La Herencia

Capitulo 31


Derek en cambio no pudo hacerlo y es que estaba en lo cierto, pues eso nunca le había detenido ni un solo instante.
  – Derek, seré muy claro contigo y no por otra cosa que por el cariño que le tengo a Renée. Aléjate de ella por su bien – advirtió, más lo hizo con calma.
  – Así que si la amas – dio por hecho tomando como base lo que acababa de decir.
  – Me parece una buena persona, mejor y más inocente que tú y por eso mismo no quiero que nadie la lastime – le confesó, pues aunque tenían poco de conocerse habían entablado una muy linda amistad.
De igual manera, debía reconocer al menos para si mismo que algo mas había comenzado a nacer en su pecho, algo que nunca había sentido; mas no se sentía preparado para admitirlo, no hasta estar seguro de lo que se trataba.  
  – ¿Que te hace pensar que lo are?, ¿por qué crees que la dañare? – estaba un tanto ofendido porque siquiera sugiriera eso.
  – Derek, te conozco desde que éramos solo unos niños y aunque fuimos amigos no soy sordo o ciego a lo que eres capaz. Soy testigo de lo que eres capaz – indicó con claridad.
  – ¿Qué quieres decir con eso? – trato de que fuese mucho más franco al respecto.
  – Sales con una mujer diferente cada semana y es que una vez consigues lo que quieres de ellas pasas a tu siguiente presa; eres un cazador, esa es tu naturaleza. No permitiré que ella sea tu siguiente víctima, eso jamás – le aclaro con toda sinceridad en lo que pensaba de él y que estaba dispuesto a mucho para no permitir que se acercase a ella.   
  – Hablas como si yo fuese un monstruo y no es así… De una vez te digo que ella me interesa, es verdad y are lo necesario para tenerla a mi lado – sentencio con firmeza, tomando aún más en serio su reto.
  – Puede que te sientas atraído por ella, que te guste en el mejor de los casos; pero no estas enamorado de ella y alguien como Renée no merece algo menos que eso. Renée necesita a su lado alguien que la quiera y ese no eres tú, así que no permitiré que te le acerques – le aseguró. 
  – ¿Exactamente en calidad de que me lo prohíbes?, ¿novio, pretendiente, amante? – interrogo en aras de insultarle.
  – Lo vez, eres demasiado corto de vista. No vez lo que es tan obvio – insinuó con pena por él.
  – ¿Y qué seria eso? – cuestiono tratando de entender a lo que se refería.
  – Es muy simple en realidad y es que Renée es diferente a todas las mujeres con las que te has topado en tu vida. Ella es muy especial; puede ser lo mejor que te haya sucedido, pero también tu perdición y por desgracia tú la suya. No permitiré que sea de ese modo – aseguro. 
  – Por fortuna no depende de ti, así que toma esta visita solo como un aviso de que estoy interesado en ella y planeo pelear para conquistarla – le advirtió.
  – Esperó por su bien que no caiga en tus redes o la destruirás así como hiciste con Dalia – expresó dejándolo sorprendido por lo que decía y es que había tocado un punto verdaderamente sensible.
  – No te atrevas a mencionarla siquiera, no a ella – le exigió tornándose un tanto más agresivo.
  – No lo are si es eso lo que deseas, pero no por eso lo que sucedido deja de ser menos verdad – le advirtió.
  – ¿Qué sabes tu al respecto? – le interrogo a la defensiva.
  – Supongo que no todo, pero si lo suficiente como para saber que la destruiste. No he vuelto a verla desde que eso ocurriese – confeso.
  – En definitiva no sabes ni una mierda, así que ya terminamos con esta conversación – le dijo poniéndose en pie para salir de ahí enseguida.
  – Me temo que tú tampoco, mi querido amigo – menciono una vez a solas, en verdad apenado por él.

