Renée había llegado a casa entrada la madrugada, después de una larga y pesada noche de trabajo. Se había quedado dormida sin siquiera llegar a su recámara, sino que paro en la sala para comer algo y el cansancio la venció en uno de los sillones.
Eras cerca de las 9 de la mañana, cuando de pronto escucho como alguien tocaba a su puerta, lo cual era de lo más extraño y es que aún era muy temprano. Al abrir los ojos con dificultad, vio la hora que marcaba el reloj de su muñeca, misma que era una hora nada decente para molestarla dado su ritmo de trabajo. Todos aquellos que la conocían sabían que no funcionaba como era debido sino hasta después de las 2 de la tarde; más si lo hacían tanto tiempo antes y con tanta insistencia seguro era porque debía tratarse de algo en extremo importante, así que se puso en pie y fue hasta la puerta enseguida.
Ante esta se encontró con un joven alto de cabello castaño, grandes ojos verdes y labios carnosos; era muy apuesto y de actitud un tanto fría. El verlo le hizo ser consciente del mal aspecto que debía tener, pues apenas llegó callo dormida, no tuvo oportunidad para lavarse el rostro siquiera.
Él, en cambio lo único que vio fue una hermosa mujer con unos grandes ojos cafés, tan brillantes y hermosos como jamás los había visto en el pasado. Por desgracia, era consciente de que no podía dejarse guiar por lo que su belleza le causaba, sino que sabía debía permanecer profesional ante las circunstancias que le habían llevado hasta hay.
– ¿Hay algo en lo que puedo ayudarle? – le pregunto Renée, tratando de arreglar un poco su cabello mientras hablaba.
– ¿Es usted la señorita Renée O´Brien? – cuestiono este a su vez con voz firmé.
– Así es, ¿que se le ofrece? – indago poniéndose de pronto un tanto a la defensiva y es que su presencia le parecía demasiado extraña.
Si bien no tenía problemas con nadie, era consciente de que en el mundo en que se movía se conocían a toda clase de personas y nunca se está excepto de encontrarse con cualquier tipo de dementes, es por eso por lo que debía ser en verdad cautelosa.
– Soy el abogado Maximilien Sanz – se presentó, más por desgracia su nombre no hizo nada para hacerla sentir mejor en absoluto.
– Usted ayudo a un hombre que tuvo un infarto mientras conducía hace poco más de un año, ¿no es así? – continuo este con actitud formal.
– En efecto, ¿pasa algo? – le cuestiono esperando no haberse metido en alguna clase de problema, en especial cuando lo único que busco con sus acciones fue ayudar y nada más que eso.
– No, es solo que el señor Greyson solicita su presencia en su hogar – le informó solo logrando que su confusión aumentase.
– ¿A mí?, ¿por qué? – interrogo muy preocupada por eso.
– Creo que desea agradecerle – mintió tal como se le había indicado.
– Ha pasado un año ya, no entiendo porque desea hacerlo precisamente ahora – señaló sin llegar a entender nada de lo que estaba pasando.
– Es importante señorita, por favor acompáñeme – le pidió siendo cortés, pero sin desistir en su cometido.
– Está bien, solo deme un momento para alistarme – pidió, cerrando la puerta del apartamento.
Si bien era cierto que todo aquello le parecía muy extraño, aun así acudiría y en buena parte lo aria por curiosidad. No entendía el porqué de tanta insistencia, pero temía que este no desaparecería hasta obtener un sí de su parte. Necesitaba descansar y para lograrlo tendría que acudir a ver lo que necesitaba; después de todo no tenía nada que perder, nada más que un poco de su tiempo o al menos eso esperaba.
Un rato después estuvo lista y de camino hacia la casa de aquel hombre, aun cuando no tenía idea de dónde era eso, ni quién era él en realidad. Eso le hizo comenzar a considerar que había sido un error el acceder a acompañar a Maximilien ahí.
Estaba por pedirle que se detuviera y le permitieran bajar, ya que había cambiado de opinión. Más entonces el auto se detuvo ante una hermosa y enorme mansión, misma que era más lujosa de lo que nunca había visto. Eso solo le hizo sentir aún más confundida, pues si bien sabía que el hombre al que ayudo tenía dinero, nunca considero que fuese a ese grado.
– ¿Aquí vive el señor Greyson? – trato de constatar que en efecto fuese de ese modo y no se tratase de un malentendido.
