Arabella bajó las escaleras con paso firme, el sonido de sus zapatos resonando en el suelo de mármol como un recordatorio de su presencia inquebrantable. Cada movimiento suyo irradiaba confianza, el control absoluto que siempre había tenido. No había nada que la intimidara, ni siquiera la fiesta en la que la estaban presentando como una especie de "invitada" extraña.
A medida que descendía, los murmullos cesaron. Todos los ojos se posaron sobre ella, pero no encontró sorpresa en sus miradas. Lo que vio en ellos fue simplemente la expectación ante su entrada, la incertidumbre de cómo reaccionaría. La familia Smith, sin embargo, estaba más ocupada con el protagonismo de Liliana, quien ya había sido presentada como la legítima hija.
Laura Smith, la madre, levantó una copa en su mano mientras sonreía con aire solemne, como si todo estuviera bajo control. A su lado, Keith Smith, el patriarca, parecía tan vacío como siempre.
—Queridos amigos y familia —comenzó Laura, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Nos complace presentarles a Liliana, nuestra hija biológica, quien finalmente se ha reunido con nosotros después de todos estos años. Es un honor tenerla en casa, y estamos muy contentos de compartir este momento tan especial con ustedes.
Un murmullo de aprobación recorrió la sala, pero la verdadera sorpresa llegó cuando Keith tomó la palabra.
—Y aunque no es nuestra hija biológica —dijo con un tono más forzado—, no podemos negar el tiempo que hemos compartido con Arabella. Ella ha sido parte de nuestra familia durante años, y siempre estará en nuestros corazones. De ahora en adelante, la consideramos como parte de esta familia, aunque la biología no nos lo indique.
Los murmullos continuaron, pero ahora había una mezcla de desconcierto y falsa amabilidad. Todo el mundo sabía que esas palabras no eran más que un intento desesperado de mantener las apariencias, de hacer que la situación se viera "correcta" ante los ojos de los demás.
Arabella llegó al final de las escaleras sin perder su postura, con la mirada fija, desafiante. Nadie se atrevió a decir palabra alguna cuando la vieron avanzar con determinación hacia el centro de la sala.
Con la misma seguridad de siempre, caminó hacia Keith y Laura. Todos la observaban en silencio, expectantes. Se detuvo frente a ellos, mirando a los dos con una calma aterradora.
—Agradezco mucho el… "afecto" —dijo, resaltando las comillas con un tono irónico y glacial— que dicen tener por mí. Sin embargo, quiero ser clara. No tengo interés alguno en formar parte de esta farsa que ustedes llaman "familia".
La sala se quedó en un tenso silencio. Keith y Laura intercambiaron miradas nerviosas, pero Arabella continuó, imperturbable.
—Este documento —dijo mientras sacaba un sobre de su bolso y lo entregaba a Laura— es mi manera de romper todos los lazos con ustedes. De ahora en adelante, no habrá más vínculos, ni sentimentales ni familiares.
Laura tomó el sobre con manos temblorosas. Arabella no hizo el más mínimo gesto de compasión al verla abrir el sobre. La mirada de la joven no se desvió ni un segundo.
—Les agradezco por los "años de interacción", aunque debo reconocer que no tengo recuerdos de esos momentos, ni quiero tenerlos. Es todo. Ahora, como una última cortesía, les deseo suerte. Un día, tal vez, tengan que pagar por lo que han hecho, y ese día llegará.
Las palabras de Arabella flotaron en el aire, frías y definitivas. Nadie se atrevió a decir nada. Laura, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar, no dijo ni una palabra más. Keith, por su parte, mantenía una sonrisa tensa, como si la situación lo estuviera asfixiando.
Arabella se dio la vuelta sin mirar atrás, su presencia poderosa como siempre. Sabía lo que valía, y no necesitaba la aprobación de nadie, mucho menos la de una familia que nunca la había aceptado.
—Arabella —dijo Liliana, con una expresión que no podía ocultar su sorpresa—, ¿qué significa todo esto?
Arabella la miró brevemente, sin detenerse, y le dirigió una última mirada fría.
—Significa que nunca fui parte de su juego. Y ahora, ni ustedes lo serán en el mío.
Y sin decir más, salió de la habitación, dejando a los Smiths atrapados en su propia mentira.
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Mientras salía...
Justo cuando estaba a punto de cruzar la puerta, algo extraño la detuvo. En medio del bullicio y las conversaciones que la rodeaban, sintió una mirada penetrante que la atravesó como una flecha. Era como si todo el ruido y la gente desaparecieran por un segundo, y solo quedara esa conexión, ese ojo fijo en ella que parecía ver más allá de lo que Arabella estaba dispuesta a mostrar.
Volteó instintivamente hacia el origen de esa mirada, y ahí lo vio. Era la figura de un hombre, de pie entre las sombras, observándola con una intensidad que la desconcertó. No lo reconoció, pero algo en sus ojos la hizo sentir una ligera sacudida, una especie de sorpresa inexplicable. No era miedo, ni siquiera interés; era como si esos ojos pudieran ver dentro de ella, y ella no estuviera acostumbrada a que alguien lo hiciera.
Por un instante, su paso vaciló, pero rápidamente recuperó su compostura y siguió su camino, saliendo de la sala con la misma firmeza con la que había entrado.