La herencia de la hija del billonario

Capítulo VII

— ¡Vaya! ¡Vaya! Tú hiciste esta reserva para dos. —Le dice Miguel a Victoria.

—Así es, mi querido Miguel. Tenemos una noche agradable con una buena comida. —Le responde ella.

—Supuestamente, esto debería ser una cena para hablar de negocios, no tanto para una cita romántica. —Él le replica.

—Claro que es de negocios, pero me gustan los ambientes románticos y privados como este lugar. —Ella le guiña el ojo seductoramente.

Mientras se sirven la cena y toman unas copas de vino, celebran el nuevo puesto de Miguel Ángel en la petrolera. Ambos se ríen, se coquetean, se cogen de la mano y se besan con pasión.

Sin embargo, Victoria, tan calculadora como siempre, evita acostarse con Miguel Ángel por el momento.

Tras aquella agradable velada, Miguel Ángel conduce a la mansión de Victoria. Al llegar, los dos se quedan conversando en la puerta de entrada, se vuelven a besar y se despiden.

Pero desde la parte superior de la mansión, Sara observa en silencio aquella escena, que desde ese instante la hará sentir unos celos irresistibles por Miguel Ángel.

« ¿Qué me está pasando? Porque siento unos celos intensos por ese hombre. ¿Acaso me estoy volviendo loca? ¡No puede ser!» Dice Sara en sus adentros al expresar malestar y desesperación en su semblante.

Transcurridos tres días después de aquella escena que dejó a Sara confundida, ella cambia el horario de la universidad para no volver a ver a Miguel Ángel. Al saber su decisión, su mejor amiga se entristece, ya que Sara ha sido una buena persona con ella.

Las únicas veces que pueden verse son las tardes de los lunes, miércoles y viernes en el gimnasio.

Aquel lunes por la mañana, la banca de Sara está vacía. Miguel Ángel no le presta atención, pero, al pasar varios días de su ausencia, él se preocupa y se dirige a hablar con la mejor amiga de Sara.

—Estefany, ¿sabes qué le sucede a la española que lleva varios días sin venir a clase? —Su rostro denota seriedad.

— ¿A ti qué te importa dónde esté Sara? ¡Déjala en paz! —Ella le responde enérgicamente y con firmeza.

—Tranquila, señorita, solo preguntaba por tu amiga. —Le responde él.

— ¿Y desde cuándo te preocupa mi amiga? —Ella le replica.

—No cabe duda de que eres igual que Sara. —Me voy.

Miguel Ángel, sin recibir respuesta alguna, se inquieta, pero no le da importancia, pues tiene la seguridad de que en la petrolera se va a topar con ella muy pronto.

Esa misma tarde, en la compañía petrolera, una joven muy bonita, de rostro ovalado, cabello rojo, ojos verdes y mirada triste, de estatura mediana y cuerpo delgado, se acerca a Recursos Humanos para firmar un contrato y empezar a trabajar en el departamento comercial. Su nombre es Pamela.

Es una emigrante de Colombia que vino a México porque su ciudad natal fue invadida por narcos y paramilitares.

Lamentablemente, Pamela perdió a su padre y a sus hermanos en una redada con la mafia. Solo ella y su madre sobrevivieron, y tuvieron que huir a México.

Viven en un barrio sencillo de Ciudad de México. Pamela trabajaba antes como camarera en un modesto restaurante, pero su sueldo no era suficiente, ya que su madre sufre una extraña enfermedad que la mantiene en silla de ruedas y, además, padece cáncer de mama.

Paralelamente, Sara ingresa oficialmente en el departamento comercial ese mismo día en calidad de asistente comercial.

La directora del área las reúne en su oficina para que trabajen juntas. Ambas se saludan cordialmente y luego se dirigen a sus respectivos despachos.

Antes de dirigirse cada una a su lugar de trabajo, Sara le hace la conversa.

—Pamela, espero que te sientas a gusto trabajando conmigo, sé que estás un poco nerviosa, como yo, por ser la primera vez que trabajamos en la petrolera.

—Gracias, espero que seamos un buen equipo y nos llevemos bien. —Pamela le da la mano en señal de agradecimiento.

—Por tu pronunciación, debes de ser de Colombia, ya que tengo dos compañeras de clase que tienen el mismo acento que tú. —Le dice Sara.

—Soy de Ipiales. —Le contesta.

—Disculpa por ser un poco atrevida, ¿por qué estás aquí en Ciudad de México? —Le pregunta sigilosamente.

—Es una larga historia, quizá te aburra si te la cuento. —El semblante de Pamela se torna nostálgico.

—Tengo todo el tiempo del mundo para escucharte, me gusta conocer la vida de los demás y ayudarles, siempre y cuando esté en mis posibilidades. —Sara muestra una sonrisa.

—Mi padre y mi hermano fueron asesinados por la mafia colombiana en la frontera con Ecuador. Solo mi madre y yo pudimos escapar. —Comienza a llorar.

—Lo siento si te he hecho sentir mal al contarme esta trágica historia de tu vida. Sara le pasa una servilleta a Pamela para que se seque las lágrimas.

—Eres muy amable, no te preocupes, porque me doy cuenta de que eres una persona gentil. Ella suspira profundamente.

—Desde hoy serás mi mejor amiga. —Sara le responde con su agraciada sonrisa.




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