La herencia maldita

Capítulo 12.

Felipe.

Desde el primer minuto me di cuenta de que no sería capaz de tener un diálogo constructivo con esta loca. Menos mal que no me volvió a pegar, pero me atribuyó tantos epítetos desagradables que hasta abrí la boca por la sorpresa. ¿Cómo podía llamarme así, cuando no me conocía en absoluto? Pero lo peor era que ella no me iba a vender su parte de la herencia. Por eso decidí a toda costa quedarme en una casa, que no me gustaba nada, pero no tenía otra opción. Tuve que proteger mi castillo de la incursión de esta intrusa.

Al llamar a los abogados y mi amigo me di cuenta de que la artillería pesada, como la reforma del castillo por la mitad, tendría que posponerse por algún tiempo. Ya que era necesario coordinar el plan de rehabilitación con el ayuntamiento, y eso eran las cosas del palacio, que, como todos sabemos, van despacio.

Además, las pinturas de mi padre, expuestas en la galería, se vendieron, pero muy lentamente, y reducir el precio no tenía sentido, según el crítico de arte. La única cosa buena, era que mi amigo encontró un comprador para el apartamento en Ginebra. Pero esperaba entregar ese dinero de inmediato a la insolente pequeña Monti, para que no tuviera tiempo de cambiar de opinión, e inmediatamente firmara un acta de venta.

No sabía qué hacer. Como podría convencerla venderme su parte de MI castillo. Magda y Alan me ofrecieron una magnifica salida a esta situación, por algunas razones desconocidas para mí hasta ahora, tampoco amaban a la nueva dueña. Pero ¿por qué sorprenderse? Esta loca no sabe comunicarse con la gente como un ser humano, solo ataca e insulta.

- Necesita que la pongamos en tales condiciones que ella misma le ofreciera a comprar su parte, para marcharse de aquí y olvidarse de nuestro castillo como una pesadilla, - sugirió Magda.

- ¿Cómo lo consigo? Ya llamé a los abogados y me dijeron que no hay forma de obligarla, ni siquiera puedo empezar una reforma sin su consentimiento. Tampoco puedo conseguir un acta sobre la siniestralidad del edificio rápidamente, porque necesita una inspección, una comisión y de más cosas. - respondí con amargura.

- ¿Y si creamos condiciones insoportables para ella aquí?

- ¿Cuales?

- Tensión nerviosa constante, - incitó Alan. - Como Magda sabe hacerlo. A veces me fastidia tanto, que incluso yo saldría corriendo de casa.

- Nadie te preguntó, viejo, - interrumpió su esposa. - Aunque eso estaría bien. Por ejemplo, vivir juntos en esa casa y aprovechando de la situación molestarla al máximo. Después intentar fundir sus bolcillos por gastar dinero.

- También podemos quitarle el coche, - interrumpió otra vez Alan. - Aunque su coche, los policías quitaran sin nuestra ayuda. Tiene el motor de gasolina y aquí, como sabe, están prohibidos.

- Esto no es suficiente - volvió a comentar Magda. - Hay autobuses. Creo que mejor vivir con ella en el castillo. Los problemas domésticos afectan más a las mujeres. - se rio Magda.

- No es una mala idea, aunque no me parece muy buena idea. Prefiero hacer de otra manera. Sé, que sería imposible, pero tengo que ir al ayuntamiento y pedir permiso para la rehabilitación. Independientemente de su decisión, planeo restaurar el muro. - dije.

- Si eso sería bueno. Porque su padre solo reparó el ala derecha, luego se fue a Berna y todo siguió igual. No le gustaba Zermatt, parece, - Alan suspiró.

- No estoy de acuerdo con eso. He visto sus pinturas, simplemente están saturadas de amor por Zermatt, pero tienes razón en una cosa. Necesito hacer algo. Restaurar el castillo o demolerlo y construir un hotel o algo. - Dije, considerando la verdadera oportunidad de inversión, que Paola había mencionado.

Me despedí de ellos y me fui a la ciudad. En el camino vi una imagen magnífica. La loca estaba sentada tranquila en la banca de la parada de autobús y miraba con una tristeza enorme, como la grúa se llevaba su auto. Por supuesto, me sorprendió mucho la velocidad con que trabajaba la policía local, pero no voy a mentir, me divirtió mucho verla así desamparada. Me detuve y le ofrecí mi ayuda, pero como esperaba, le resultaba difícil pensar racionalmente y rechazó mi ayuda. Así que me agité la mano en la despedida y marché con la esperanza no verla nunca.

Pero por la noche nos volvimos a encontrar. Estaba acomodando mis cosas en una habitación que no estaba ocupada por los extraños vestidos, que habían aparecido inexplicablemente en la casa. Sería lógico que fueran de mi vecina, pero por alguna razón no me la imaginé con uno de estos atuendos. Cuando ella entró con dos bolsas del super, fingí no darme cuenta de su apariencia.

- Entonces, ¿Decidiste a vivir conmigo bajo el mismo techo? - preguntó con malicia.

- ¿Y por qué debería, de hecho, renunciar a mi casa? - Respondí.

- Algo así supuse. - dijo, poniendo las bolsas de sobre la mesa y sacando de una de ellas un rollo de cinta adhesiva blanca. - Ahora dibujaré una línea de demarcación que dividirá la casa por la mitad. ¡Espero que no te atreves a entrar sin mi permiso a través de esta línea en mi mitad! ¿Estoy siendo clara?

- ¿Pensaste mucho? O si, veo, que estas muy preparada. – dije sonriendo, porque me pareció absurdo, pero de ella podría esperar cualquier cosa.

- Donde fueres, haz lo que vieres. – dijo la loca y puso las manos a la obra.

Ella se puso en cuclillas y empezó a trazar una línea en el suelo, pegando la cinta con cuidado.

- ¿Tienes un estrabismo? ¿O has hecho apropósito? – exclamé, recordando el concejo de Magda. - ¡Me quitaste por lo menos unos cinco centímetros de mí parte!

- ¿Dónde? – preguntó girando la cabeza hacia mí.

- ¡Allí en la tercera tabla del piso, te salió mal!

- No seas mezquino, codicioso Phil.

- No me llames Phil. Esto es solo para amigos cercanos. Para ti soy Felipe o Sr. Von Buol.

- Demasiado largo ese “Von Buol”, - murmuró. – No seré capaz de pronunciarlo después de la primera copa de vino.



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En el texto hay: humor, odio amor, finalfeliz

Editado: 15.05.2023

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