Entonces de pronto María decidió intervenir y es que temía que de continuar hablando la verdad se descubriese; después de todo conocía a su amiga y sabia lo persuasiva que podía ser cuando deseaba saber algo.
– Querida, si nos disculpas hay algo en lo que Renée debe ayudarnos – indicó con cuidado de lo que decía.
– ¿Acaso pasa algo malo? – indago interesándose aún más.
– No, descuida solo necesito que me ayude con algo de la cena, nada importante – le aseguro con tranquilidad.
– En ese caso me lo puede decir aquí o quizás después, porque estoy muy bien platicando con la señorita Gabriela – propuso jugando bien su juego y es que deseaba hacerles ver su suerte.
– Por favor, solo será un momento – insistió con amabilidad, aun cuando habría deseado solo sacarla de ahí a rastras.
– Anda querida aquí te estaré esperando para reanudar nuestra conversación – le animo Gabriela.
– Bien, regreso cuánto antes – accedió siguiendo a María fuera del salón.
Todas se dirigieron a la biblioteca, donde nadie de los invitados les podría escuchar y es que eso era lo mejor.
– ¿Qué haces aquí? – le interrogo con firmeza y es que esta vez no había nada que le impidiese expresarse como lo deseaba.
– ¿Aquí hablando con ustedes o aquí en esta fiesta?, porque está es mi casa y yo puedo hacer lo que mejor me parezca; no deberían olvidarlo – sentencio con dureza.
– Solo eres propietaria de la mitad, recuérdalo – le aclaro.
– Usted también y más le valdría no olvidarlo – argumento con firmeza, pero su expresión y tono eran neutrales.
– Está es la fiesta de cumpleaños de mi madre y tú no tenías por qué estar aquí – le aseguró Samantha con malicia.
– ¡Valla! Esa sí que es una pena, porque había dado por hecho que mi invitación se había perdido en el correo; aun así acudí y es que estaba cerca – respondió manteniendo una actitud ecuánime y tranquila.
– Y lo hiciste robándome – le acuso María de pronto.
– ¿De qué habla? – interrogó confusa por sus palabras.
– De ese vestido que usas – aclaro apuntando hacia la prenda.
– No puede ser que estés hablando en serio, porque este vestido lo encontré guardado en el ático metido en una caja cubierta de polvo de tanto tiempo que permaneció hay y aún con la etiqueta puesta; así que no creo que nadie lo quisiera – se mostró segura al respecto.
Sin embargo, muy en el fondo se sentía culpable de usarlo y es que había dado por hecho que no tenía dueño. Ahora en cambio sabía que si lo tenía y se sentía como una ladrona por usarlo; pero aun así no podía demostrarlo. De su capacidad de aparentar fortaleza es que dependía la victoria en esa guerra que apenas comenzaba.
– Pues es mío – sentenció.
– En ese caso y si así lo desea puedo devolvérselo ahora mismo – le ofreció con confianza.
Comenzó entonces a pasear enfrente de ellas con toda seguridad.
– Pero entonces tendría que recorrer todo el camino hacia mi habitación en paños menores y no creo que ese sea un suceso propio de ustedes y de tan importante ocasión – entro de lleno en el juego de las apariencias y es que había descubierto que ese era su punto débil.
– Eres muy inteligente – le dijo más que como un alago, un insulto.
– Lo soy en efecto y más les valdría no olvidarlo jamás – les advirtió.
– Ahora cálmense y pongamos las cosas en claro. Yo soy la dueña de esta casa o bueno de la mitad de esta, además de que soy la principal beneficiaria de la herencia de Oscar y si no comienzan a respetarme, a tratarme con la más mínima cortesía; entonces yo misma saldré en este momento a decírselo a todo el mundo – amenazó.
– No te atreverías – afirmo Samantha segura de que no lo aria.
– Claro que lo haría, que de eso no les quepa la menor duda – aseguró con toda claridad.
– ¿Tanta seguridad tienes? – le cuestiono con incredulidad, pues incluso a ella debía importarle lo que los demás creyesen, era algo innato.
– Así es, porque a mí me da sinceramente lo mismo lo que todas estas personas puedan decir o pensar de mí; pero a ustedes en cambio eso les es muy importante. Solo imagínese lo que estos dirían – sugirió con malicia.
– ¿Acaso nos estás amenazando? – le pregunto Samantha a la defensiva.
– No, solo es una advertencia. Ahora sí me disculpan regresaré a la fiesta – le aclaro encaminándose hacia la puerta.
– ¿Dirás la verdad? – le cuestiono preocupada.
– No... De momento – aclaro saliendo de ahí de una buena vez.
Una vez se marchó estás le siguieron hasta la puerta, viéndola acercarse de nueva cuenta a Gabriela.
– ¿Ese vestido en verdad era suyo? – le cuestiono Samantha intrigada.
– Así es, tu padre me lo trajo de uno de sus viajes al extranjero; solo que era demasiado simple para mi gusto y de marca dudosa. Jamás usaría algo así – explico.
– Pues a ella se le ve maravillosamente – intervino Derek de pronto y es que estaba esperándolas a un lado de la puerta.
En ese momento Samantha se alejó para no llamar la atención a nadie en la fiesta, pues ante todo debían aparentar normalidad.
– ¿En serio te lo parece? – le pregunto sorprendida.
– Habría que ser un ciego para no hacerlo – reconoció, pues si bien en un principio le había parecido una mujer demasiado simple y sin gran belleza, ahora es que se daba cuenta de que había estado equivocado.
Desde el mismo instante en que la vio aquella noche se había quedado gratamente admirado; Renée poseía una belleza mesurada y natural.
En ese momento y mientras la observaban, notaron que esta se acercaba hasta donde un joven se encontraba, luego de lo cual este la saco a bailar.
– Al parecer no soy el único que lo ha notado, todos están muy interesados en ella – hizo referencia a los comentarios que había escuchado de más de alguno, pues todos creían que era muy hermosa.
– Pues no le veo el motivó a tal alboroto – aseguró considerándola demasiado corriente y poco atractiva.
– Por favor, madre. Renée es una mujer joven de buen cuerpo, bella y en cuanto la gente se entere que acaba de heredar una gran fortuna tenga por seguro que le lloverán los pretendientes – le explico siendo objetivo.
– Creo que exageras – argumento María.
– Más vale que sea de ese modo por nuestro propio bien – indico siendo consciente de lo que sucedía.
– ¿De qué hablas? – le cuestiono María sin lograr entenderlo.
– Bueno, pues que una vez se case y tenga sus propios hijos podremos dar por perdida para siempre la herencia de mi padre. Ya has escuchado lo que se estipuló en el testamento – le aclaró pensándolo en voz alta, más sin darse cuenta de lo que sus palabras habían despertado en ella.
– Tienes razón – reconoció molesta consigo misma por no haberse dado cuenta de eso antes.
– Claro que la tengo.
María se quedó pensando muy seriamente en lo dicho por su hijo y es que tenía toda razón. Si Renée tenía hijos, entonces la herencia de Oscar estaría perdida para siempre; a menos claro de que hiciera algo para evitarlo. Fue entonces que se le ocurrió algo, un plan tan loco, malvado y tan brillante que podría funcionar.