– Así es; ahora anda acompáñame al interior, que se hace tarde – pidió bajando del auto sin demora alguna.
Esta fue tras Maximilien, aunque confundida por todo lo que estaba pasando.
Una vez en el interior quedó sumamente impresionada por la opulencia que reflejaba aquel lugar. Las magnitud de los espacios, la fineza de los muebles y el claro precio de los cuadros; pues fácilmente con el precio de una sola pieza se podía comprar el edificio donde vivía y aún más, lo tenía en claro. Todo eso le hacía sentir totalmente fuera de lugar y es que no tenía la menor idea de lo que aquel hombre quería con ella, en especial después de tanto tiempo.
Entonces de pronto el hombre que la guiaba se detuvo, causando que por poco chocara con él debido a lo distraída que estaba.
– Espere aquí un momento – apenas le dirigió una corta mirada antes de seguir caminando.
– Está bien – menciono aun sin saber muy bien el porqué de su actitud y tampoco parecía como que su aceptación le interesase demasiado.
Una vez se quedó sola y mientras esperaba a que regresasen por ella, se dispuso a pasear un poco por el recibidor y así poder ver todas las cosas que ahí había. Nunca había estado en un lugar tan lujoso como ese y dudaba que volverse a estarlo, así que debía aprovecharlo.
Entonces de pronto la puerta principal se abrió y por está apareció un hombre joven vestido de pantalón de mezclilla y chamarra de cuero, el cual entro con toda confianza al lugar. Este era quizás igual de apuesto que el otro, a excepción de que tenía una expresión mucho más peligrosa en el rostro.
– ¡Hey! Saca mi maleta del auto y llévala a mi habitación – se dirigió a Renée, apenas volteando a verla o eso parecía por las grandes gafas negras que usaba.
Por lo que vio en ella, este dio por hecho que se trataba de una empleada. Portaba un pantalón de vestir negó, camisa blanca y un delgado suéter obscuro; además de que su peinado y maquillaje eran simples. Toda la apariencia de una de las empleadas de su casa y es que a su parecer no había otro motivo para que una mujer así estuviese ahí.
Renée había decidido usar eso, ya que no sabía cuándo tiempo le tomaría aquel asunto y prefería usar su uniforme del trabajó para no tener ningún inconveniente; en especial pues tenía cosas que hacer antes de ir a este y no creía tener tiempo para volver a su casa. Más no por eso creyó que se dirigiera a ella, después de todo no trabajaba ahí y no veía donde pudiese estar su confusión.
– Anda guapa, muévete – le ordenó perdiendo la paciencia.
– Disculpe, ¿me habla a mí? – trato de mantener la calma y no darle voz a todo lo que en verdad deseaba decir de la actitud que estaba teniendo y es que lo creía mejor para evitar que el problema se volviese mayor.
– ¿Acaso hay alguien más aquí?, claro que me refiero a ti. Ahora anda – le reitero siendo bastante grosero con ella, hecho que esta no le permitiría ni aun cuando fuese su empleada y es que por menos que eso había mandado al demonio a más de uno.
– Yo no... – estaba por responderle, deseando sacarlo de su error; justo cuándo Maximilien regreso.
– Derek, que bueno que hayas llegado al fin – se dirigió a aquel joven, quien resultaba ser el hijo menor de Oscar; aquel hombre a quien Renee había ayudado.
– Si bueno, tuve algunas complicaciones con los boletos. Todos en el aeropuerto son unos completos ineptos, créelo. En fin, ya estoy aquí al fin Max – le respondió estirando los hombros, tal como si se encontrase muy agotado.
– Me da mucho gusto que sea así – le aseguro siendo formal con él, casi con respetó.
– ¿Dónde está mi madre? – era claro que Derek parecía más bien arto de aquella conversación, tal como si la sola situación le pareciese tediosa.
– En la biblioteca, esperado – comunico, haciéndose a un lado para permitirle el pasó.
Derek entonces comenzó a caminar hacia el lugar por dónde Max había llegado, pero antes de desaparecer volteo a sus espaldas.
– Hazme el favor de despedir a esta mujer, es una completa inepta – le ordeno justo antes de marcharse.
Sus palabras dejaron más que furiosa a Renée y le hubiera dicho un par de cosas, si es que no se marcha antes de poder pronunciar palabra alguna; lo cual solo la dejo aún más furiosa que antes.