Ajusto mi casco, luego reviso mis guantes. Cuando Evans me da la señal, salgo disparada. La moto salta por cada desnivel en la tierra; me inclino hacia un lado para tomar una curva y agarrar el terreno bastante inestable. El entrenamiento de esta semana ha sido bastante fuerte, pero es necesario, porque quiero ganarle a Ethan también en freestyle.
Cada vez está más impertinente; su actitud de vigilante no me gusta. Ahora es más difícil salir, y más cuando le ha estado llenando la cabeza a Matteo de cosas extrañas. Mi moto salta a la par que mi mente lleva el recuerdo de la llamada con mi madre. No puedo creer que me regañe como a una pequeña niña solo porque Ethan cree que Evans es mala influencia.
Mi moto cae y mi cuerpo vibra, pero sonrío al ver a mi amiga recibirme en la meta.
Mientras derrapo un momento, fijo mi cabeza en una sola cosa: hacerle pagar a ese idiota cada una de las que me ha hecho.
—Isa, estuviste genial. Sé que le vas a ganar de nuevo. ¿Cuántas victorias llevas? —pregunta, muerta de risa, mi amiga. Ella está más que encantada con lo que le estamos haciendo a Ethan.
—Tres carreras. Y no sabes cómo ha estado, hasta su humor ha cambiado porque quiere saber quién es la persona que le está ganando —respondo quitándome el casco, pero palidezco al ver el auto de mi hermano llegar a la pista de entrenamiento, que se supone nadie conoce.
—¡Mierda, mierda! —exclamo y me lanzo al suelo. La tierra mojada me ensucia el traje, pero no me importa. Observo una pequeña cuneta que prepararon para este entrenamiento y me escondo allí.
—Evangeline, échame tierra rápido —le digo a mi amiga mientras él se aleja de nosotras para entretenerlo. Mi amiga se queda un segundo sin moverse, pero después reacciona y comienza a echarme tierra como puede. Toma una pala que está cerca y se ayuda. No logré cerrar el casco y ahora no puedo ver nada; hasta en mi boca se ha metido arena mojada.
No puedo observar lo que sucede, pero trato de al menos escuchar algo.
—Ethan, con que aquí estás… y tu hermana también —la voz de mi hermano atraviesa mis oídos, y por primera vez en la vida no estoy feliz de escucharlo.
—¿Dónde está Isabella? Dijo que estaría aquí —maldigo mentalmente al reconocer la voz del idiota de Ethan.
¿Por qué demonios no puede dejarme en paz? Si no lo conociera, diría que le gusto, pero es imposible, porque ya me rechazó antes. Sé que no era mayor de edad, pero igual cuenta como rechazo, y lo detesto.
—Está… eh… —Evangeline duda y rezo para que encuentre la excusa perfecta o estaré acabada—. Ella mencionó algo de ir a tomar fotos; me contó que vino para California a explorar su gusto por la fotografía, y es lo que menos ha hecho —sonrío como tonta al escuchar la respuesta de mi amiga, y casi toso porque más tierra se mete en mi boca y el sabor es asqueroso.
—Oh… pues no me avisó. Voy a llamarla —anuncia mi hermano, y estoy a nada de llorar, porque el teléfono lo tengo encima. ¿Por qué demonios cargo el teléfono encima si estoy entrenando? Estúpida, tonta, no paro de regañarme porque soy una irresponsable.
—No lo hagas, Matteo. Tal vez está en medio de la toma perfecta y se la vas a arruinar —ahora es Evans quien salva mi pellejo, y hasta me siento mal por no poder corresponderle; no puede ser más lindo conmigo.
—Bien, entonces nos iremos. Si se comunica con ustedes, ¿le pueden decir que vaya a casa? —responde Ethan, y no entiendo por qué la insistencia.
—¿Pasó algo? ¿Su mamá está bien? —la pregunta de mi amiga me deja helada. Si la respuesta es que no, no me va a importar nada, y voy a salir de este lugar corriendo hasta ella.
El silencio que se forma me congela el corazón, y estoy a nada de levantarme cuando...
—No, para nada. Necesito hablar con ella de otra cosa, y sí, es algo más o menos serio —responde mi hermano, y ahora sí me pongo ansiosa. ¿Qué querrá? El chisme me está matando, y una estúpida hormiga me pica la punta de la nariz.
Suelto un pequeño chillido.
—¿Qué fue eso? —otra vez Ethan, de metiche, pregunta.
—Ni idea. Bueno, si quieren, cuando la veamos le decimos. Voy a seguir enseñándole a mi hermana cómo montar una moto —informa Evans, y Matteo se ríe.
—Suerte con eso, hermano. No creo que a ella le gusten las motos; una vez le ofreció a mi hermana llevarla y se negó. Creo que les tiene miedo —le cuenta la anécdota del día en que tuve que mentir para poder mantener mi hobby en secreto cuando estaba en casa con mamá.
Por un momento no se oye nada, hasta que más tarde escucho el motor del auto arrancando y puedo respirar. Aunque ni así me levanto; espero que vengan por mí.
—Oye, mujer de arena, sal de allí —Evans bromea, y yo levanto mis brazos pareciendo un zombi que sale de la tierra.
—¡Ahh!, tengo muchas hormigas y tierra —escupo una y otra vez, y me sacudo haciendo un baile ridículo porque me pica todo el cuerpo.
—Eso te pasa por Pinocha. Ahora ve a cambiarte para que te enteres del chisme y me lo cuentes —se ríe mi amiga, y yo tomo un poco de tierra y se la echo encima.
—¡Isa! —se queja, y está ya en carcajadas. Entonces decido ir a cambiarme, porque en serio debo saber qué quieren.