🏍️ Ethan 🏍️
La veo salir de la piscina y, por un instante, todo a mi alrededor deja de importar. Isabella está en ropa interior deportiva, empapada y cubierta de restos de talco, y todavía sacude el cabello mojado con una sonrisa que me hace hervir por dentro. El estómago me da un vuelco, la sangre me sube a la cabeza y siento que pierdo el control. Maldita sea, ¿por qué ella tiene que verse tan… perfecta justo ahora?
Mi primer instinto es apartar la mirada, pero no puedo. La gente alrededor no deja de mirarla y siento un odio instantáneo hacia todos. ¿Cómo se atreven a mirarla así? ¿Cómo pueden no darse cuenta de que no es para ellos, que es mi problema, que la quiero para mí aunque no pueda admitirlo?
—Bastardos —gruño por lo bajo, notando las sonrisas de algunos de mis amigos, y no son inocentes—. No miren —aprieto los dientes.
Matteo está cruzado de brazos, observando la escena con esa expresión de “no se metan con mi hermana”. Perfecto, él también la está viendo y hasta eso me molesta.
Isabella levanta las manos y se recubre con una toalla que Evans trae, avanzando hacia ella con cuidado. Y en ese momento… exploto. Mi sangre hierve. No voy a permitir que Evans toque a Isabella, ni siquiera con la excusa de cubrirla.
—¡Evans, detente! —grito, cruzando la piscina en un par de pasos y extendiendo las manos hacia Isabella—. ¡Yo me encargo!
Ella me mira, confundida y divertida a la vez, mientras Evans frena en seco. Matteo da un paso adelante, pero yo ya la tengo tomada del brazo y la arrastro hacia la casa sin soltarla. Isabella protesta, empuja mi pecho con las manos, pero yo la sostengo firme.
—¡Ethan! Suéltame, estás loco —grita, pero no puedo soltarla; en este instante no razono—. ¡Esto es absurdo!
—¿Loco yo? —respondo con la voz tensa, sintiendo la rabia y el deseo competir en mi interior—. ¿De verdad crees que alguien más puede tocarte?
Ella me empuja otra vez, más fuerte, y logro que sus manos choquen contra mi pecho. Casi me hace reír de frustración. Es adorable, insoportable y provocadora al mismo tiempo.
—Eres un desastre —susurra, y su nariz se enrojece; odio que eso me encante—. Y exagerado.
—Exagerado por protegerte —respondo, apretando los dientes mientras la llevo a toda prisa hacia su habitación—. Esto no tiene nada que ver con exageración.
La puerta se cierra detrás de nosotros y finalmente estoy en un lugar donde nadie más puede interferir. Respiro hondo, intentando calmar la sangre que hierve en mis venas, mientras ella cruza los brazos y me lanza una mirada intensa, a la vez que sus fosas nasales aletean de forma feroz.
—Ahora explícame algo —digo, intentando mantener la autoridad—. ¿Por qué te paseaste así frente a todos?
—¡Ethan! —responde, dando un paso hacia atrás y dejando claro que quiere mantener distancia—. Eres un descarado. Tú me llenaste de porquería, ¿cómo más debía limpiarme?
—¿Limpiarte? —replico, incrédulo—. ¡En ropa interior frente a todos! ¡Incluso Evans estaba a punto de tocarte con la toalla!
Ella me mira con una sonrisa que me mata, cruzando los brazos con descaro.
—Y tú estabas celoso, ¿no? —dice, divertida, inclinando la cabeza—. No me hagas reír, Ethan.
Mi estómago se revuelve y, por un momento, quiero negar todo. Pero sé que es cierto. Estoy celoso. Celoso de Evans, celoso de todos los que se atrevieron a mirarla, celoso incluso de su propio hermano.
—Sí —gruño, intentando sonar firme—. Y lo estás viendo todo mal. Esto no tiene que ver con celos… es… es…
No encuentro las palabras. Porque la verdad es que estoy atrapado en un lío de sentimientos que no quiero admitir. Hace años, cuando se me declaró, solo la veía como la hermana pequeña de mi mejor amigo, alguien adorable pero inalcanzable. Nunca la tomé en serio y la rechacé sin pensarlo demasiado. La vi como una hermanita.
Pero ahora… ahora que ya no es una niña, que ha crecido y cambiado, no puedo dejar de pensar en ella de otra manera. Cada movimiento suyo me enciende, cada mirada me desarma, y todo mi orgullo me dice que debería alejarme. Pero no puedo. Porque, aunque sea la hermana de mi mejor amigo, Isabella despierta algo que nunca antes había sentido.
—¿Qué pasa contigo? —pregunta Isabella, acercándose un poco, pero manteniendo distancia—. Estás raro.
—Raro no —respondo, con un hilo de voz—. Solo… me sacaste de control.
Ella ríe, y por un momento quiero tomar su rostro entre mis manos y decirle lo que siento. Pero antes de poder hacerlo, ella empuja mi pecho, obligándome a dar un paso atrás.
—¿Vas a soltarme o quieres pelear conmigo ahora? —dice, con esa sonrisa que me vuelve loco.
—¡No puedes hacer eso! —grito, aunque sé que no tengo autoridad sobre mis propios sentimientos—. ¿Por qué te quitaste la ropa?
—¡Porque podía! —responde, ahora con las mejillas y el cuello enrojecidos—. Mi madre dijo que me cuidaran porque vivo con Matteo. No lo dijo en serio, deja de creerte mi hermano.
Maldita sea. Esa respuesta me hace hervir por dentro. Me acerco un paso más y ella retrocede otro, jugando conmigo, desafiándome.
—Eres imposible —resoplo, cruzando los brazos—. ¿Te das cuenta de lo que haces?
—Sí —dice, levantando una ceja—. Defendiéndome. Y esto apenas empieza.
Mi corazón se detiene un instante. No puedo negar que le gusta provocarme, que disfruto cada segundo de este caos que ella crea. La miro fijamente y, por primera vez, me doy cuenta de lo mucho que la deseo.
En ese momento, alguien golpea la puerta: Matteo.
—¡Ethan! —grita desde afuera—. ¿Qué pasa ahí adentro?
—Nada —respondo, aunque mi voz suena más firme de lo que esperaba.
Luego escucho la voz de Evans, molesto:
—¡Ey! ¡Deja de acapararla!
Me giro hacia la puerta, con el corazón latiendo rápido. La abro de golpe y veo al imbécil.
—Evans, largo de mi casa —mi voz es fría y autoritaria, pero llena de celos—. No te acerques.