La heredera del ceo

6

❖⟡✧ 𝐑𝐎𝐌𝐀𝐍𝐎 ✧⟡❖

Ajusto mi agarre sobre su camisa, acercándolo más.

—No me vengas con estupideces, Peter. Conmigo tus manipulaciones no sirven. Voy a decirlo una sola vez.

—No estás en posición de advertirme nada, Romano —responde con falsa calma.

Le aprieto el cuello de la camisa con más fuerza, obligándolo a sostenerme la mirada.

—Me importa un carajo en qué posición estoy. Mantente lejos de ellas. Si te atreves a hacerles daño, vas a conocerme de verdad.

Suelta una carcajada forzada, pero la tensión en su mandíbula lo delata.

—¿Me estás amenazando? —intenta sonar desafiante, pero su voz no es más que un chillido cobarde.

Mi paciencia se agota. Lo empujo contra la pared, lo suficiente para que su cabeza choque contra el concreto sin llegar a desmayarlo.

—Por tu propio bien, aléjate de ellas. Escúchame bien, porque te lo diré solo una vez: si intentas algo, te destruiré a ti y a todo lo que te importe. Te di mi amor de padre alguna vez, pero no me provoques. Ya conociste mi lado bueno, el mismo del que te burlaste… pero si cruzas la línea, no solo pagarás por tu burla y tus bajezas, pagarás por todo. Esto se lo diré yo. Que te quede claro, Peter.

Esta vez, no sonríe. Traga saliva, y su frustración queda al descubierto. Lo empujo a un lado con más fuerza de la necesaria. Trastabilla, cae al suelo. Le lanzo una última advertencia antes de dar media vuelta. Nada de lo que diga cambiará nada. Ya sé lo que necesito saber, y ahora solo me queda dar la cara.

Lo oigo gritar algo sobre que me arrepentiré, pero no me molesto en responder. Salgo sin mirar atrás y subo al auto. La adrenalina aún me recorre el cuerpo mientras arranco y conduzco por inercia. No es hasta que el rugido del motor y el frío del volante entre mis manos me sacuden que finalmente reacciono.

«Tengo una hija»

El pensamiento se clava en mi mente, y el resto se vuelve irrelevante. Me engañaron durante años, haciéndome creer que Peter era mi hijo, que había sido un milagro. Ahora todo encaja. Katheryn nunca permitió que la acompañara a un chequeo médico porque tenía algo que ocultar. Me usó. Fingió que no podía tener hijos cuando quise crecer la familia. Mi error fue creerle. Serle fiel durante tanto tiempo. No ver más allá del amor que le tenía.

La emoción que me invade es extraña, una mezcla entre furia y un sentimiento que aún no logro comprender del todo. Defne es mi hija.

Antes de ir a casa de Aerys, marco el número de Klaus.

—¿Lograste desentrañar la verdad? —pregunta apenas atiende.

—Sí, pero es más complicado de lo que pensaba —respondo, masajeándome la sien—. La encontré, Klaus. Encontré a la mujer de esa noche. No fue un sueño.

Hay un breve silencio.

—Vaya. Así que no estás loco. Pero dudo que eso importe ahora. ¿Qué vas a hacer con los hoteles?

Mi mente viaja por un segundo a esa noche en el hotel, tratando de reconstruir cada detalle. Solo recuerdo haber ido allí después de descubrir la verdad sobre Peter. Bebí el vino que dejó en la habitación, y lo siguiente es un borrón.

—¿Sigues ahí? —insiste Klaus.

Aprieto el volante con fuerza. Nada. No logro recordar lo que realmente importa.

—¿Crees que podrías venir a Berlín? Voy a necesitar tu ayuda.

—Tenía un viaje planeado, así que sí, estaré por allá. Te ayudaré a recuperar lo que es tuyo, por los viejos tiempos.

—No es eso lo que necesito. Encontré a la mujer, Klaus. Y su hija… su hija es mía. Soy el padre de Defne.

Un sonido de incredulidad se filtra a través del teléfono antes de que Klaus suelte una risa seca.

—¿De verdad vas a caer en su juego? ¿No ves que pudieron haberlo planeado todo como segunda opción?

Mi reflejo en el espejo retrovisor me devuelve una mirada intensa. No. No es un juego. Ahora entiendo por qué Defne se aferra a mi presencia, como si su instinto le dijera que soy algo más que un extraño.

—Es mi hija, Klaus. No tengo dudas. No puede ser una conspiración.

—Piénsalo bien. Todo encaja demasiado fácil.

—Ella no es así —replico, estresado—. Solo… avísame cuando llegues. Voy a necesitar tu ayuda.

Corto la llamada sin esperar respuesta y sigo conduciendo. Aún intento darle orden a mis pensamientos cuando llego a la casa de Aerys.

Apenas bajo del auto, escucho la risa de Defne desde el jardín. El sonido me detiene en seco. Respiro hondo y avanzo.

Al llegar a la entrada, la veo. Está jugando, balanceándose sobre su pony mientras roza el pasto con los pies. En cuanto me nota, su rostro se ilumina y me llama con entusiasmo.

Aerys se gira al escucharla. En cuanto nuestros ojos se encuentran, una sensación extraña me recorre el cuerpo.

Camino hacia ellas. Podría bajar la cabeza por la vergüenza, pero me obligo a sostener la mirada de Aerys mientras recibo a Defne en mis brazos.

—¡Papá! —agita las manos con emoción.

El pecho se me aprieta. La estrecho contra mí y deposito un beso suave sobre su pequeña cabeza.

—Tal vez deberías ponerle un mono más grueso, aquí hace frío —comento, notando que su ropa es demasiado ligera para el clima.

Aerys frunce el ceño.

—No necesito que me digas cómo vestir a mi hija —responde, señalando los papeles rotos sobre la mesa—. Supongo que estás aquí para cancelar el acuerdo.

Se acerca para tomar a Defne, pero ella se aferra más a mí. Me sorprende su resistencia, y al mismo tiempo, algo dentro de mí se remueve. Por primera vez me siento padre.

—Supongo que ya corriste al lado de tu hijo para confirmar mi teoría. Aunque, claro, habrás creído cada palabra que te dijo. Supongo que después de todo no son tan diferentes. Ven, cariño, el señor ya se iba.

Defne se niega otra vez. Y, de cierta manera, me gusta. Mi hija… es mi hija, y ella lo sabe.

—Sé qué clase de persona es Peter, jamás creería en su palabra. Tampoco vine a cancelar el acuerdo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.