La herencia maldita

Capitulo 21.

Felipe.

¡Ahora ella me sacó de quicio! No me importaba el dinero en absoluto, y mucho menos sus dulces, pero era demasiado para dejarme en ridículo. “Ya no seré amable con ella, no quería que sea por bueno, será por malo”. - Me dije a mí mismo y llamé a François, el mejor experto en mujeres.

- ¿Qué es lo que más molesta a las mujeres? - Le pregunté.

- Es más fácil contestar lo que no les molesta. – se rio mi amigo. - Pero ¿qué pasó?

- Ella me pone de los nervios. Cada vez que trato con ella, me veo como un tonto.

- ¿Estás seguro? ¿Tal vez solo te gusta la chica? - preguntó alegremente.

- No. Esto está fuera de discusión. Necesito que ella salga de aquí. - respondí enojado, porque no estaba para las bromas.

- Ya sabes, de odio a amor solo un paso.

- ¡Calla!

- Está bien, te ayudaré. Toma un bolígrafo y escribe.

- No te burles, porque estoy mal de verdad.

- Las mujeres odian el desorden y las retransmisiones deportivas a todo volumen. No les gusta pasar vergüenza y que les quiten sus cosas. Pero lo más insoportable para ellas es otra mujer en su territorio. – respondió mi amigo con un tono de sabio.

- ¿Esto es todo?

- Empieza con esto, veremos cómo va, pero te advierto, si ella está tan loca, estás jugando con fuego. Una mujer enojada da miedo. - se rio de nuevo.

- Espero sobrevivir, lo principal es que ella salga de aquí lo antes posible.

- ¿Puedes invitar a tu madre? Ella cumplirá esta misión en un par de horas.

- No, entonces definitivamente me volveré loco. Lo intentaré deshacerme de ella por mis propios medios. - Contesté y colgué.

"¡Genial! Ahora tengo un arma contra ella". - pensé con alivio. De hecho, sabía de algunas cosas antes. La vida con Susana me enseñó mucho, pero el desorden que hacía fue supervisado y limpiado por mi asistenta de casa, pero Paola no tiene ayuda aquí de nadie.

Después de esperar a que Paola se acostara, en silencio me dirigí a la cocina, como un espía, miré dentro del refrigerador, vi todo lo que compró con mi dinero y sin arrepentirme lo saqué por fuera. En doce horas, nada particularmente terrible habría pasado a los alimentos, pero sería imposible volver a congelarlos. Y recordando que ella no tenía idea de cómo usar la cocina de leña, sonreí con picardía. ¡Ni para mí ni para ella!

Luego vi en las estanterías un paquete de azúcar y lata con el café soluble. Los abrí y coloqué en la mesa, como se había caído, esparciéndose por el suelo.

La siguiente parada fue el baño. Después de mirar los frascos y tubos bien ordenados, se me ocurrió una idea increíblemente divertida. Eché un poco de mi espuma de afeitar en su mascarilla para pelo y coloqué su gel de ducha detrás de pie del lavabo.

“Parezco un niño travieso, pero lo merece,” – pensé mientras ponía la pomada de Magda en mi rostro.

Con una sensación de logro, regresé a mi habitación y entablé correspondencia con mi CFO. Al darme cuenta de que no podría vender el departamento en Ginebra en un futuro cercano, le pedí que calculara cuánto podría ofrecer por el castillo a Paola. "¿Por qué lo necesito?" - De repente pensé.

De hecho, nunca o casi nunca he vivido aquí. No me gustó este sitio para nada. ¿Por qué lo quería? ¿En memoria de mi padre y mi familia? Pero si ni él ni mi abuela había vivido aquí más de diez años en total, aunque ella siempre decía que nuestra familia continuaba solo en este lugar. Naturalmente, le creí hasta el quinto grado de la escuela, pero luego la biología refutó esta afirmación. La descendencia no depende del lugar, sino de otras cosas.

 Entonces esta tampoco fue la razón principal por la que me aferré tanto a este castillo.  "¿Por qué necesito estas ruinas? Puede que mi padre haya pagado la restauración, pero los impuestos desorbitados irán a mí cuenta todos los años. Mamá tenía razón, mejor no remover las cenizas del pasado. ¡Dejaré todo aquí y que esta loca se encargue del todo! A ver ¿Cómo se apañará?" - pensé acaloradamente, pero luego recuperé mis sentidos.

¡Este era mi castillo! ¡Mio! Si lo dejo ahora, todo lo demás se irá al infierno. Efectivamente, en la vida de un hombre, especialmente de los duques de Zermatt, lo principal era no retirarse de sus cargos, lograr siempre su objetivo, proteger lo que era de la familia y responsabilizarse de los que estaban bajo mi protección. Así mi madre y mi abuela me criaron, dándose cuenta de que nada de eso funcionó con mi padre.

Así que por la mañana fui a reunirme con los constructores. Al llegar a la oficina, pisoteé un poco allí, miré los folletos en la pared, tosí un par de veces para llamar la atención de una mujer rubia, pero ella no me hizo caso y seguía con la llamada telefónica hablando del vestido de novia de tal Lola. Unos dos minutos después su comportamiento comenzó a molestarme francamente.

- Lo siento, - cansado de esperar, decidí emitir la voz.

La señora levantó la vista por un segundo y me miró con severidad, o más bien a mi cara, donde, a pesar de la milagrosa pomada de Magda, los moretones todavía ostentaban bajo mis ojos, aunque no eran muy llamativos.

- No ves, estoy ocupada, si necesitas un trabajo, entonces no esperes, no hay nada para hoy, - dijo bruscamente y nuevamente comenzó a discutir algo vital por teléfono.

- Lo siento, pero le llamé ayer y pedí una reunión con señor Walt. Soy Felipe Von Buol. - Dije más exigente y apoyé las palmas de mis manos sobre la mesa, colgando ligeramente sobre esta mujer habladora.

- ¡¿Usted?! ¿Nuevo duque de Zermatt? – exclamó ella, fijándome con los ojos muy abiertos.

- Sí, puedo mostrarle mi pasaporte.

- No, no hace falta, le creo. - ella inmediatamente cambió su tono y pasó a una dirección más cortés.

- ¿Qué quería, señor?

- Quería saber, ¿qué pasó? ¿por qué aún no han comenzado a trabajar en la restauración del Castillo de Zermatt?, aunque todos los permisos y el dinero se recibieron de mi padre. - dije severamente.



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En el texto hay: humor, odio amor, finalfeliz

Editado: 15.05.2023

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