi padre me impuso como madre.

—Lo que quieras —repito, aunque la verdad es que no estoy convencida.

—Bien, puedes quedarte… pero como la empleada. A cambio, tendrás comida y un techo para ti y tu bastardo.

—Gracias —susurro, tragándome la humillación. Miro a Isra, buscando un resquicio de compasión, pero él solo niega con la cabeza—. Gracias —repito, con la voz rota.

—No me lo agradezcas a mí —dice con frialdad—. Agradéceselo a mi madre, que ha tenido piedad de ti. Recoge tus cosas y llévalas al sótano. Ahí vivirás de ahora en adelante. Después, ponte a hacer el almuerzo.

Aprieto los labios y contengo mi orgullo.

—Aerys —me llama Camely cuando ya cruzo la puerta.

—¿Sí, madre?

—Ya no eres parte de esta familia, así que no me llames madre. Y cuando termines el almuerzo, espera a que yo autorice si puedes comer.

Las lágrimas me humedecen los ojos, pero me obligo a contenerlas. Asiento y, contra mi voluntad, espero su permiso para retirarme. Tomo mi escaso equipaje y bajo al sótano. El lugar es frío, oscuro y está abarrotado de cosas apiladas. No hay espacio para mí a menos que lo reorganice, pero en mi estado, eso me tomaría una semana.

Levanto la cara. No voy a llorar. No puedo. No debo.

Este es el momento en que más quisiera llamar a Yery, pero sé que está ocupada. Lo ha estado en las últimas semanas, tanto que ni siquiera está en la ciudad.

Quiero saber quién es el padre de mi bebé. Quiero entender por qué me pasó esto. Sé que hay una culpable, y esa soy yo. No solo me equivoqué de bebida y de habitación… también perdí mi beca y a mi prometido.

Me dejo caer sobre una silla después de limpiarla y abrazo mi vientre. Mi bebé no tiene la culpa. Lo sé… Peter jamás me perdonaría. Su reacción aún me lastima; todavía escucho sus palabras, acusándome de la peor forma, diciendo que solo quería su dinero, como si todo lo nuestro nunca hubiera significado nada para él. No me creyó cuando le expliqué que todo había sido un malentendido.

«Pudiste haber tenido un padre…»

Acaricio mi vientre con ternura.

Escucho pasos acercarse y me levanto de inmediato. Finjo que organizo el desastre que hay en mi nuevo espacio.

—No es momento de descansar, holgazana —grita Camely—. Ve a hacer las compras.

—Sí, ya voy.

—Sí señora —corrige, disfrutando de su superioridad—. Recuerda que de ahora en adelante eres parte de la servidumbre.

—Sí señora —repito con los dientes apretados.

Acomodo mi equipaje lo mejor que puedo y tomo un poco del dinero que había juntado para comprarle cosas a mi bebé. Aún no sé qué será, así que no le he puesto nombre.

Subo las escaleras y encuentro a Camely en la cocina. Me acerco con la cabeza gacha.

—Estoy lista para que me diga qué comprar —murmuro, tragándome el orgullo.

Se gira y me recorre con la mirada de arriba abajo, con ese desprecio que nunca se molestó en ocultar.

—No olvides quién eres ahora en esta casa —me advierte. Luego me tiende una lista y algo de dinero—. Vete y compra esto.

Lo recibo sin protestar. Salgo de la casa y me dirijo al mercado. Mientras recorro los pasillos, me debato entre la necesidad y el deseo de darme un pequeño gusto. Las frutas frescas me provocan, pero no puedo darme el lujo de desperdiciar dinero.

Suspiro y al final me doy un capricho: compro unas frutas. Como una mientras camino de regreso a casa. Cuando llego, llamo a la puerta, pero no me abren enseguida. Me quedo esperando un momento y, al no recibir respuesta, decido entrar por la puerta trasera.

Voy hacia la cocina y entonces escucho a Camely hablar por teléfono. Me acerco con la intención de hacerle saber que ya volví, pero sus palabras me congelan la sangre.

—Tengo planes para su hijo. Voy a vender al bastardo. Se quedará aquí hasta que todo esté listo. Todo está saliendo como lo planeé. Me darán una buena fortuna por su bebé.

Mi boca se abre del asombro, me quedo paralizada por un momento, pero cuando reacciono, bajo al sótano, recojo mis cosas y salgo del lugar sin tener idea de a dónde ir. Solo sé que cualquier sitio será mejor que este.

Me alejo todo lo que puedo. No me doy cuenta de que me han robado mis ahorros hasta que llego a la estación para tomar el tren. Me siento desorientada y trato de no llorar; no quiero que mi embarazo se complique. Aquí no se puede mendigar, así que no me queda más opción que caminar. La casa de los padres de Yery está lejos, pero aun así, emprendo el camino, deteniéndome cuantas veces sea necesario.

Llego sedienta. Llamo a la puerta y su madre me abre, se ve tan elegante como siempre. Se sorprende al verme.




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