La herencia maldita

Capítulo 4.

Felipe.

Un día desafortunado, hace unos cinco años, cometí el mayor error de mi vida. Cuando mi tía, que vivía con mi madre en Ginebra, murió repentinamente. Tuve que dejarlo todo y volar hasta allá, porque mi madre estaba muy preocupada por la muerte de un ser querido y estaba tan deprimida, que necesitaba mi apoyo. Después del funeral, por la bondad de mi corazón, la invité a vivir conmigo en París. Si, era un error grave, pero no podría dejarla sola en este estado.

Le propuse vivir conmigo. Por supuesto, no le propuse vivir exactamente en mi piso, porque todavía no era un completo idiota y entendía que dos personas completamente diferentes y con intereses diferentes nunca se llevarían bien. Le compré otro apartamento en el mismo edificio, pero un piso más abajo, para que pudiera vivir cerca y estar bien cuidada y vigilada.

Pero resultó, que era yo quien se convirtió ser vigilado. Me encontré bajo su atenta supervisión y constantes charlas moralistas. Literalmente tan pronto como ella se mudó en mi edificio, sin importar lo que pasara en mi piso, que normalmente podían pasar muchas cosas en el apartamento de un chico de veintiséis años, el oído atento de mi madre no podía faltar. Inmediatamente escuchando algo extraño, volaba escaleras arriba con tanta velocidad como si realmente tuviera alas, y comenzaba a avergonzarme delante de mis amigos por mi comportamiento inapropiado.

La ausencia de amigos en un nuevo lugar y su propia vida personal ausente, aunque no estaban divorciados con mi padre jurídicamente, vivían separados desde hacía veinte años, causaron aburrimiento en mi madre y la obligaron a tomar las riendas de la vida de otras personas. Aunque resultaría extraño llamar otras personas a su propio hijo, pero así éramos, porque desde que cumplí veinte años yo vivía en Paris solo. De repente me vi obligado de nuevo compartir mi vida con mi madre, por eso estaba cansado de soportar constantes interferencias en mi propio espacio.

Traté de presentarle a algunos de mis socios comerciales, pero para ella todos eran "plebeyos" sin educación y no merecían su atención. Aunque no eran así en absoluto, fue imposible convencer a mi madre acercarse a alguno de ellos. Matilde Von Buol, la duquesa de Zermatt, estaba tan orgullosa de su título que hasta en mí su esnobismo despertaba indignación. La única persona que mi madre aceptó a primera vista fue mi amiga François, que tenía un don increíble para gustarse a todas las mujeres sin excepción.

La amenacé más de una vez con que me mudaría de ella al otro extremo de la ciudad, pero tan pronto como estaba a punto de hacerlo, ella de inmediato comenzaba a gemir, quejarse del dolor en el pecho y agarrarse al corazón. Supuse que era una actuación para darme lástima, pero aun pensaba que una mujer mayor podría tener problemas cardíacos u otra cosa, pero después de la tercera visita al hospital, donde no le encontraron ningún problema grave de salud, decidí no llevarla al médico después de cada histeria, ya que era incómodo y estúpido. Por lo tanto, básicamente opté por quedarme en silencio a cada una de sus reproches y cerraba todas las cerraduras de mi piso, ignorando sus molestos timbres a mi puerta, o iba a casa de François.

Pero cuando cumplí treinta años, mi madre tuvo una nueva idea. Ella decidió casarme, porque, en su opinión, era indecente para un heredero de una familia noble permaneciera soltero a estos años y era necesario pensar en la continuación de esta misma familia. Pero yo no tenía absolutamente ninguna intención de casarme tan pronto y más aún de tener descendencia, por eso le dije mi postura rotundamente.

Ella no dijo nada, pero comenzó a asistir activamente a algunas reuniones y actos de caridad. Por un lado, suspiré un poco aliviado, porque mi madre comenzaba a desaparecer de casa por las noches, pero, por otro lado, comenzó a obligarme a acompañarla a cenas privadas con sus nuevos amigos o invitarme a sus cenas sin falta, donde invariablemente estaban presentes unas chicas y sus padres.

Al darme cuenta de que mi madre me quería juntar de esta manera con una chica digna de sus conceptos, como un perro con Pedigríes, no lo soporté y le di un ultimátum de que o me dejaba en paz, o me casaba con la primera que aparece. Y de hecho le presente a Susana. Eso era un santo remedio.

Durante algún tiempo, su actividad tormentosa sobre mi futuro disminuyó, o mejor dicho, la transfirió a otra ocupación. Mamá abrió una fundación benéfica para jóvenes talentos e inculcó a esa faceta toda su energía, por fin dejándome en paz.

Pero ahora sí, necesitaba tener una conversación seria con mi madre y averiguar quién era esa Mónica Monty, a quien mi padre decidió dejar la mitad de nuestro castillo familiar. Esperaba que esta circunstancia hiciera hablar a mi madre, porque todo lo relacionado con su linaje era intocable.

Deteniéndome frente a la puerta del apartamento de mi madre, respiré hondo, exhalé lentamente y pulsé el timbre. Fue la señora Neves, la doncella de mi madre, quien me abrió.

- Buenas tardes, Neves. ¿Mamá está en casa? - pregunté.

- Sí. Está en la sala de estar- —dijo la mujer y me guiñó un ojo.

Mientras caminaba por el pasillo, escuché voces de mujeres. "Mamá aparentemente volvió a la vieja idea de casarme," - pensé indignado.

- ¡No pensé que vendrías hoy, hijo! - Mintió mamá sin una pizca de vergüenza, cuando me vió entrar en la sala.

- Como no iba a venir mamá, ayer me llamaste y me recordaste lo de los abogados, - sonreí al darme cuenta que la chica estaba aquí por algo.

 - ¡Sofía! Este es mi hijo, Felipe, - sin prestar atención a mi disgusto, me presentó a la chica. - Cariño, esta es la hija de mi amigo. Ella me ayuda mucho con la fundación. Créame, es una chica muy agradable y una excelente especialista financiera.

Miré a la chica frente a mí. Era una morena alta y esbelta con ojos azules y una sonrisa maravillosa. Ella sabía perfectamente que impresión causaba en los hombres.



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En el texto hay: humor, odio amor, finalfeliz

Editado: 15.05.2023

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