La herencia de la hija del billonario

Capítulo I

«Este hombre está loco, mi madre dijo hace años que mi padre murió en un accidente. Seguramente es un viejo borracho que intenta conquistar a chicas guapas con su vana labia y dinero». Ella dice en sus adentros.

Sara al terminar de pasearse por el parque central de Madrid, ve un lujoso coche negro con cristales ahumados. Cuatro hombres vestidos con trajes oscuros lo están custodiando; parecen guardaespaldas. El anciano se dirige al coche con lágrimas en los ojos. Sara se turba por un momento, pero decide no acercarse, ya que si resulta ser su padre, que hace mucho tiempo atrás había causado un gran daño a su madre, ¡no estaría dispuesta a perdonarlo!

Sara fue testigo de cómo doña Guadalupe lloraba amargamente en varias ocasiones. Noches y noches sin dormir, ataques de pánico y ojeras de tanto llorar. El dolor que había sufrido no tenía parangón.

Finalmente, Sara regresa por última vez a su casa de Madrid para mudarse con su madre y tía a Brahui. Todas ellas parten hacia el pequeño pueblo, un viaje de unas 20 horas para las tres. Al llegar, docenas de musulmanes caminan por las calles coloniales del pueblo; algunos son sabios imanes, personas que dirigen la oración colectiva en una mezquita y en una comunidad musulmana.

Las mujeres visten con trajes tradicionales; afortunadamente, no las obligan a llevar velo.

El lugar es pintoresco, con viviendas de coloridas combinaciones y cada una con un jardín parecido a las residencias turcas. Muchos adolescentes juegan con perros por las calles, y los niños se divierten en las piletas de los parques. Al parecer, todo está en orden. Brahui es un pueblo de paz, donde nadie discrimina a nadie y todos respetan las demás religiones.

Favorablemente, en esta colonia musulmana no hay terroristas ni fanáticos religiosos. Cristianos, musulmanes y judíos conviven en fraternidad.

La furgoneta de mudanzas llega al lugar de destino y deja bien ubicadas las cosas de doña Guadalupe y su hija en un pequeño apartamento suficiente para que vivan madre e hija.

El lugar tiene una diminuta sala con una chimenea en la parte central, la cocina está cerca, el baño y dos cuartos en el segundo piso. Las paredes están pintadas de blanco y, en la parte delantera de la casa, hay un jardín con un arbusto lleno de tomates de árbol y muchas flores amarillas alrededor.

Aquella hogar es sencillo, pero acogedor.

—Sara, desde ahora esta es nuestra nueva morada. No es grande ni lujosa, pero es lo suficientemente cómoda para vivir las dos tranquilamente. —Dice su madre.

— ¡Comprendo, mamá! ¿Pero podrías explicarme el cambio de domicilio sin justificación alguna? —Le pregunta Sara, expresando su rostro con dudas.

— ¡En algún momento lo vas a entender, hija mía! ¡Algún día lo vas a comprender! —Ella le responde con la mirada pensativa.

Sara se siente cada vez más confundida.

Pasan varias semanas hasta que doña Guadalupe consigue un nuevo trabajo con la ayuda de su hermana y algunos familiares. La paga no es buena, sin embargo, es suficiente para tener lo que necesitan.

Sara, por su parte, decide estudiar la universidad a distancia. Fue una excelente estudiante en el colegio y su meta es graduarse como ingeniera de comercio exterior.

Todo parece estar en paz y tranquilidad hasta que, al salir del departamento, Sara ve el mismo coche negro con los cristales ahumados que vio cuando salió del colegio en Madrid.

Ella tiene la certeza de que se trata del mismo anciano que vino en busca de su madre. Sara se pregunta así misma:

« ¿Cómo es posible que este señor nos encontrara en una colonia musulmana tan recóndita como esta? ¿Por qué insiste tanto? ¿Será que en verdad es mi padre? Y si es mi padre de sangre, mi madre me ha mentido al decirme que está muerto. Sin embargo, es imposible, ya que ella nunca miente. »

Mientras tanto, el anciano se baja del coche con sus guardaespaldas, que lo escoltan. Él pregunta a las personas de su alrededor, como si estuviera averiguando los datos de alguien, pero en realidad busca a doña Guadalupe.

Sara no pretende decirle nada a su madre para que no se acongojara como aquella vez que lo vio en la entrada de su antiguo hogar. Ella piensa guardarse esta información en el corazón, pero al parecer quizá no haga lo correcto.

Una limusina se estaciona frente a Sara y, cuando abren las puertas traseras, tres mujeres de aspecto sospechoso se acercan para obligarla a subir. Ella se resiste, pero es en vano, ya que se la llevan lejos del pueblo.

— ¡Auxilio, auxilio! —Son los gritos desesperados de Sara.

—No se preocupe, Sarita —Le dice una de las mujeres.

— ¡Me están secuestrando, déjenme salir! —Grita con desesperación.

—No es así, señorita y legítima heredera del doctor Néstor de la Torre. —Le contesta ella con firmeza.

A lo lejos, se acerca un coche negro y enseguida sale el anciano con dos de sus guardaespaldas.

— ¡Sara, mi amor, no huyas de mí más! Dile a Guadalupe que nunca la he olvidado, estoy dispuesto a reparar todo el mal que le hice. Su mirada irradia bondad y contrición.

— ¡Otra vez usted! Está demasiado obsesionado conmigo y con mi madre, ¡déjeme en paz! —El rostro de Sara se torna irritable.




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