La hija de la Madre Luna

Capítulo 6

Mansión Höller en Santiago de Surco, Lima, Perú, durante la reunión de Marion con los participantes del programa de Formación para la Excelencia del Instituto de Diseño de Modas Höller.

  • ¿Y cómo te trata Lima, cuñado? -preguntó Ravi ingresando a la terraza junto a Haldir-. Imagino que la humedad y frío de Lima no te afectan como a mí.
  • ¿Te cae mal este clima? -preguntó Stefan con la mirada perdida en el horizonte.
  • Bueno, considerando que soy de La India, este clima no me favorece mucho, pero me ayuda a aprovecharme del calor de Marianne por las noches -una sonrisa pícara se dibujó en el rostro sonrojado de Ravi.
  • Vamos, Ravi, acabamos de almorzar. Guárdate tus recuerdos amorosos -comentó con una sonrisa burlona Haldir.
  • ¡No, cómo crees! No soy de hablar de cómo vivo mi relación predestinada, eso es algo muy privado -respondió un avergonzado Ravi.
  • Sus especies son muy diferentes a la de los licántropos. Nosotros no sentimos vergüenza en manifestar nuestros deseos amorosos, tanto con nuestra compañera como con otros -sonrió pícaramente Stefan a sus cuñados.
  • ¿Así? A ver dinos cuáles son tus deseos amorosos -decía Ravi a la vez que reía por la sinceridad y soltura de huesos de Stefan al hablar sobre el tema.
  • No lo sé. Nunca he sentido deseo y amor. Por más que me haya acostado con Laura muchas veces no puedo decir que la deseo o la amo -reflexionó Stefan mirando al vacío.
  • Eso es porque ella no es tu alma gemela -intervino Haldir-. Cuando veas a Amelia será diferente. Vamos a tener que atarte para que no le rompas el vestido en la cena -lanzó una sonrisa pícara a Ravi, quien tapaba su boca para no reír a carcajadas-. O quizás tengamos que amarrarla a ella. Eso sería más interesante para ti.
  • Si es así, no la amarren. ¡Por favor! -reía Stefan al imaginar a una ardiente mujer deseosa de él.
  • ¿Qué expectativas tienes, Stefan? -preguntó Ravi.
  • Pues, para no defraudar a la familia ni a la manada, que ella sea mi alma gemela. Supongo que me daré cuenta si al verla quiero correr a ella porque no aguanto las ganas de besarla, sentirla cerca, olerla, morderla para dejar mi marca, y que todos sepan que ella es mía. Imagino que es así, por lo que he podido ver, ya que todo mi futuro séquito ya está emparejado.

La respuesta de Stefan conmovió a sus cuñados porque notaron la melancolía en sus palabras.

  • Piensas mucho en la responsabilidad sobre tus hombros, ¿verdad? -dijo Ravi.
  • Y añoras algo que todos tienen menos tú -complementó Haldir.

Stefan miró a sus cuñados, y con una expresión cansada, como si estuviera derrotado, decidió exponer sus sentimientos a Ravi y Haldir.

  • En toda mi vida he sentido que mi valor radica en mi capacidad de prendarme de la prometida y de que ella me acepte. No importa nada más en mí.  No tengo talentos, habilidades, virtudes ni sentimientos, solo soy parte de una profecía. Quizás para ella ha sido más fácil crecer, aunque no tenga familia, ya que nadie espera nada de ella porque no saben quién es en realidad. Y a todo esto, se suma que es humana. ¿Qué haré cuando ella muera?
  • Percibo tu lamento, Stefan, y te entiendo muy bien -le consolaba Haldir-. Creo que sabes mi historia con Marion, pero me gustaría contarte mi versión de los hechos porque creo que te ayudará.

»Tenía cuatrocientos cincuenta y dos años cuando mi familia decidió ir a la Tierra Bendecida. Los elfos somos realmente inmortales, intocables para la muerte, siempre y cuando nos nutramos de la magia élfica por mil años ininterrumpidos, por lo cual debíamos irnos sí o sí. Todos mostraban gran entusiasmo, menos yo. Siempre hubo algo en mí que hacía que me quedara en el bosque y no buscara salir de él, así que no estaba animado en irme de ahí.

»Cuando llegó el momento de partir, le dije a mi padre que no iría con ellos. Él no entendía qué había en este mundo para que yo deseara quedarme, ya que lo único que encontraría sería la mortalidad. En ese momento no conocía mi destino, por lo que no podía refutar a mi padre convincentemente. Al final solo le dije que no quería ser inmortal. Vi el dolor en sus ojos cuando terminé de hablar, y como no podía argumentar mi decisión di media vuelta y me alejé del muelle en donde estaba encallado el barco que los llevaría hacia la inmortalidad.

»Los siguientes quinientos años estuve solo. No se me hacía fácil mezclarme con los humanos, ya que con el tiempo ellos morían y yo continuaba mi vida. Así que me quedé viviendo solo en una cabaña en el interior del bosque. Estaba tan adentro de él que no volví a ver humanos, solo me topaba con hadas, uno que otro felino y licántropos.

»Los años pasaban y la muerte no llegaba. Según la tradición de mi pueblo debí morir unos doscientos años después de que mi familia partiera, ya que al no nutrirme de la magia élfica perdería mi inmortalidad. Sin embargo, por alguna razón seguía vivo.

»Mi monotonía y soledad llegaron a su fin en un ocaso hace veintisiete años. Estaba terminando con las labores del día cuando algo me dijo que debía ir hacia el lado oeste del bosque. Sabía que no podía ir muy al oeste porque, con el paso del tiempo, los humanos habían ganado terreno al bosque, pero no podía dejar de moverme hacia no sabía dónde. En eso la vi. Caminaba de un lado a otro, como buscando algo. Noté que era una licántropa, pero no entendía qué hacía en el bosque en su forma humana. Me acerqué más, y sentí como un calor emanaba de mi pecho, de mi corazón. Al principio creí que había llegado el momento en que la inmortalidad me abandonaba, pero cuando escuché su aullido, me di cuenta que lo que sentía era atracción hacia ella.




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