La hija de la Madre Luna

Capítulo 40

Después de que una de las enfermeras que Stefan contrató para mi cuidado me ayudara con la limpieza de mis heridas y la ingesta de medicinas, estábamos nuevamente solos en nuestra habitación. La rápida recuperación física de los licántropos se había extendido hacia lo emocional en Stefan, ya que solo habían pasado un par de horas desde que separé de mí la idea de alejarlo y le pedí perdón por haber siquiera considerado tamaña estupidez, y ya lucía tan bello como siempre. La que tenía una apariencia terrible era yo, con la cara aún hinchada y una cicatriz en mi vientre.

  • No te preocupes, no me importa si tu cuerpo queda marcado -decía como leyendo mi mente-. La conexión contigo va más allá del deseo, es amor.
  • Quizás sea mi juventud la que hace que piense demasiado en mi apariencia –dije rozando por encima del pijama donde estaba mi cicatriz.
  • Los humanos que no reconocen que son espíritu encarnado se preocupan mucho por la apariencia y lo material. Las hembras humanas utilizan la belleza para retener a su lado a los machos, así como estos utilizan el dinero para complacerlas y obligarlas a que no se alejen. Los licántropos no somos conscientes de esos detalles. A nosotros no nos importa si hay belleza o riqueza porque la primera es subjetiva y la segunda es posible de producir. Yo te amaré como luzcas, Amelia, con arrugas, cicatrices, canas, estrías, celulitis y demás cosas que puedan aparecer en tu cuerpo por el paso de los años. El tiempo te demostrará que así será –y empezó a dejar caricias sobre donde estaba mi cicatriz-. Besaré cada una de las marcas que el tiempo deje en tu cuerpo, pero en especial esta, que me recordará que siempre debo protegerte, así como a los hijos que tendremos.

Apoyada sobre su pecho, empecé a llorar. Lo que acababa de decirme me conmovió profundamente. Agradecí el hecho de tenerlo en mi vida, que exista para mí un ser que era capaz de amarme incondicionalmente, alguien que solo me pedía retribuirle el amor que me entregaba con amor, en la misma intensidad. Para calmarme, Stefan empezó a dejar suaves caricias en mi vientre, así como a dejar besos sobre mis cabellos. Poco a poco el contacto fue haciéndose más íntimo, y el deseo empezó a aparecer en él. Cuando comenzó a morder suavemente mi oreja derecha, a acariciar mis manos y a enredar sus piernas con las mías, tuve que pedirle que se detenga porque una notoria erección se hizo presente, y en mi estado no podíamos dar rienda suelta a nuestras ganas de ser uno solo.

  • ¿Eres consciente de que debemos estar tranquilos por unas seis semanas? -dije girando mi cabeza para toparme con su mirada, la cual empezaba a dejar atrás el deseo para dar paso a la ternura.
  • Lo sé, y creo que debería ser al menos el doble de tiempo para estar seguros de que te recuperes por completo. El médico no sabe que soy licántropo.
  • ¿Y eso qué tiene que ver? –pregunté confundida por su comentario.
  • Que, si supiera de mi especie y conociera sobre nuestra anatomía, consideraría que necesitamos más tiempo para volver a nuestra rutina marital –su sonrisa pícara y su ego elevado por ser consciente de los atributos que poseía, hizo que entienda su broma. Rodé los ojos ante tan soberbio comentario, gesto que le arrancó una sonora carcajada, y escucharlo feliz me dio mucha paz.

Como me desmayé ante el único golpe que recibí de Laura Barone, desconocía lo que sucedió tras haber perdido la consciencia, por lo que le pedí que narre los hechos. Al contarme que llegó después de que una guerrera me rescatara del ataque de Laura al luchar contra ella y reducirla, me llené de curiosidad por saber sobre aquella miembro de la manada que supo dónde encontrarme. Él iba a proseguir con la historia, pero lo interrumpí para hacerle unas preguntas.

