La herencia maldita

Capítulo 32.

Paola.

- Ro, deja de ligar con Felipe, - le dije severamente a mi amiga.

- ¿Qué, también tienes planes sobre él? - se rio ella.

- ¡Por supuesto que no!

- Pensé tu te pusiste tan guapa para él.

- No, no por él, sino por la reunión de la mañana. Además, me aconsejó él usar este vestido. - Mentí.

Pero ¿por qué mentí? Simplemente no le dije toda la verdad, porque no me gustaba nada la forma en que Felipe miraba el pecho de Ro. Nunca había tenido algo así, incluso con un push-up, y con este vestido sin sostén, mis pechos se volvieron completamente invisibles.

-Tú tienes a Rafael, - le recordé. - Por cierto, ¿qué os pasó otra vez? ¿Qué se olvidó pobre chico?

- Nada, solo me di cuenta que no me quiere.

- ¿Quien? ¿Rafael? ¡¿Estás bromeando?!

- No, lamentablemente no estoy bromeando. No le importa, si nos casamos o no, no le importa dónde estoy y con quién. Ni siquiera está celoso de mí. ¿Entiendes? No sé cómo explicarlo. Él me necesita, pero no en la forma en que necesita que esté cerca. No puedo hacer eso. Tengo sangre española. Necesito emociones, pasión, algo romántico, pero él todas las noches se sienta con su computadora. – dijo Ro con un suspiro.

- Sí, pero antes no te importaba eso, sabías que es su profesión. ¿Qué pasó? - Insistí.

- No sé, es como si me despertara y me diera cuenta de que esta no es para nada la vida que quiero. Rafael es muy aburrido y poco detallista. Le da igual todo.  Pero veo otra gente, como tu duque, con que podría ser posible tener una aventura apasionante. Él es un...

- No, Ro. Te ruego que lo intentas. - La interrumpí. –  Sino te perderé como amiga.

- ¿Así que todavía te gusta? - preguntó alegremente.

- No. No en este caso. Solo le prometí trabajar para él durante un mes y él se haría cargo de mi parte de la herencia junto con la deuda, si podemos arrancar la cooperativa. - Expliqué.

- Entonces, ¿cuál es la diferencia, si tengo un pequeño romance con él? ¿A lo mejor le ayudaría?

- No te hagas la tonta, Ro. Felipe tiene que hacer que esta maldita cooperativa funcione, así que tiene que pensar en los negocios, no en tus tetas. - dije enojada.

- Oh, creo que no se trata solo de la cooperativa, - se rio ella entre dientes.

- ¡No, no en la cooperativa, sino en una deuda de cinco millones! – Exclamé.

- Pero, ¿qué tiene en común tu deuda y un poco de diversión sexual?

- Ro, es un pueblo. Las noticias aquí andan más rápido, que cinco G. Felipe y yo teníamos que mentir a todo pueblo, que somos novios, por eso su padre me dejo la herencia, para no mencionar a mi madre, que era su amante.

Comencé a enfurecerme de que mi amiga no entendiera la situación completa en que me encontraba, la que podría hundirme en un completo abismo. Para ella, cinco millones también era dinero irreal. Estaba segura, de que ella estaba pensando en cinco mil.

- ¡Cinco millones!, Ro, ¡y mi reputación! –  repetí enojada.

- No te preocupes, tu reputación no tendrá ningún reproche, nadie sospechará de ti.

- Cojones, Ro. ¿No entendiste lo que dije? Da igual, ¡haz lo que quieres!  - dije con irritacion y salí del baño de damas.

Para mi sorpresa, ni Felipe ni Cookie estaban en el salón, solo uno de los gemelos de Bernard estaba apoyado en la barra y muy probablemente esperando la salida triunfal del baño de "Miss Big Breasts", porque una estúpida sonrisa se congeló en su no muy hermoso rostro.

- ¿Has visto adónde fue el hombre con el perro? - Le pregunté.

No me respondió, pero su sonrisa se hizo aún más amplia. Inmediatamente me quedé claro que el tonto vio a Ro, ese chico no escuchó ni vio nada.

- ¿Dónde están Felipe y Cookie? – preguntó Ro, sin mirar al chico.

- Se han ido, - dijo él sin apartar los ojos de mi amiga.

- ¿A dónde? – pregunté, con la esperanza en su atención.

- No lo sé, - se encogió de hombros.

En ese momento escuchamos el grito de batalla de Cookie y las palabrotas de Felipe. Las dos saltamos a la calle, donde se nos precipitó la "tragedia apocalíptica". Felipe estaba parado, sosteniendo un gato en una mano y Cookie en la otra, ladrando y saltando hacia el hombre, tratando de llegar al gato. Al darme cuenta inmediatamente de que el gato era la manzana de la discordia, se lo quité a Felipe y se lo tiré al lado, lejos del perro. Él, una vez en tierra firme, desapareció rápidamente detrás de las cajas de botellas vacías. Ro, mientras tanto, estaba ocupada calmando a su furioso "monstruo".

- ¿Que pasó aquí? -  pregunté.

- No sé de dónde vino este gato, pero obviamente a Cookie no le gustó. - Respondió Felipe.

- ¡Estas sangrando! - exclamé, porque recién ahora noté la sangre en su mano. - ¿Estás herido? ¿Te mordió?

- Y no solo él, el gato también se esforzó, - sonrió.

- ¿Duele mucho? - Pregunté, mirando su mano.

- No, no tanto.

- Entremos a la taberna, Bernard debe tener un botiquín de primeros auxilios o una tirita.

El cocinero me dio una cajita blanca con cruz roja y yo comencé a tratar las heridas de Felipe.

- ¡Ay, duele! – hizo él una mueca.

- Aguanta, no debiste meterte en esa pelea. - respondí y soplé su mano.

- No fue una pelea justa, eran dos contra uno solo. - bromeó.

- Para la próxima vez llámame a mí. – dije sonriendo.

- ¿Vienes? - preguntó de repente serio y tomó mi mano, en la que sostenía un algodón con peróxido.

- Vendré, no tengo otra opción. Cinco millones de dudas no es una broma para mí. – Sonreí tristemente, me arrebaté mi mano, le puse unas tiritas y empaqué el material sanitario en la caja.

- Gracias por la ayuda. - respondió y se volvió hacia Ro. - Si quieres, ¿Os puedo llevar al castillo a ti y tu amiga?

- ¡Maravilloso! - Ro exclamó alegremente.



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En el texto hay: humor, odio amor, finalfeliz

Editado: 15.05.2023

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