Paola.
El hombre de mis sueños, sale de la niebla dorada, y camina hacia mí. ¡Es fuerte y hermoso como Dios! Aunque no veo su cara, pero sé, que es hermoso, porque no puede ser de otra manera. Gotas de agua brillan en su pecho, mechones ondulados tocan sus anchos hombros y una toalla blanca está a punto de caer de sus bronceadas caderas.
-Paola...
¡Ay dios mío! ¡Y qué voz! Profundo, sensual, con notas aterciopeladas. La multitud de mariposas en mi estomago se quedaron quietos, sin aliento, esperando la continuación claramente erótica.
- ¡Por fin eres mía!
- ¡Sí! - Gemí, lista para caer en un charco orgásmico.
Extendimos nuestras manos el uno al otro y...
Pero en el momento culminante, una almohada voló hacia mi cara y el hechizo se rompió de inmediato.
- ¡Ay! ¡Paola! ¡Levántate rápido, nos quedamos dormidos! ¡Jodido despertador!
- ¿A? ¿Qué? ¡¿Dónde?! – mi estado erótico que se detuvo abruptamente, por medio de una almohada, y el grito desgarrador de mi amiga me despertó, pero aún no entendí nada de nada, excepto una cosa: mi príncipe volvió a entrar en la niebla del sueño, sin hacerme feliz.
Abrí los ojos y me senté en la cama. Buscando a tientas el teléfono, lo acerqué a la cara. La pantalla negra ni siquiera parpadeó, carajo, ayer me olvidé cargarlo y se acabó la batería.
- Vamos, ya son las siete y cuarto. – gritó mi amiga, recogiendo su ropa.
- ¡¿Cuánto?! ¿A qué hora nos acostamos ayer, si viniste a mí a las diez de la noche toda llorando y con una botella de Martini?
- Alrededor de las tres, creo. – dijo ella poniendo los vaqueros. – ¡Levántate ya! Dormirás después de la entrevista.
Inmediatamente recordé la cita con el jefe del departamento de recursos humanos a las ocho y medio de la mañana. Salté del sofá y corrí por el apartamento como un tornado buscando cosas. ¡Maldita sea! ¡No puedo llegar tarde! Hoy sería el día en que, se podría decir, se decidiese mi destino. Si no me contratan, no tendré dinero para pagar el alquiler de este apartamento, y literalmente estaré en la calle.
- ¡No podías dejar a tu novio el sábado u otro día! Si llego tarde no me dan el puesto, ¿tú sabes que Gorgona esta allí de jefe? - exclamé, empujando a mi amigo lejos del lavabo.
- Bueno, Paula, ¡lo siento! ¡No lo hice a propósito!
Mi amiga Rosario, a quien cariñosamente llamaba "Ro", nació en Barcelona, pero a los dieciséis años decidió ser actriz, pero ni Almodóvar, ni Amenábar no vieron en ella una estrella de cine, por eso Ro intentó probar la suerte en otro país. Nos encontramos, cuando ella estaba buscando un piso en Paris y yo necesitaba una compañera de piso. Éramos jóvenes, las dos queríamos conquistar el mundo y nos compaginemos muy bien. Desde este momento siempre estábamos juntos compartiendo las glorias y las penas.
Pero hace un año Ro se enamoró de Rafael, con quien, según ella, su relación iba en serio, que él era el hombre de su vida y se mudó con él. Pero ayer ella lo dejó, porque el despistado se olvidó la fecha de su primer beso. Era un error imperdonable.
- No te enfades, te llevaré rápidamente a la oficina en mi auto. ¿Tu dinosaurio todavía está en el taller? - preguntó, refiriéndose a mi viejo Ford.
- ¿Dónde más estaría? Tenías razón, debería comprar un coche nuevo, pero ya no tengo dinero. - Respondí, alejando a Ro de la cocina. – Tomaras el café en tu salón. Vamos, llego muy tarde.
- ¡Yo, por cierto, también! - respondió con enfado, porque no le deje hacer el café.
Ella al dejar al lado su sueño de convertirse en una estrella de cine, acabó unos cursos de estética y ahora trabajaba como peluquera en el famoso salón de belleza de la ciudad, en pleno centro, no muy lejos del edificio de oficinas donde yo iba a conseguir trabajo, y además empezaba su jornada laboral a las ocho y medio de la mañana, así que ambas esperábamos no llegar tarde.
En el pasillo, casi chocamos con las cabezas y pisamos los pies, pero no confundimos los zapatos y bolsos y salimos de mi apartamento sin graves lesiones. No esperamos el ascensor, porque por la mañana era una misión imposible, y rodamos como bolas desde el cuarto piso, tratando de no romper las piernas. Gracias a Dios, Ro llegó ayer en su auto sin chocarlo, así que cuando vi a su pequeño Daewoo Matiz en el estacionamiento, me calmé, ahora definitivamente llegaré a tiempo a la entrevista.
Tan pronto como corrí hacia el auto y salté adentro, Ro presionó el acelerador y salió del estacionamiento como loca.
- ¡Ro, cuidado! No eres Schumacher, - grité, presionando mi cabeza contra el asiento, - si nos estrellamos en algún lugar, no llegaré a la entrevista y tú al trabajo. ¡Ayer, por cierto, bebiste más que yo!
- Si, pero comí más que tú. ¡No te preocupes, amiga, tengo experiencia tanto en conducir autos como en beber! – sonrió maliciosamente y se aferró con confianza al volante. - Mejor abróchate el cinturón y pinta tus labios, de lo contrario pareces una monja después de una noche de sexo tántrico.
- ¿Qué? ¿Sexo tántrico? ¡Suena malvado y salvaje! - Me reí.
- Todavía no lo he probado, porque Rafa es muy tradicional, pero voy a desarrollarme más en este campo, para no obsesionarme como tu con el pasado, - respondió, recordándome que había pasado más de un año desde que me liberé del hechizo de Jonathan.
Claro, no era así, por supuesto, como quería prepararme para esta entrevista, pero no pude dejar a mi amiga sin apoyo, aunque sospechaba que esta ruptura no durará ni una semana. No tuve tiempo de maquillarme y Ro me peinó a correr, recogiendo mi pelo rizado y largo en un moño travieso. Menos mal que había preparado antes de que llegara Ro mi único traje decente para el nuevo trabajo. Sacando lápiz labial de mi bolso, me pinte los labios, me golpee las mejillas pálidas con las manos y me alisé las cejas con el dedo.