Renée se encontraba descansando en su habitación después de haber regresado del trabajo, cuando de pronto su teléfono comenzó a sonar; dándose cuenta enseguida de que se trataba de Carlo. 
  – Hola – le saludo antes que nada  
  – Hola Renée, perdón por molestarte – se disculpó enseguida y antes de cualquier otra cosa.
  – Descuida, que aún es temprano para mí. ¿Qué sucede? – le cuestiono un tanto extrañada por su llamada.
  – Una de las meseras tiene que irse de urgencia y estamos algo cortos de personal; además esta noche hay más clientes de lo habitual, así que me preguntaba si… – trato de encontrar las palabras adecuadas para decirlo y es que era consciente de que Renée no era más su empleada. 
  – ¿Si podía ir a ayudar? – se aventuró a preguntar creyendo saber lo que deseaba y en efecto era de ese modo.
  – Exacto, eso es justo lo que esperaba que pudieras hacer – reconoció.
  – Por supuesto que puedo hacerlo. Sabes que aria lo que sea por ti, solo dame un momento para cambiarme de ropa y voy para haya enseguida – acepto consciente de todo lo que este le había ayudado en su peor momento, por lo cual siempre le estaría agradecida y en deuda.
  – Te lo agradecería mucho en verdad – le aseguro.

Un rato después Renée se dirigía a la puerta a toda prisa, cargando al hombro su antigua bolsa, misma que solía usar cuando iba a trabajar por las noches. Para su desgracia los taxis tardaban algo en llegar, en especial si se tenía tanta prisa como ella. No sabía cómo es que conseguiría llegar al bar con prontitud, fue entonces que vio como salía de la casa el auto de María; mas no estaba de humor para tratar con ella. Era de ese modo en especial cuando vio como este se detenía a su lado en la calle bajando la ventanilla; más pronto se dio cuenta de que se trataba de Derek. 
  – ¿Te llevo? – ofreció reclinándose un poco en el asiento para verla.
  – No, gracias – rechazo su oferta de forma tajante y es que no se sentía con ánimos de tener que soportar sus tonterías. 
  – Anda, te prometo que solo te llevare a donde vallas y me marchare sin molestar – trato de convencerla, aunque en vano y es que esta no creía en sus palabras.
  – Está bien, solo espero cumplas tú palabra y me dejes en paz apenas lleguemos a nuestro destino – se atrevió a desear.
  – Te prometo que así será – reitero, seguro de que lo aria.
  – Después de todo tengo otros sitios a donde ir – continuo mostrando cierto desinterés por ella y es que esa era su nueva estrategia.
Renée entonces decidió subir al auto de una buena vez.
  – ¿A dónde te llevo? – le cuestiono una vez en marcha.
  – Al bar – respondió.
  – ¿Qué bar? – cuestiono aun cuando ya sabía la respuesta, mas no pudo evitar la tentación de molestarla un poco.
  – Sabes muy bien a que bar me refiero – afirmo convencida de que era el caso.
  – Ya, que aún me duele la cabeza de esa borrachera. Creo que nunca había estado tan ebrio en toda mi vida como lo estuve esa noche – acepto, aun a riesgo de quedar como un estúpido.
  – Me cuesta creerlo, pero diremos que es verdad – le dio ese beneficio.
  – ¿Puedo saber cómo es que aguantaste más que yo? No digo que sea alcohólico, pero tengo una gran tolerancia – reconoció sin intención de negar lo evidente.
  – De acuerdo, te lo contare. Después de todo me estás haciendo este gran favor – accedió, aun cuando bien podía callar y esperar a usar esa información de mejor forma.
  – Anda y te prometo me portare bien – negocio tratando de convencerla.
  – Si así lo aseguras, entonces te lo contare… Era agua – confeso.
  – No, era vodka – le recordó seguro de que había sido de ese modo, después de todo aun recordaba el sabor en sus labios.
  – La tuya en efecto lo era, en cuanto a la mía era solo agua – explico.
  – ¿Como demonios se te ocurrió hacer algo así? – le cuestiono un tanto molesto, pero también debía reconocer que fascinado por el ingenio que demostraba.
  – La verdad es que no solo es mérito mío, pues es un truco que usamos las baristas y meseras cuando los clientes nos invitan un trago. De ese modo piensan que estamos igual de borrachas y no es de ese modo, pues no bebemos ni una gota de alcohol – revelo un secreto celosamente guardado.
  – ¡Valla! Que inteligentes son ustedes – reconoció admirado de todas ellas.
  – Lo somos – admitió orgullosa.




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