Renée no dio oportunidad a que estos intercambiaran una sola palabra y es que lo que más deseaba en esos momentos era alejarse de Derek. En tanto que Max no tuvo más opción que seguir sus instrucciones, aunque no podía negar que sintió un poco de placer al ver a este quedarse ahí varado; una actitud un tanto inmadura de su parte, pero la cual no pudo evitar. Algo muy dentro suyo disfruto como nada el ver su expresión de profundo desconcierto y es que jamás lo creyó posible.
– ¿Puedo hacerte una pregunta? – le cuestiono luego de algún rato.
– Claro, después de todo es lo mínimo que te debo – accedió.
– ¿Que estabas haciendo con Derek fuera de la ciudad? No me lo tomes a mal, pero creía que ustedes no se llevaban bien – reconoció con confusión.
– Créeme, no te equivocas al respecto – le dio la razón.
– ¿Entonces que sucedió? – volvió a cuestionarle intrigado por eso.
– Digamos que tuve un breve lapsus, pero no volverá a pasar – afirmo convencida de que sería de ese modo, que no sería tan tonta como para volver a caer.
– ¿Fue de él la idea de traerte fuera de la ciudad? – indago sospechando algo, más sin decirlo a los cuatro vientos y no lo aria a menos de estar seguro y eso lo sabía como el buen abogado que era.
– ¿Porque pareces tan extrañado porque fuese de ese modo? – le cuestiono Renée, ya que no le había pasado desapercibida la extraña expresión que mostro en su rostro.
– Solo puedo decir que son otros sus gustos – alego, aunque lo cierto es que aquella no se trataba de la razón de su inquietud.
– Tienes razón, de hecho fue mi idea. Quería tomar unas fotografías y solo podía hacerlo desde aquí – explico sin entrar en mayor detalle.
– Fuiste al mirador – dio por hecho.
– En efecto, ¿cómo lo sabes? – indago interesada al respecto.
En ese momento llegaron a un atasco en el tráfico, así que Max la volteo a ver.
– ¿Puedo verlas? – le pregunto cambiando de forma deliberada el rumbo de la conversación, mientras indicaba la cámara.
– Claro – accedió, entregándosela sin verle el problema a que lo hiciera.
Max la tomo, comenzando a revisar con cuidado las fotografías que había tomado, mientras su expresión se iba tornando un tanto severa.
– ¿Pasa algo? – pregunto extrañada por la actitud que estaba teniendo.
– Hace un par de meses yo también subí a ese punto a tomar unas imágenes – le conto.
– No sabía que eras fotógrafo – le dijo un tanto sorprendida porque fuese de ese modo.
Era consciente de que no lo conocía en absoluto como para saber lo que le gustaba o no, en cambio su actitud no le daba la impresión de que fuese alguien que disfrutaba el arte. No obstante, bien podía estarse equivocando y claramente ese era el caso.
– En realidad no lo soy, es solo un pasatiempo – reconoció.
– En ese caso supongo que tendrás una opinión de mi trabajo, así que por favor se honesto – le pidió interesada en lo que tuviera para comentar, pues por la expresión que tenía en el rostro parecía que se preparaba para desacreditarla y aunque se enfurecería si lo hiciese deseaba escucharlo.
Quería saber la clase de hombre que era, en especial pues no se encontraba con ánimos de llevarse una decepción tal como la que sufrió con Derek. Prefería que ocurriese lo antes posible y no cuando se sintiese segura de su amistad.
– ¿Qué crees? – insistió al ver que permanecía callado.
– Lo cierto es que estoy un tanto molesto. Siento envidia, pues tu talento es por mucho superior al mío. Las imágenes que has capturado son indudablemente mejores – reconoció tranquilizándola justo cuando se encontraba más expectante.
– ¿En verdad? – le cuestiono sorprendida por sus palabras.
– Claro, es más; ve – le dijo regresándole la cámara para sacar su teléfono, en el cual encontró con rapidez lo que buscaba.
– Toma y dime que te parece – pidió justo lo mismo que ella.
Al tomar el teléfono, Renée se dio cuenta de que se encontraban las imágenes que este había tomado, mismas que eran realmente buenas. De hecho, debía reconocer que eran mejores de lo que creyó cuando escucho la forma en que se descalificó y esa sí que era una agradable sorpresa.
– ¿Qué dices? – le pregunto luego de un momento.
– La composición de sombras es muy buena, ¿cómo es que lo lograste? – indago, consciente de que él había logrado algo que ella no pudo.
– De hecho, se trató de un accidente; acababa de regresar de un viaje, había una tormenta y cuando al fin se despejo todo estaba tan claro que no pude evitar la tentación de tomarla – le conto.
– Valla suerte, porque son preciosas y te equivocas, de hecho son mejores que las mías – acepto genuinamente asombrada por estas.
– Te lo agradezco.
– ¿Te importaría si las envió a mi correo? – le pregunto deseosa por tenerlas.
– Te daré algo mejor, tengo las originales en casa… – comenzaba a decirle, cuando se vio interrumpido por ella.
– Y propones que vallamos haya – asevero, segura de lo que pretendía.
– No, claro que no. Jamás la ofendería con algo así – se apresuró a contradecirla.
– Me refería a que la próxima vez que nos veamos te los puedo entregar – explico.
– De hecho eso me gustaría mucho – acepto un tanto apenada por haber pensado tan mal de él.
Una vez llegaron al frente de la casa está bajo enseguida.
– Estoy en deuda contigo. Gracias por haber ido por mí, nos sabes cuánto te lo agradezco – estaba consciente de que no cualquiera lo aria, por fortuna él parecía ser diferente y lo noto desde que tuvieron oportunidad de hablar.
– No tienes nada que agradecer, estoy para lo que sea que necesites – le respondió.
– Por cierto, tenías algo para decirme cuando me llamaste. ¿De qué se trata? – indago recordándolo apenas.
– Tengo unos documentos para ti, el día de mañana tomare de forma oficial el puesto como presidente y me gustaría que vieras las condiciones en que lo are. Necesito que los revises – le dijo tomándolos del asiento trasero para dárselos.
Lo cierto es que aquello se trataba de una mentira, pues no era urgente que los viera. De hecho habría podido dárselos al día siguiente en la oficina o en cualquier otro momento y habría estado bien.
– De acuerdo, los revisare y te daré mi opinión por la mañana. Una vez más gracias.
– No hay de que.