Felipe.
El primer día tuve algunas dudas sobre el cálculo del precio de mi herencia. El hombre de confianza de los abogados hizo un costo aproximado del castillo, pero viendo mi propiedad con mis propios ojos, me pareció que la cantidad asignada por él era demasiado alta. Las tres cuartas partes de los edificios del interior del castillo fueron destruidas, al igual que la mitad de la muralla. Sólo quedaron en buen estado unos cien metros y el ala derecha del castillo. Por supuesto, yo no era un experto en el negocio inmobiliario, pero dos millones de francos era una cantidad muy alta para una vivienda semidestruida, cuya reconstrucción requeriría al menos la misma cantidad.
Al principio pensé que había cantidades significativas en las cuentas de mi padre, que habrían sido suficientes para cubrir los costos de restaurar al menos la muralla, pero allí había muy poco dinero. Luego hablé con Magda y Alan para entender por qué mi padre no restauró nada durante todo el tiempo. Me convencieron de que mi padre a lo mejor no tenía la capacidad financiera para hacer esto, porque vivía muy modestamente, solo con la pensión de un maestro de escuela de arte. Esto me sorprendió mucho, porque yo mismo firmaba las letras, que le fueron pagadas como dividendos por el quince por ciento de “Shelengfarm”. Algo claramente escapaba de mi atención. Para solucionarlo, pedí una reunión con el inspector de Hacienda, que llevaba las cuentas de mi padre.
Era eso a que me dediqué toda la mañana. Fui a Zermatt, me reuní con el inspector y me enteré de que mi padre iba a restaurar el castillo. Para ello ya se había trazado un plano, se había obtenido el permiso y ya había pagado parte del dinero a una de las empresas constructoras, pero la enfermedad le impidió iniciar la restauración. El costo que me entregaron era con una restauración incluida.
Llamé a los abogados, preguntando por la legalidad de eso y me contestaron que, si estaba todo pagado y firmado, entonces podría contar como restaurado, aunque no estaba acabado el proceso de la restauración. No estaba de acuerdo con eso, porque aun no tenía ni idea, que quería hacer con el castillo y pagar a Paola un dineral por lo que aun no estaba hecho no me parecía correcto.
Para averiguar por qué la constructora aún no había comenzado el trabajo, fui a un pueblo vecino, pero en el camino vi a Paola, que salió corriendo a la carretera e intentó detenerme agitando en la mano una bolsa blanca.
- ¡¿Esta idiota decidió suicidarse?! ¡O sacar más dinero denunciandome por atropello! - exclamé en mis corazones y frené bruscamente, girando el volante hacia la izquierda.
Fue en ese momento que vi las ovejas que comenzaron a rodearla. "¿La contrataron como pastora? Aunque es poco probable, no habrá nadie tan loco, seguramente que algo le haya sucedido de nuevo". - Pensé mientras salía del auto. No tenía ganas de ayudarla de nuevo, así como el tiempo para perder, pero no pude ir más allá, ya que las ovejas bloquearon todo el camino.
De las explicaciones de Paola entendí que los animales la confundieron con un pastor y la siguieron. No tenía idea de quién era el dueño de este rebaño y qué hacer con él, pero una cosa estaba clara que algo le había pasado al pastor, porque en esta zona los animales no podían pastar solos debido a la cercanía del parque nacional.
De repente recordé que algo similar le había pasado al padre de uno de mis amigos de la universidad. Estaba cuidando las cabras en los Perineos y cayó a un barranco, rompiéndose la pierna. Gritó durante mucho tiempo, hasta que había perdido la voz, y las cabras, habiendo comido la hierba, comenzaron a buscar un nuevo lugar y se toparon con un adolescente que regresaba del rio y lo siguieron. Él chico entendió que algo pasó, corrió al pueblo, informó y los vecinos comenzaron a buscar el pastor. Rápidamente lo encontraron en un barranco, lo que le salvó la vida, pues no podía salir con la pierna rota, y pasar allí la noche equivalía a la muerte por hipotermia.
- ¿Dónde encontraste las ovejas? - la pregunte.
- No los encontré, fueron tras de mí. - respondió ella, todavía sin entender lo que había sucedido.
- Entienda, tal vez algo le pasó al pastor, las ovejas mismas no pastan aquí, porque el parque está cerca. ¿Dónde los viste?
- Está en el prado. Pero no vi a nadie allí, tampoco escuché. - dijo.
Tomé el carnero por su cuerno curvo e intenté sacarlo de la carretera. Pero el animal se puso borde y no hubo manera de moverlo.
- ¡No lo tires así! ¡Estás haciéndole daño! - se escuchó el grito de la "protectora de los animales".
- Claro, pero cuando lo golpeen con un auto, no solo lo lastimará a él, sino al conductor también. Si no quieres que te ayude. Me voy. – dije enojado, pero solté el cuerno de carnero.
- No creo que puedes irte. Pero puedes pedirle que se aparte, - respondió ella irónicamente y llamó al carnero. - Vamos, bonito, encontraremos un sitio mejor.
No importaba lo extraño que fuera, pero él la siguió sin cuestionar, al igual que las ovejas, liberando el camino. Mientras Paola guiaba a "su" rebaño fuera del camino, llamé a la policía. Les expliqué toda la situación, porque no tenía duda de que algo malo le había pasado al pastor, tampoco sabía qué hacer con las ovejas
- Ya ves, tienes que ser amable con los demás. Ellos, aunque son ovejas, entienden todo, cuando los pidan y no agarran por los cuernos, - dijo Paola en tono de reproche.
- Simplemente no te hagas una santa. No me trataste así. No te hice nada y me golpeaste en la ingle. - Le recordé nuestro primer encuentro.
- Me privaste de un futuro brillante. Tú chocaste conmigo, me tiré el café, me quemé mucho y luego me sacudiste como un almendro. ¿No sabía quién eras? ¿Quizás un violador, quizás un asesino? Tenía que defenderme.
- ¡Soy un violador! - exclamé. – Yo no parezco a un delincuente.