Felipe.
Al darme cuenta de que Paola fue a Zermatt a buscar su amiga, por alguna razón me tranquilicé. Atribuí una extraña sensación de alivio a la culminación de difíciles negociaciones con los lugareños, así que tuve el agrado de invitar a las chicas a una taberna local, la única, por cierto, que me aconsejó el señor Portman, diciendo que el cocinero de allí era excelente profesional, que trabajaría del chef en el restaurante del balneario.
Nunca me gustó hablar de trabajo durante el almuerzo. "Los pensamientos pesados no contribuyen a la buena digestión", - solía decir mi madre, así que hasta me alegré de que apareciera Rocío. Esperaba que una persona ajena a la cooperativa me distrajera de los problemas, al menos durante una hora. Y ella tenía algo para distraerme. Sus pechos tan hermosos inmediatamente me llamaron la atención. No he visto en mucho tiempo algo tan bonito. En general, Rocío fue una chica muy sexy y diligentemente enfatizaba esto, incluso diría que se exhibía. En eso se diferenciaba mucho de Paola, quien, por el contrario, trataba de ocultar su refinada belleza.
- Soy Rocío, pero puedes llamarme Ro, - la chica se presentó y me tendió la mano.
- ¡Dios! Solo cinco días en este desierto y perdí toda inmunidad contra la belleza, - dije, besando su mano.
- ¿No es demasiado dulce para un cumplido? - preguntó ella sonriendo.
- ¿Por qué piensas, que la verdad tiene que ser amarga? Mejor celebremos nuestro encuentro. -Sugerí.
- ¿Qué pasa con Cookie? - preguntó la rubia. - No nos dejan entrar con él.
- No te preocupes, esto es un pueblo. Todos aquí tienen un perro. Además, la mitad del pueblo permaneció en la casa del alcalde, - respondí alegremente.
- Será mejor que le abroches la correa por si acaso. - aconsejó Paola, obviamente enfadada con algo.
Cuando llegamos a la taberna, parecía que ya nos estaban esperando allí. No tenía ni idea de lo rápido que se difundía la noticia en el pueblo. El cocinero, su mujer y dos chicos altos e idénticos nos recibieron muy cordialmente y nos condujeron a un pequeño salón en la parte baja de la casa y donde sólo había tres mesas.
Yo no quería pensar en el trabajo, al menos en la comida, pero el chef de inmediato comenzó a mostrarnos el menú para la inauguración del restaurante, y Paola se puso manos a la obra con mucho entusiasmo, preguntando por los ingredientes.
- Lo siento, pero venimos a almorzar, - los interrumpí. - Si no le resulta difícil, entonces denos de comer lo que tenga y tráiganos una botella de vino local.
- Como desea, señor Von Buol. - Se avergonzó el cocinero, sin esperar que no me fuera a ocupar del análisis del menú.
- Señor Bernard, hablaremos del menú después de comer, si no le importa. - le sonrió Paola.
- Sí. Sí. Por supuesto, - dijo el cocinero y rápidamente se dirigió a la cocina.
- ¿Crees que puede manejar el restaurante? Es mucho más grande, que esta taberna. - preguntó Paola, todavía pensando en la inauguración.
- Por favor, Paola. No hablemos del balneario, del restaurante, del trabajo en general en la comida. Tu amiga vino a visitarte, y no le haces caso, - la regañé, sonriendo a Rocío. - Entonces, ¿qué haces en París?
- ¡Oh, ya no importa! - se rio la rubia. - ¡Eso ya está en el pasado, ahora quiero comenzar una nueva vida y finalmente lograr mi sueño!
- ¿Cuál es tu sueño? - pregunté.
- ¿No me digas que decidiste volver a hacer las pruebas para películas? - exclamó Paola.
- ¡Por supuesto que no! Crecí y me quité de la cabeza esa idea loca. - Rocío sonrió con tristeza.
- En vano, tienes un aspecto muy texturizado. Tienes algo de Marilyn Monroe. - Dije para apoyar a la chica. - Tengo un conocido, que es director de cine, si quieres le hablo sobre tí.
- No, el cine seguirá siendo un sueño de la infancia, pero en realidad quiero abrir mi propio salón de belleza. – dijo Ro.
- ¡Ahora recordé, donde te vi! - exclamé, - Eres la chica de la peluquería...
Paola y Rocío se miraron.
- Sí, me engañasteis muy bien entonces. - Me reí, dejando en claro que no estaba en absoluto ofendido por ese incidente.
En ese momento, uno de los mellizos de Bernard nos trajo una botella de vino y lo sirvió en copas,babeando en el escotede Rocío.
- ¡Genial, así que brindemos por nuestro nuevo encuentro! - Hice un brindis y con otra mano hice un gesto discreto el chico, que puede marcharse.
- ¡Por supuesto, este es el brindis más adecuado! - exclamó Rosio. - ¡Además, no noté una sola peluquería aquí!
- Es porque es un pueblo pequeño, - le recordé. – Solo tiene mil habitantes. Hay salones de belleza en la ciudad, aunque no muchos.
- Sí, pero ¿cuántas mujeres viven en el pueblo? ¿Van a la ciudad cada vez para ponerse guapas?
- No sé, pero me parece que les importa poco la belleza y la moda, - respondí, recordando el aspecto casual de Magda y las mujeres que vi aquí.
Quizás por eso todos en la reunión percibieron tanto a Paola. Ella era como algo efímero para ellos en su vestido ceñido como la segunda piel. La miré de nuevo. Sí, ella era muy diferente a su amiga. Había algún tipo del secreto en ella, como si se estuviera encadenando a sí misma en un marco invisible, para que nadie averigua sus deseos y no descubra su potencial.
El primer día de nuestro encuentro, se veía tan gris y rígida en aquel traje de oficina, que no esperaba un rechazo decisivo de ella, cómo golpearme en lugares íntimos. Luego me cabreó con sus travesuras infantiles. Anoche Paola me pareció una niña real, ofendida, arrinconada entre grandes problemas, que me dio pena y ganas de ayudarla, pero esta mañana se convirtió en una reina inexpugnable. ¿Cuándo fue ella misma, la Paola real?
Estaba claro, que Paola era una chica complicada y yo no quería molestarme para averiguarlo todavía, porque frente a mí estaba un claro diamante de la sexualidad femenina en forma de Rocío. La chica sin duda estaba muy interesada en mi y eso me alagaba. Un pequeño romance con ella no estaría mal como forma de relajarse, porque realmente pensaba, que Rocío vino solo para un fin de semana y después, probablemente, nunca nos vemos.