— Mientras esto sucedía en Cancún, en Ciudad de México Miguel Ángel trataba de salirse con la suya en la compañía petrolera, intentando conquistar a Pamela, la compañera de trabajo de Sara.
Casi todos los días bajaba desde su oficina hasta el departamento comercial para hablar con ella.
Ella conocía los consejos que le dio Sara sobre la fama de mujeriego que tenía Miguel Ángel; sin embargo, estuvo a punto de ceder a sus tentaciones.
Un día antes de que Victoria y Sara regresaran a Ciudad de México, Miguel Ángel intentó seducir a Pamela con estas dulces y seductoras palabras:
—No cabe duda de que las colombianas tienen una voz que derrite a cualquier hombre.
—Es verdad, las paisas tenemos una voz bonita. —Ella le sonríe delicadamente.
—Además, tu sonrisa es provocativa y me hace imaginar muchas cosas. —La voz de Miguel es seductora y cautivadora.
—Me estoy sonrojando, Miguel Ángel, mejor no sigamos hablando o sino...
— ¿Sino, qué? —le pregunta Miguel mientras se acerca lentamente a ella.
—O sino puede venir mi jefa y no sería correcto que nos oyera hablar de estos temas. Ella da unos pasos hacia atrás para evitar a Miguel.
—No te preocupes por ella, yo tengo un cargo más alto y soy la mano derecha de Victoria de la Torre. —Él le contesta e intenta acercarse de nuevo a Pamela.
—Parece que a la señorita Victoria no le caigo bien, cada vez que nos cruzamos por el camino me mira con odio. Le tengo miedo. La voz le tiembla y se pone nerviosa.
—Ja, ja, ja, tampoco te preocupes por ella, sé cómo mantenerla bajo control. —Él le responde con plena seguridad.
Sin pensarlo dos veces, Miguel Ángel agarra de un fuerte apretón la cintura de Pamela y comienza a besarla. Ella trata de esquivarlo, pero la tentación es más fuerte que las palabras de advertencia de Sara.
Se besan durante unos minutos hasta que ella reacciona:
—No, Miguel, no. —Por favor, quiero irme a casa, necesito cuidar de mi madre.
—Está bien, Pamela, puedes irte. Por cierto, besas muy bien. Su voz es masculina y viril.
«Ja, ja, ja, no tardará mucho en caer esta paisa en mis brazos. Después de conquistarte, iré a por Sara. Esta española sí que ha sido un hueso duro de roer, pero tarde o temprano será mía».
Pamela, después de resistirse a las seducciones y a las palabras encantadoras de Miguel Ángel, sale de la oficina para ir a casa de su madre a darle las medicinas.
A pesar del buen sueldo que gana en la compañía petrolera, no le alcanza para los costosos tratamientos que sufre su madre a causa de una rara enfermedad que la mantiene en silla de ruedas y, para complicar su estado de salud, padece cáncer de mama.
Mientras coge el metro a tres manzanas de la empresa, recibe una llamada.
—Buenas tardes, ¿podría hacerme el favor de comunicarme con la señorita Pamela del Castillo?
—Buenas tardes, ¿con quién tengo el gusto de hablar? —le pregunta ella.
—Lamentamos decirle que el departamento donde usted vive y al parecer también una señora de unos 60 años de edad, acaba de incendiarse. —le dice.
— ¡Dios mío! — ¡No puede ser, mamita querida, no! —Pamela cuelga el teléfono con lágrimas en los ojos.
Enseguida se baja del metro para coger un taxi que la lleve lo antes posible al lugar de los hechos. Durante el trayecto, llora y lamenta lo sucedido.
Al llegar, observa a los bomberos, la policía y una ambulancia en los alrededores del edificio. Ella trata de acercarse, pero hay cintas que impiden el paso de las personas; sin embargo, se dirige a uno de los policías para decirle que es la persona que vive en aquel piso.
Pamela ve salir del edificio en llamas a varios paramédicos con una camilla. Se trata de su madre, que tiene algunas quemaduras en los brazos y las piernas. Pamela se dirige presurosa hacia su madre.
— ¡Mamá! ¡Mamá! ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? Su voz es desgarradora e intensa, llena de sentimiento.
—Hija mía, el tanque de gas explotó cuando intentaba encenderlo. Perdóname, hija mía. La voz de su madre es apagada, débil y floja.
—Mamá, no digas bobadas, mejor no hagas comentarios y déjate atender por los paramédicos.
Su madre, que está muy débil, se queda inconsciente en la camilla mientras le atienden las heridas. La ambulancia la traslada enseguida al hospital para llevarla a urgencias.
Pamela está devastada por lo sucedido a su madre. Uno de los paramédicos se acerca para decirle que las heridas de quemadura de su madre están bajo control, pero las cosas del departamento quedaron casi todas hechas cenizas, incluso la costosa silla de ruedas de su madre fue consumida por el fuego.
«Ahora, ¿qué hago, Dios mío? No tengo a nadie a quien pedir ayuda para estar varios días en su casa hasta poder arrendar un nuevo departamento y comprar lo necesario para el hogar.
Estoy devastada; mi sueldo apenas me alcanza para lo necesario y los costosos gastos por las enfermedades que padece mi madre».