Estoy recargada en el asiento del auto mientras la ciudad se extiende frente a mí, brillante y viva. Las luces de Los Ángeles parpadean contrastando con el cielo radiante y siento un cosquilleo extraño en el estómago. Tal vez sea la emoción por vivir aquí. He querido irme de casa desde hace algún tiempo; no podía hacer lo que quiero y me apasiona, porque a mamá le daría un infarto, pero fue más lista que yo: me ha mandado con estos dos que son terribles.
Matteo conduce con calma, igual que siempre, con esa seguridad que tiene y que me hace sonreír al verlo. Ethan está en el asiento del copiloto, inclinado hacia mí con una sonrisa que no puedo descifrar del todo. Aún no entiendo por qué no se fue en su auto y prefirió venirae con nosotros, o tal vez sí lo entiendo: fue para molestarme.
—Casi llegamos, pequeña —anuncia Matteo, voltea un momento para mirarme y sonríe—. Prepárate para lo que te espera.
Mis labios se tensan en una mueca. Lo de “prepararse” suena exagerado, pero tampoco puedo negar que siento curiosidad. Ya he visto fotos del departamento, claro, pero nada puede compararse con la realidad. Nada.
Cuando llegamos, mi mirada recorre el edificio enorme. Es de cristal y metal, con luces que delinean cada piso y un lobby que parece sacado de una película. Siento que mis lentes gruesos reflejan toda la luz que entra, y me aprieto contra la ventana para no hacer un comentario que delate demasiado mi sorpresa. Matteo se posa a mi lado y pasa un brazo por mis hombros.
—¿Te gusta, pequeña?
—Está hermoso, ¿no es demasiado para ustedes solos? —pregunto aún sorprendida por tanta majestuosidad.
—Solos, pero no nos la pasamos solos, enana —se mofa Ethan.
Aprieto mis dientes, frustrada. Sabía que esto iba a ser así, por eso no quería venir. No le bastó con molestarme desde que era pequeña.
—Venga, Isa, déjame mostrarte tu nuevo hogar —dice Ethan—. Te tengo la habitación perfecta. La arreglé yo mismo.
Lo miro, arqueando una ceja. ¿Qué tramará este tonto?
—¿Ah, sí? —pregunto, tratando de sonar escéptica—. Perfecta para qué, exactamente, tarado.
Ethan solo se encoge de hombros y me conduce hacia el ascensor, dejando que Matteo me siga detrás con esa calma irritante que siempre lo acompaña. Ellos dos son el balance completo. Sí, es cierto que a ambos les gustan las fiestas: Ethan es el acelerado y mi hermano es un poco más de pensar las cosas, aunque no mucho; la estupidez de su amigo se le ha contagiado.
Tener a Ethan cerca me irrita y me hace sentir extraña al mismo tiempo. Es muy guapo. Cuando estaba más pequeña me encantaba, hasta que se me ocurrió darle una carta cuando tenia quince y se burló mucho tiempo con sus amigos. Eran cosas de adolescentes, pero aún siento molestia cada vez que me acuerdo.
Mis ojos azules recorren el lugar. Las paredes son de un blanco perfecto, con cuadros modernos y escaleras que parecen flotar en el aire. Cada rincón grita lujo y poder, pero no me atrevo a mostrar entusiasmo; mantengo mi expresión neutral. Cuando comienzo a subir las escaleras, ruedo los ojos: hay una foto en grande del idiota de Ethan. Aparece al lado de dos mujeres, y un frío en el estómago me hace bufar con fuerza.
—Guau, qué egocéntrico —murmuro, para que el tonto me escuche.
—No te pongas celosa porque otra me tiró la fotografía, es para una campaña. Lo que más resalta ahí soy yo, claro —su ego es tan grande que me irrita.
—¿Qué? —dice Matteo con un tono divertido al ver mi molestia—. ¿Eso es todo? ¿No estás sorprendida? Pensé que ibas a explotar o algo.
—No soy de explotar, Matti —respondo—. Solo observo. Y sí, todo está muy lindo.
Ethan me mira con diversión y sacude la cabeza.
—Eso es lo que me gusta de ti, nerd —dice mientras abre una puerta al final del pasillo—. Te presento tu reino personal.
Mi curiosidad pone a mi instinto en alerta mientras empuja la puerta. Lo que veo me hace fruncir el ceño de inmediato. Todo es rosa. Las paredes, las cortinas, incluso la colcha. Peluches dispersos sobre la cama, muñecas perfectamente arregladas en estantes, pequeñas figuras de princesas y unicornios que parecen mirarme con juicio.
—…¿Qué? —mi voz es baja e incrédula.
Ethan se recuesta contra el marco de la puerta, cruzando los brazos, disfrutando demasiado del momento. Su risa ronca hace que mi cuerpo se tensa y no me gusta.
—¿Qué pasa, Isa? —pregunta con esa sonrisa torcida—. ¿No te gusta tu cuarto de princesa?
Giro los ojos y lo miro, intentando no perder la compostura.
—¿En serio? —digo, caminando hacia la cama y palpando con las puntas de los dedos los peluches—. Tengo 20 años y tú 26… ¿madura, no? Aprieto los puños y ruedo mis ojos.
Matteo aparece detrás de él, levantando una ceja y observando la escena con diversión y desaprobación a la vez.
—Ethan… —advierte, claramente conteniendo la risa—. No era necesario.
—Oh, vamos —responde Ethan, encogiéndose de hombros—. Solo quise darle un toque personal a su estancia. Además, ¿qué es una habitación sin un poco de cultura nerd?
Mis ojos recorren los estantes, y mi sorpresa no termina: libros de filosofía, matemáticas, historia… una biblioteca repleta de libros de filosofía e historia y no sé de qué tanta cosa. Puedo sentir la intención de Ethan: burlarse, sí, pero no me voy a dejar.
—Vaya, al menos los libros sí me encantan. Te aseguro que tuviste que buscar en internet cuáles eran los de historia y cual los de filosofía —levanto una ceja. Pero eso no le borra la sonrisa burlona del rostro.
—No lo busqué por internet. Fui a una librería y dije: “Dame el regalo perfecto para una rata de laboratorio, ¿sabes?, una nerd”.
Ethan se ríe a carcajadas, apoyando una mano en su frente.
—Tarado —espeto, molesta.
—¿Tarado? ¡Vamos, Isa! Es solo una broma. Te juro que nadie más que tú podría sobrevivir a esta combinación de rosa y cultura nerd.