La hermanita de mi amigo. Amor en dos ruedas.

Mi máquina

—¿Cuándo empezamos? —vuelve a preguntar Evans, cruzando los brazos y mirándonos a mí y a su hermana con una sonrisa que delata diversión y curiosidad.

Eva se me pega al lado, emocionada, y yo asiento. No necesito palabras. Evans me observa un instante más, evaluando, y finalmente suspira.

—Está bien —dice—. Pero esto no será un juego. Si realmente quieres hacerlo, tendrás que seguir mis reglas.

Mi corazón da un salto. Acepta. Eva me lanza una mirada orgullosa, y yo intento calmar el temblor en las manos.

—Primero, te voy a mostrar lo que necesitas —continúa él—. El equipo y la moto están en el garaje. Ahí puedes familiarizarte antes de ir al terreno.

Lo sigo mientras abre la puerta del garaje de la mansión. La luz entra por el ventanal y revela la moto cubierta con una lona oscura. Mi respiración se acelera cuando Evans levanta la lona, mostrando el negro brillante con detalles en rojo. Está impecable, lista para rodar.

Wow, esta nave es hermosa —pienso con el pulso acelerado.

—Es tuya para entrenar —dice—. Pero vas a aprender a usarla aquí primero. No sé qué entrenamiento tenías antes, pero California exige adaptación.

Señala un armario metálico cercano y saca el casco, las botas, rodilleras, peto y guantes, colocándolos sobre una mesa para mostrarme todo.

—Este de aquí es mi equipo. Solo tendrás la moto; lo demás te lo daré en el terreno de entrenamiento porque no es de tu talla —explica—. Allá tengo todo lo necesario.

Eva aplaude y da saltitos de alegría. Yo asiento y paso la mano por la moto, enamorada de cada detalle.

—Bien, ahora sube —dice Evans—. Te llevo al terreno. Está a unos minutos y la camioneta ya está lista para transportar la moto.

Ayuda a colocarla en la rampa. Me indica dónde ponerme en la cabina trasera, junto a Eva. Entro, ajusto el cinturón y siento el motor vibrar suavemente al arrancar. Mientras avanzamos por la entrada de la mansión y salimos a la carretera privada, Evans explica:

—El terreno es amplio, con saltos y curvas que preparé para entrenar. No hay público, nadie pasa salvo yo y quienes llevo conmigo. Podrás concentrarte y mejorar tu técnica sin interrupciones.

Asiento, intentando no sonreír demasiado. El motor de la camioneta zumba suave mientras avanzamos. Evangelina va en el asiento del copiloto, pegada a la ventana, con los ojos encendidos. Evans maneja sin distraerse, con el ceño ligeramente fruncido. Yo voy atrás, con el casco sobre las piernas, repasando en mi cabeza cada curva, cada salto, cada movimiento que haré en cuanto lleguemos. No hablo; la emoción me lo impide. Siento que algo dentro de mí crece y empuja, pidiendo salir a la pista; por fin tendré una parte de mi antigua vida.

El paisaje de California pasa veloz. Colinas suaves, árboles dispersos, un cielo limpio. La camioneta se detiene frente a un portón de metal. Evans baja, lo abre, vuelve a subir y conduce por un camino de tierra. La vibración del vehículo me sacude y me llena de una energía difícil de describir.

Al fin se abre ante nosotros un terreno amplio, escondido entre pinos altos. Hay curvas marcadas, montículos de tierra, pequeñas rectas. La pista parece viva, trazada por manos expertas. Evans apaga el motor y el silencio queda suspendido, apenas roto por mis ganas de comenzar. Evangelina sonríe. Sus labios no dicen nada, pero yo entiendo su mensaje: aquí empieza todo.

Bajo de la camioneta. El aire tiene olor a tierra caliente. Evans abre la compuerta trasera y desamarra la moto. Cada cincha que suelta suena seca, precisa. Levanta la máquina con un gesto seguro y la baja por la rampa plegable. Yo la sigo con la mirada. No es cualquier moto. Es la llave que necesito para entrar en el terreno de Ethan.

Evans se aleja un momento entrando a un enorme almacén; imagino que va a buscar mi equipo.

—Amiga, ahora sí déjalos a todos boquiabiertos —me dice Eva.

Su hermano regresa trayendo lo mismo que me mostró en su casa, pero esta vez sí es de mi talla. Coloca todo sobre una mesa improvisada en un lateral del terreno. Me acerco. Mis manos tiemblan, pero no por miedo sino por expectación. Sujeto el casco y observo el material oscuro; nadie me va a reconocer y es exactamente lo que quiero.

—Vístete y comencemos. Ya quiero ver cómo te caes —sonríe, y yo le saco la lengua.




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