Paola.
No pude encontrar a Ro en toda la mañana a pesar de que me prometió estar en el balneario y ayudarme con las fotos. Pregunté a todos los que conocían a mi amiga, pero nadie la vio. Finalmente apareció, pero no sola. Rafael estaba con ella. Cómo supo dónde estaba ella era un misterio para mí. Pero me alegré de que estuvieran juntos de nuevo, aunque no estaba claro en el rostro de Ro, si estaba contenta o molesta.
Mi amiga, con muchas reticencias, accedió a posar en una piscina exterior con un fondo de naturaleza y en una sala de masajes, claramente fingiendo la alegría y satisfacción y eso cuando el fotógrafo le exigía naturalidad. Cuando le ofrecí ir al mirador, ella se negó rotundamente.
- No, querida, eso lo vas a haces tú misma. Hice lo que prometí, y ahora tengo que lidiar con mis problemas, - dijo y miró severamente al chico sonriente, quien aparentemente pensó que Ro estaba metida en su bolsillo.
No insistí, porque me di cuenta de que necesitaban arreglar su relación y hacer las paces. Por alguna razón, quería que todos fueran felices en ese día. Seguramente porque yo misma estaba en el séptimo cielo de felicidad, porque todo el día sentí el apoyo de Felipe, incluso cuando él no estaba a ni lado.
Finalmente dejé que mis sentimientos se liberaran, después de que me besara con tanta ternura en la oficina. No me importaba lo que nos pasaría después, porque ahora mismo nos amábamos hasta perder el conocimiento.
Solo de pensar sobre Felipe, las locas mariposas en mi estómago comenzaron su torbellino de nuevo. Sí, estaba esperando la noche de pasión, que me prometió mi duque, pero cuando después de la fiesta insinuó que llegó la hora para nosotros, me invadió tal nerviosismo, que estuve a punto de negarme, o más bien de huir a Ro. ¿Qué había para sorprenderse? Ya he tenido tanto tiempo no solo sin practicar el sexo, ni siquiera tuve una sola cita, y tenía miedo de hacer algo mal. Menos mal que Felipe no me dejó ir.
- Paola, te invito a cenar, solo una cena romántica. No me tengas miedo, créeme, no haré nada en contra de tu deseo. - me prometió.
- No tengo miedo, - respondí valientemente, mirándolo a los ojos.
- ¿En absoluto? - sonrió.
- En absoluto. Vamos, llévame a donde tú quieres.
Honestamente pensé que me llevaría a la ciudad, o a otro sitio, pero Felipe giró el auto hacia el castillo. "¿Qué no vi allí? ¿Me engañó? Dijo que mostraría un lugar maravilloso, pero me arrastra a la cama. Espero, ¿qué me dará de cenar, por lo menos? - pasó por mi cabeza, pero no dije nada en voz alta.
Me ayudó a salir del auto y me acompañó a la puerta que conducía de la cocina a la torre.
- Magda dijo, que la escalera esta mala y que es mejor no subir. - Dije y negué con la cabeza.
- No tengas miedo y confía en mí. No te arrepentirás, — dijo, fue el primero en entrar allí y me tendió la mano.
- Esta bien. – suspiré y le seguí.
Con cuidado me guio escaleras arriba, iluminando el camino con una linterna en su teléfono.
- En realidad, sería mejor traer luz por aquí, - sugerí.
- Haremos todo lo que quieras un poco más tarde, pero ahora, - abrió la puerta a la azotea de la torre. - ¡Mira!
Entré y vi una mesita cubierta con un mantel blanco, dos sillas y un candelabro. En la esquina izquierda había una canasta grande cubierta con un paño y una hielera en la que había una botella de vino. Felipe me llevó al borde de piedra, se paró detrás de mí y me abrazó, presionando su pecho contra mi espalda.
- Mira, es todo tuyo.
- ¿Todo, todo? - Sonreí, observando el valle y el pueblo con mis ojos.
- Y más aún, yo también te pertenezco. - respondió, me abrazó más fuerte y de alguna manera mágica dijo. - Sabes, fue esta torre la que salvó a los aldeanos de la avalancha, e incluso antes obligó a las tropas protestantes a detenerse, por lo que todos los aldeanos siguieron siendo católicos.
- Entonces es una torre heroica.
Después de estas palabras, de repente me sentí como una verdadera princesa que tenía un castillo inexpugnable y un príncipe valiente. Aunque, de hecho, el castillo fue destruido y olvidado, pero el príncipe era real, el príncipe de mi corazón, quien definitivamente convertirá mi vida en un cuento de hadas. Pero simplemente no sabía, si ese cuento tendría un final tan feliz, como imaginaba.
- Ahora, por favor ven a la mesa. - me llamo.
Me giré y vi la mesa ya puesta.
- ¿Cuándo te dio tiempo para prepararlo todo? - Me sorprendió.
- Mientras tú y Vitteli paseasteis por el bosque, yo me aproveché para arreglarlo. O mejor dicho, Bernard lo preparó y yo solo traje todo esto por aquí, - dijo y encendió las velas.
Dios, no tenía idea de que la cena pudiera ser tan romántica y agradable. Felipe me contó sobre el pasado de sus antepasados, sobre el castillo, sobre su abuela, quien, a pesar de que durante la avalancha perdió a su esposo y una hija, le inculcó respeto y orgullo por el nido familiar.
- Ahora entiendes por qué reaccioné tan negativamente a la decisión de mi padre de darle la mitad de este castillo a tu madre. - Dijo, acercándose a mí. - Pero al parecer él sintió que yo también me enamoraría de una chica con apellido Monti.
- ¿Crees que tu padre lo hizo a propósito?
- Estoy seguro de eso. - Dijo apenas audiblemente y me atrajo hacia él, y al mismo tiempo su corazón latió tan fuertemente, que literalmente sentí con mi cuerpo cada su golpe.
Tenía tantas ganas de enterrar mi nariz en su pecho y respirar el olor de un hombre, que hacía hervir mi sangre en mis venas solo con su presencia y hundirme en sus labios. Sus besos en mi alma, actuaban sobre mí peor que cualquier droga, su toque hacía que mi cabeza diera vueltas, evaporando instantáneamente todos los pensamientos prudentes. Sentí que, con cada hora, me volvería dependiente de él, como un drogadicto de una dosis. Nada bueno salió de la relación de mi madre con Paul Von Buol. ¿Por qué debería tener suerte yo con su hijo? Estos pensamientos me asustaron. ¿Cómo puedo sobrevivir después de todo lo que tiene que pasar? ¡No podré recuperarme, si me engañará!