Al transcurrir el día, ambas van a almorzar, pero, para sorpresa de Sara, Diego Brindissi entra en la oficina con un ramo de flores y una caja de bombones.
—Hola, mi querida Sara. Estás radiante y hermosa como siempre. Diego le besa suavemente la mano.
—Hola, Diego. Gracias. ¿Tú cómo estás? —Le saluda cordialmente.
—Estoy muy bien, de hecho, he traído este ramo de flores y estos chocolates, espero que te gusten. Diego sonríe.
—Muchas gracias, no es necesario que te molestes por estos lindos detalles. Sara se sonroja.
—Me gustas, Sara, y voy a hacer todo lo posible para ganarme tu aprecio y la aprobación de tu padre. Perdóname por ser tan directo, pero es mi manera de ser. —Le dice Diego con firmeza.
Sara guarda silencio por unos instantes hasta que con una tímida voz responde:
—No sé qué decirte, Diego. Me has cogido de sorpresa de verdad. De todas maneras, te agradezco las flores y los bombones.
—No te preocupes, tenemos todo el tiempo del mundo para que las cosas fluyan por sí solas. —Le responde sin dejarla de mirar a los ojos.
Sara regresa a ver a Pamela, quien le guiña un ojo para darle a entender que está de acuerdo con que empiece a salir con Diego.
—Sara, si no es mucha molestia, ¿podemos salir a almorzar juntos? No hay problema por tu amiga, las invito a las dos. Diego espera la respuesta mientras revisa su móvil.
—Está bien, Diego, eres muy amable.
Al bajar los tres por el ascensor, se encuentran frente a frente con Victoria y Miguel Ángel. El rostro de Sara palidece al ver a Miguel, el odioso. Él, con una sonrisa disimulada, se alegra de toparse con ella. Por otro lado, Victoria cambia su alegre sonrisa y saluda con frialdad a su prima.
El ambiente se pone tenso y Diego y Pamela, la amiga de Sara, no se dan cuenta del conflicto que existe entre ellos.
Sara sale presurosa del ascensor sin regresar a ver a nadie y Diego, que no entiende lo que sucede, va tras ella para preguntarle el motivo de su repentino cambio de actitud.
Desde lejos, Miguel Ángel esboza una sonrisa cruel; le agrada ver a Sara sometida a sus caprichosos juegos.
Para él no fue suficiente molestarla y humillarla en la universidad, sino que también quiere hacer lo mismo en el trabajo, claro, de manera más sutil, porque sabe que su padre es el accionista principal de la petrolera y no quiere meterse en serios problemas.
El ego de Miguel Ángel está herido porque sabe con certeza que Sara no ha caído en sus engañosos artilugios y por eso la persigue por todos lados hasta conquistarla.
La gran mayoría de los hombres son así: cuando su orgullo se ve puesto a prueba, son capaces de llegar a niveles jamás imaginables. Esperemos que Sara mantenga esa misma actitud y no se deje dominar por aquel seductor y egocéntrico hombre.
Al llegar al restaurante, inquieto, Diego le pregunta por lo sucedido a la salida del ascensor.
— ¿Qué te pasó, Sara? ¿Por qué saliste corriendo del ascensor sin razón alguna? El rostro de Diego denota incertidumbre.
—No es nada, Diego, mejor veamos el menú de hoy. Sara aprieta con enojo la carta del menú.
Sin decir palabra, almuerzan mostrando sus rostros acontecidos, especialmente el de Sara. Sabe con certeza que Miguel Ángel también intentará salirse con la suya en la empresa.
Tras terminar de almorzar, Diego las acompaña hasta el área comercial y, antes de despedirse, le dice a Sara lo siguiente:
—Gracias, Sarita, y a tu compañera de trabajo por aceptar mi invitación. Espero que no sea la primera ni la última vez que salgamos a almorzar. Diego se despide de ellas sin dejar de mirar de pies a cabeza a Sara.
Mientras Sara vuelve a sus tareas, un par de lágrimas corren por sus delicadas mejillas. Está triste y asustada por lo ocurrido en el ascensor; al reencontrarse con Miguel Ángel, ella había visto su rostro mostrando una sonrisa sarcástica.
Pamela, al percatarse del bajón emocional de Sara, le pasa un pañuelo y le seca las lágrimas.
—Gracias, Pamela, no tienes idea del odio que le tengo a ese hombre. —Se lamenta ella.
—Tú hablas de aquel hombre que estaba en el ascensor con la directora del área de finanzas. —Le comenta.
—Sí, el mismo. Ese hombre no es lo que parece, es un seductor y un miserable egocéntrico que se complace causando daño a los demás. —Su voz es suave, lenta y vacía.
— ¿Tuviste algo con él? El rostro de Pamela expresa asombro.
—Gracias a Dios no, pero desde la universidad no ha dejado de hacerme la vida imposible. Ahora quiere seguir atormentándome en el trabajo.
— ¡No puedo creer lo que me acabas de decir! Pensé que Miguel Ángel era un caballero respetuoso y gentil con las mujeres.
— ¿Conoces a Miguel? —Pregunta Sara, mostrando sorpresa en su semblante.
Hace un par de días lo conocí, cuando la directora del área de finanzas lo presentó a los demás directores. —Le dice.
—Me imagino que también pretendió hechizarte con su elocuencia y su vana hermosura externa. —Le responde.