La hija de la Madre Luna

Capítulo 18

Pasamos un tiempo muy divertido durante el baño. De por sí, el compartir ese momento para muchas parejas es el previo al coito, pero para nosotros fue un placentero juego. Comenzamos a hacernos cosquillas y reí como hace mucho tiempo no lo hacía. Ver esa parte de él me fascinó, y entendí que en nuestra intimidad podíamos ser nosotros mismos, dejando a un lado la vergüenza, los prejuicios, la crítica. «Somos uno, Amelia, por eso entre nosotros no podemos ser tímidos», me dijo Stefan cuando comenté que me sentía a gusto a su lado.

Ya en mi walk-in closet, tuve la difícil tarea de elegir mi vestimenta. Había tanta ropa que me mareaba. Al final me decidí por unos leggins azules, una falda coreana de patrón a cuadros grises, plomos y azules, una blusa blanca manga larga, una chompa de lanilla de alpaca cuello en “V” de manga tres cuartos color gris. Remangué las mangas de la blusa para que queden a la altura de la chompa. Me calce unos botines plomos que combinaban con el abrigo que completaba mi atuendo. De mi cartera saqué mi collar, y así estaba lista.

Pasé al walk-in closet de Stefan, y me quedé embelesada viendo cómo se ponía la camisa. Era tan alto y guapo que parecía un modelo. Lucía muy bien con su cabello amarrado en media cola. Y esos pantalones entallaban sus caderas y piernas.

  • Ahora eres tú quien alucina al verme, mi Luna -sonreía seductoramente al acercarse a mí cerrando su camisa-. ¿Quieres acomodar la camisa dentro de los pantalones? -me propuso con voz ronca, sexy, tomándome de la cintura. Lo miré pícaramente y comencé a arreglar la camisa a la vez que lo miraba mordiéndome el labio inferior-. Vas a hacer que no lleguemos para el desayuno -gruñó deseoso.
  • No -subí el cierre y acomodé la correa. Me paré en puntillas para estar cerca de su boca-, muero de hambre. Necesitamos comer, sino no tendremos energía para la noche -y rocé sus labios con mi nariz.

Con nuestras manos entrelazadas salimos de la habitación camino al comedor. Comencé a sentir un poco de vergüenza al imaginar que la familia de Stefan nos juzgaría porque hasta hace poco insistía con la idea de llegar virgen a la noche de bodas. Él apretó mi mano. Volteé a mirarlo y negó moviendo la cabeza.

  • Nadie nos va a cuestionar, tranquila –dijo mostrándome su bonita sonrisa.

Los Höller nos esperaban en el comedor. Cuando llegamos se levantaron de sus sillas y comenzaron a aplaudir y vitorear.  Ya parados detrás de nuestros asientos, pétalos blancos y granos de arroz llovían sobre nosotros. Me gustó mucho el detalle, estaban practicando una tradición humana.

  • Felicidades, Amelia y Stefan. Han formalizado su unión eterna. Ahora ya eres nuestra hija -dijo Maximiliam quien junto a Marie se acercaron a nosotros y nos abrazaron.
  • Bien hecho, Amelia y Stefan. Tomaron la mejor decisión -dijo Marion extendiendo sus brazos hacia mí. Le respondí el abrazo mientras Haldir felicitaba a Stefan.
  • Aquí el más feliz es Stefan. ¿Han notado que ahora sonríe? -bromeaba Haldir.
  • Felicidades, cuñado y concuñada -saludaba Ravi palmoteando ruidosamente la espalda de Stefan.
  • ¡Ay, Amelia!, ya eres mi hermana -Marianne me abrazó tan emocionada que olvidó su fuerza sobrenatural y me hizo chillar.
  • Cuidado, Marianne. Vas a romper a mi muñeca -bromeó Stefan y todos reímos.
  • Tía Amelia, tío Stefan, ¡felicidades! -Elrond, Caroline, Kiram, Cassie, Ania y Lena nos saludaban trayendo un pequeño pastel de bodas y más pétalos blancos y arroz. Ese detalle caló en lo más profundo de mí y comencé a llorar. Me aferré a la cintura de Stefan y oculté mi cara en su pecho. Él reía, sabía que esas lágrimas eran de felicidad por los hermosos detalles que nos prodigaban.

Para armar el menú del desayuno de ese domingo, Marianne llamó a Solís para preguntar sobre mis gustos. Los Höller querían hacer todo lo posible para que sintiera que esa enorme mansión era mi hogar, y cuando Stefan les comunicó que pasaríamos la noche en nuestra habitación, idearon celebrar nuestra unión como marido y mujer con tradiciones humanas y mi desayuno favorito. Encontrar en la mesa un tradicional desayuno limeño de domingo, con tamales de maíz y chicharrón con camote frito, fue la cereza del pastel. Estábamos en pleno desayuno cuando Marianne dio un grito.

  • ¿Qué sucede, Marianne? -dijo Ravi derramando su bebida al creer que algo estaba dañando a su compañera eterna.
  • Mira, Ravi. ¡Amelia y Stefan comparten alianzas! -todos miraron nuestras manos y Stefan les contó la historia de las alianzas.
  • Me siento tan orgullosa de ti, hijo -dijo Marie derramando algunas lágrimas porque el detalle que tuvo Stefan conmigo le pareció muy romántico.
  • Eres tan dulce, Stefan -Marianne también lloraba y Ravi trataba de consolarla.
  • Yo no voy a llorar -decía Marion abanicando sus ojos-. Ay, no puedo -y sus lágrimas brotaron-. Sí que te luciste, Stefan.
  • Sí que la hiciste bien, cachorro -bromeaba Haldir.
  • Buen detalle, cuñado -Ravi le ofreció su pulgar arriba.
  • ¡Ay, pero qué romántico! -dijo Caroline-. ¿Y qué pasó contigo, Elrond? No saliste a tu tío -le reprochaba haciendo un puchero.
  • ¡Vamos, tío! Tu romanticismo me la pone difícil -bromeaba Elrond.
  • Nuestra familia ha crecido tras llegar a Perú. Una nueva hija y una nueva nieta. Debemos sentirnos bendecidos -concluyó Maximiliam haciendo un brindis con jugo de piña.
  • Entonces, ¿ya no habrá boda? -preguntó Marianne después del brindis haciendo puchero-. Lo digo porque ya están usando las alianzas.
  • ¿Te gustaba la idea de organizar una boda, amor? -Ravi acarició con sus dedos los labios de Marianne.
  • Tú sabes que me encanta todo eso de organizar eventos. Ya me había ilusionado con ver las telas para el vestido de novia, los escenarios para las fotos, los recuerdos para los invitados y tantos detalles más.




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