—Pequeña, ¿dónde estabas? Últimamente no te veo —comenta Matteo, rodeándome con sus brazos, y yo estoy agotada; llevo días practicando sin parar.
—Estaba con Eva, tranquilo —sonrío y puedo sentir los ojos de Ethan en mi nuca.
—Así que tienes una amiga, pensé que solo hablabas con los libros —bromea el idiota de Ethan, pasando una mano por su cabello.
Lo ignoro y sigo abrazada a mi hermano; el aroma de su perfume siempre me ha gustado.
—Déjala, Ethan, Evangelina es su mejor amiga; de hecho, conocemos a su hermano. Es Evans —Matteo sonríe y me alborota el cabello con cariño.
—¿Qué? ¿Estabas en la casa de Evans? —ahora parece que se olvidó de Matteo, y doy un paso hacia atrás por la mirada que me da.
—Estaba en casa de Evangelina; no escuchas, te voy a regalar un cotonete —le hago una mueca y camino a la cocina en busca de una bebida porque mi garganta está completamente seca.
—¿Vas a dejar que esté en una casa sola con ese idiota? —escucho decir a Ethan y pongo mis ojos en blanco.
Preparo un sándwich y, como lo conozco perfecto, vierto debajo de la lechuga suficiente picante; lo cierro y me alejo dando la impresión de que busco algo en el refrigerador.
—Estaba con su amiga; no seas paranoico —escucho la voz de mi hermano y sus pasos acercarse.
—Deberías cuidarla más; tu madre la dejó aquí —replica una vez están en la cocina, y no entiendo su actitud.
—¿Desayunaste, payaso Ethan? Porque te pareces a uno —lo provoco, confiando en que hago lo que tengo pensado.
Él se acerca con una ceja levantada y esa sonrisa arrogante que pone antes de cada maldad, y espero lo inevitable.
—No, enana, no desayuné, pero ya lo hago —murmura tomando mi sándwich, y aunque mi hermano le dice que no, él no lo escucha y le da un gran mordisco al pan.
Mi sonrisa se ensancha cuando se ahoga y comienza a toser; su cara se coloca roja y el sándwich va a parar al otro extremo de la mesa.
Yo no aguanto más y estallo en carcajadas junto con Matteo, que en vez de ayudarlo también se une a mí.
—Pequeña demonia —tose más fuerte.
Me quito cuando corre al refrigerador y, sin esperar más, se toma una jarra de agua completa.
—¿Estás loca o qué? —se altera cuando puede controlar su respiración.
—Eso te pasa por tomar lo que no es tuyo —le digo y me oculto en la espalda de mi hermano.
Me quedo apoyada en la espalda de Matteo, aún riéndome por la cara roja de Ethan, que parece que va a explotar.
—Pequeña demonio —resopla Ethan, todavía tosiendo—. ¡Esto no se hace!
—¿Ah, no? —le lanzo una mirada traviesa—. ¿Y robarme el desayuno sí se hace?
Él frunce el ceño y da un paso hacia mí, pero Matteo lo detiene con una mano en su hombro.
—Tranquilo, Ethan —dice Matteo, sonriendo y aminorando la situación—. Ella solo está jugando.
Ethan me lanza una mirada llena de furia, aunque al final se ríe con malicia; sin duda, me espera algo a mí también.
—Te voy a devolver el favor —amenaza, señalando mi sándwich con el dedo—. La próxima vez no habrá advertencia.
—¡Uy, qué miedo! —me burlo, imitando un temblor exagerado—. Mejor deja de meterte conmigo.
—Es mejor que duermas con un ojo abierto —pasa por mi lado antes de salir de la cocina—. Si es que puedes dormir.