  • ¿No fuiste tú quien evitó que Laura se ensañara conmigo?
  • No. Una guerrera de la manada llegó antes y fue ella quien te protegió.
  • La mujer que me ayudó a levantarme -dije para mí, pensando en voz alta-. ¿Dónde está ella?
  • Aún sigue aquí -noté que empezó a ser cortante, nada comunicativo con respecto a esa guerrera. Eso avivó mi curiosidad.
  • Quiero conocerla.
  • No puedes -su voz cambió. Trataba de usar la voz de alfa, pero eso no funcionaba conmigo, yo no era una licántropa.
  • Sí que puedo. Estoy despierta y lúcida. Quiero agradecerle por haberme ayudado –insistí mostrando determinación.
  • Ella es muy peligrosa.
  • ¡Sí que lo es! Para haber detenido a Laura, que está loca, esta guerrera debe ser imbatible –dije emocionada al pensar que nuestros guerreros eran mejores que los de las demás manadas y pueblos sobrenaturales.
  • No es seguro para ti estar cerca de ella -su mandíbula se tensó y lucía preocupado.
  • ¿Por qué? -no iba a dejar de insistir hasta salirme con la mía.
  • Porque puede perder el control.
  • ¿Acaso ella no llevó el arduo entrenamiento de la manada? Debería poder controlar sus emociones –dije suponiendo que ella era una licántropa.
  • Ella no es como nosotros.
  • ¿Te refieres a que no es licántropa o que tiene algún problema de personalidad o carácter?
  • Digamos que son ambas cosas -cansada de dar tantas vueltas giré para estar casi frente a frente.
  • ¿Me vas a decir el porqué de tu renuente negativa o tengo que ver otros medios para sacarte la verdad?  -noté que mi voz era demandantemente autoritaria, y eso que el Alfa era él, no yo.
  • ¿Me estás ordenando? -en vez de molestarse, Stefan estaba muy complacido-. Me encanta ver que tienes el don de mando como la Luna, mi Luna, que eres.
  • Entonces, ¿la traerás para que la conozca? -lo miraba fijamente para que viera que estaba decidida a saber quién era esa guerrera. Él no rendía su mirada, no quería ceder a mi pedido, así que utilicé otra táctica-. ¿Por favor? -cogí su cara con ambas manos y dejé un corto y suave beso en sus labios. Mi contacto lo estremeció. Percibí que el deseo crecía en él-. Más tarde podríamos pensar en otras formas de continuar con nuestra rutina marital -le susurré al oído.
  • ¿Estás coqueteando y ofreciendo tener intimidad sexual a cambio de conocer a esa guerrera? -me miraba con los ojos entrecerrados. Me juzgaba divertidamente al verme ser osada.
  • Sí, así es -dije muy fresca al haber sido descubierta-. Conozco a esa guerrera o tendrás que usar tus manos como lo hacen los machos humanos para aliviar su deseo cuando no tienen compañera, ya que no serán seis semanas, sino seis meses los que tomaré para mi recuperación -abrió los ojos queriendo expresar conmoción, pero estaba jugando conmigo.
  • ¿Serías capaz de hacerme padecer de tal manera que me niegues el placer de gozar de tu cuerpo? –jugaba a hacerse el indignado conmigo-. Mira que, si sufro por no unirme en la intimidad contigo, tú también la vas a pasar mal –dijo haciéndome recordar lo de nuestra conexión predestinada.
  • Stefan, hablo muy en serio. Quiero conocer a esa guerrera -lo miré fijamente, con una mirada penetrante y pesada que nunca le había lanzado. En ese momento me sentí poderosa, como si algo que tenía en mi interior estuviera despertando. La sonrisa de Stefan se esfumó de su rostro y agachó la cabeza. No entendía qué sucedía con él. Estuvimos en silencio por unos minutos hasta que retomó la conversación.
  • Está bien -dijo resignado, soltando un suspiro-, verás a la guerrera. No obstante, antes de que la conozcas, necesito que escuches lo que te voy a narrar sobre ella -la expresión le cambió por una más seria-. Estoy seguro que al escuchar su historia desistirás de querer conocerla.




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