Capítulo 8
Mansión Höller en Santiago de Surco, Lima, Perú, horas antes de la cena de presentación.
Desde las primeras horas de la mañana, comenzaron a desfilar los distintos proveedores que habían contratado para la organización de la cena. Para Los Höller ese viernes comenzó muy temprano.
Ese día Marianne no fue al instituto. Como ella dio la idea de la cena, era una de las encargadas del evento junto a Marie y Marion. A las dos hermanas mayores de Stefan les hacía mucha ilusión preparar el momento en que su hermano conocería a su alma gemela, prometida de profecía y futura Luna de la Manada Höller. Ellas, que lo vieron crecer y lamentarse por no tener compañera aún, querían que ese instante fuera perfecto, que el recuerdo de esa noche sea eterno, y para ello el lugar tenía que estar a la altura de las circunstancias. Entre mesas, sillas, manteles, flores, velas, menaje, catering, sonido y luces, la familia había gastado la friolera suma de cincuenta mil dólares americanos. Habían pedido lo mejor de lo mejor para atender a los cien invitados de esa noche.
- Ravi, tenemos un problema, amor, y tú eres el único que nos puede ayudar -se acercó muy nerviosa Marianne.
- ¿Qué pasó?, dime –dijo Ravi dejando su asiento en la mesa del comedor al ver la angustia en su compañera.
- Cometí un error. El proveedor del menaje ha traído sus mejores cubiertos, pero son de plata. ¿Habrá algún hechizo para que los licántropos podamos tocar la plata y no quemarnos? –preguntó Marianne muy preocupada.
- ¡JA, JA, JA! -reía tan fuerte Ravi que llamó la atención de todos en el comedor, mientras que la cara de Marianne se puso roja de la vergüenza-. Lo siento, amor, me resultó muy gracioso. Voy a preparar una pócima en la que bañaremos los cubiertos de plata para que no haya problema -y el brujo se retiró a su estudio.
- ¿Es en serio, tía? -preguntó Elrond irónicamente.
- Creo que la emoción te ha bloqueado, Marianne -comentó un frío y tranquilo Haldir que miraba el periódico.
- Es que se me pasó. Tengo tantas cosas en la cabeza –se excusó Marianne mientras la angustia no se le iba del rostro.
- Tranquila, hermana. Confío en que todo estará bien para la noche. ¿Y cómo te diste cuenta que los cubiertos eran de plata? -preguntó curioso Stefan porque no veía las manos de Marianne heridas.
- ¡POR MI CARA DE DOLOR! -Marion ingresaba al comedor con una quemadura en la palma derecha. De un salto Haldir estaba al lado de su compañera predestinada, revisando que la herida estuviera curándose a la velocidad adecuada para una licántropa, ya que, según la pureza de la plata y el tiempo de exposición, podría tardar más o menos en recuperarse la piel.
- ¿No está demorando un poco en sanar? -preguntó Cassie comiendo su desayuno.
- Es que el proveedor estaba con nosotras cuando cogí una cuchara para ver la calidad y diseño del labrado, ¡Y NO PODÍA SOLTARLA CON VIOLENCIA! Se hubiera dado cuenta que algo andaba mal -a Marion se le notaba el dolor y la cólera en la mirada por el descuido de su hermana menor.
- ¡LO SIENTO MUCHO, HERMANITA! Por favor, ¡PERDÓNAME! -rogaba Marianne-. Mejor le digo a Ravi que vea primero tu mano, quizás tenga algo para curarte más rápido.
- No es necesario, ya lo hice -la piel empezó a regenerarse después que Haldir compartiera un poco de su mágica esencia vital con Marion.
- ¡No hagas eso, Haldir! No quiero que te quedes sin tu magia, la necesitas para vivir – la licántropa abrazaba a Haldir por la cintura y escondía su cara en el pecho del elfo.
- No podría vivir si te veo herida, con dolor -contestó Haldir respondiendo el abrazo y prodigando besos en los cabellos de Marion.
El nerviosismo había invadido a Los Höller, mejor dicho, a Marianne porque después del incidente con los cubiertos de plata, olvidó enviar al chofer a recoger a sus hijas del colegio y la directora tuvo que llamar para avisar que las niñas llevaban esperando una hora. Por eso, para no cometer un error más, encargó a Ravi la joyería que usaría Stefan para la cena, y le pidió que junto a Haldir ayuden a su hermano a estar listo a las 8 pm.
- Vaya, sí que mis hermanas piensan que sigo siendo un niño pequeño porque envían a dos niñeras para cuidar de mí -bromeó sarcásticamente Stefan cuando Ravi y Haldir pidieron ingresar a su habitación para ayudarle.
- En verdad temen que huyas, por eso la línea de guardias alrededor de la casa -mencionó Haldir muy serio y frío, que Stefan pensó que su comentario era verdadero, y se acercó a la ventana para ver a los guardias.
- ¡Ay, Stefan! Ya le crees a Haldir, está bromeando -decía Ravi, mientras que en la cara del elfo se dibujaba una sonrisa burlona.
- ¡Sí que me quieres, orejas puntiagudas! -dijo Stefan señalando a su cuñado elfo con actitud amenazante.
- Toma, esto son los gemelos de platino y brillantes que Marianne quiere que uses con el traje. ¡Ah!, y esto es un anillo que quiere que te pongas en el anular derecho.
- ¿Para qué tanta cosa? -renegaba Stefan.
- Los gemelos y anillo combinan con los aretes y anillo que lucirá Amelia. Es un detalle que tus hermanas ven a bien que tengas y sepas -argumentó el brujo a Stefan, quien lo miraba incómodo y extrañado a Ravi.
- Tómalo de este modo. Son ideas, detalles de tus hermanas. Póntelos y haz que sean felices. Eso es todo -concluyó Haldir.
- El traje que Karl Müller -diseñador internacional de moda masculina de Höller Textilien, y hermano mayor de Katha- había preparado exclusivamente para Stefan le asentaba perfectamente. El color de la tela era azul oscuro, casi era imperceptible de que no fuera negro. Lo acompañaba con una camisa blanca y en los puños los gemelos que combinan con los aretes de Amelia. El calzado en negro charol completaba su look.
- ¿Cómo vas a llevar tu cabello? -preguntó Ravi.
- No estoy seguro. ¿Lo llevo al natural, como desordenado para darme un toque salvaje, o lo sujeto? -consultaba Stefan viéndose al espejo.
- Mejor hazte un moño, pero sin mousse, laca o gel, así se verá natural, pero prolijo. No queremos asustar a la prometida -recomendó con experiencia Haldir, ya que, como elfo, lucía el cabello largo tanto tiempo como sus años de vida.
- ¿Te vas a cubrir las orejas? -preguntó con burla Stefan a Haldir-. Para no asustar a la prometida -justificó con una notoria ironía en su rostro y voz.
- Claro, como cuando voy a la oficina en Seúl. Si no escondiera mis orejas ya habrían publicado cientos de artículos sobre ellas.