La hermanita de mi amigo. Amor en dos ruedas.

Bestia

Giro mi vista hacia el neandertal parado en la entrada de la terraza, hago una mueca y me río con el sarcasmo de siempre sin decir nada más

—¿Mucho ruido y alcohol te han dañado las neuronas? —lanzo mi veneno y él da pasos hacia nosotros.

—Creo que la fiesta es abajo, no aquí —ahora su atención está en Evans y se me hace imposible pasar desapercibida la forma en la que aprieta sus puños.

—La vi subir y vine a ver si necesitaba algo. —esa es la respuesta de Evans, sus ojos fijos en los de Ethan y mi capacidad para el detalle me dice que estos dos no son muy amigos que digamos.

—¿Por qué el interrogatorio? Pensé que dijeron que me sintiera como en casa —me levanto un poco irritada y me detengo frente a él, debo levantar la cabeza para poder mirarle la cara y hasta chistosa se debe ver esta escena.

—Tú sí, él no... Ahora adentro que hace bastante frío —suelta y trata de agarrar mi brazo pero soy más rápida que él.

—No tengo por qué hacerte caso, te puedes regresar a tu fiesta y me dejas tranquila leer —la sudadera que tengo puesta es bastante grande y no permite que el frío me truene los huesos

—Vaya, no sabía que tenías una hermanita, Ethan —suelta Evans con un deje de ironía en su voz.

—No es mi hermana, pero estoy a cargo de ella —le contesté; el muy idiota a la hermana de mi amiga.

—Sí, claro, debe de estar consumiendo lo que sea de lo que te estás metiendo porque te está afectando —quiero ignorarlo y me doy la vuelta, pero la montaña de músculos me levanta sin ningún esfuerzo y me colocan su hombro.

—Bájame, animal —grité, golpeando su espalda, pero es inútil; Ethan es una mole, tal vez sienta esto como un masaje.

—a tu habitación, enana —comenta divertido a la par que va conmigo, cada paso hace que mi cuerpo golpee más contra su hombro.

La música estruendosa vuelve a mis oídos y debo cerrar los ojos para que las luces led no me cieguen apenas.

Maldigo al creer que todos se burlarán de mí, pero la verdad es que están demasiado intoxicados o pendientes en el baile para darse cuenta de que me llevan como un costal de papas; ni siquiera mi hermano está a la vista.

Observo cómo la chica que tenía hace rato en su regazo pone una expresión de molestia, grita algo que es imposible oír a través del ruido y yo no dejo de golpear al roble que me carga.

—Me las vas a pagar, tarado —vocifero, sintiendo cómo mi cara está roja de vergüenza y molestia.

—Lo siento, pero no te escucho, ¿qué dijiste? —se carcajea; es obvio que está disfrutando de volverme loca.

Ahora falta de medicación y después va a entrar la música; baja un poco su volumen y es porque ha cerrado la puerta. Un segundo después me dejan el suelo entonces aunque ni siquiera se mueven los sentimientos.

—Eres un imbécil, esta humillación me la vas a pagar. Te juro que me la vas a pagar —le grité pareciendo una psicópata recién salida de un manicomio y él, por el contrario, solo mantiene una sonrisa ladina y sus brazos cruzados sobre su amplio pecho.

—No puedes hablar con extrañas, enana —entre. Cierro mis ojos al escuchar sus palabras.

—Entonces no inviten a extraños entre semana —llevo mi atención a los peluches y muñecas rosas que él compró y comienzo a lanzárselos.— Animal, bestia...

Lazo sin parar uno tras otro y él solo se cubre, muerto de risa, y eso me pone más molesta aún.

Lo único que me queda, que le puede hacer daño a la lámpara, la tomo y salgo de mi habitación.

—Enana, cálmate —vuelve a abrir la puerta y hago amago de lanzárselo. Sale despavorido y me desplomo en la cama.

No sé cómo, pero juro que esta me la paga.




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